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Diálogos con las piedras medievales
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Ribera del Duero: Fuentelisendo, duendes del vino y ninfas del agua. 26 Feb 2013 9:22 AM (12 years ago)

Fuentelisendo (Burgos), la fuente celtíbera y al fondo la parroquial de San Pedro.
 
Acostado a la orilla izquierda de la vitivinícola Ribera del Duero aparece, sobre un otero, el caserío de Fuentelisendo en un ramal de la vieja calzada romana de Septempublicam a Rauda -Sepúlveda a Roa-. Por aquí anduvieron celtíberos y romanos, antes que visigodos y musulmanes, cultivando sus vides y elaborando aquel vino dotado de prodigiosas virtudes por los duendes de las bodegas.
El peculiar topónimo viene de la antigua denominación "Fuente Lisendro", deformación de "Fonte Aldesando", que algunos dicen significar "Fuente sobre una ladera" en el habla de los repobladores llegados del área vascona en el s.X.
Presumen por aquí, cosas del gracejo rural, de ser uno de los municipios españoles con nombre más largo en una sola palabra, pues contiene trece letras. Inicialmente pertenecía a la provincia de Segovia, hasta que en la reforma provincial de 1833 quedó integrado en la de Burgos.
 
Sobre empinada ladera, la fuente ancestral que da nombre al pueblo y alrededor de la cual creció.
 
Lejos de su grandeza pasada hoy mantiene vivo al pueblo el esfuerzo de sus viticultores, agrupados alrededor de la única bodega superviviente, cuyo símbolo es una gran viga de quince metros, rescatada de la prensa de uno de los viejos lagares que hubo tras el templo parroquial. Artefacto de antañona tecnología, que ha hecho que los ribereños se refieran a este pueblo como "el de la bodega de la viga".
Es posible rememorar su pasado vinícola, visitando el "Lagar de La Rapada", recuperado como "Museo Lagar Romano" por la asociación local Enópolis. Otros momentos para conocer sus añejas tradiciones son durante las Fiestas Mayores, entusiásticamente animadas por las Peñas, o con motivo de la Semana Cultural organizada por la Asociación Deportivo-Cultural y, también, en el trascurso la entrañable Semana Santa, con sus "salves" enfrentadas a dos voces entre hombres y mujeres. 

La fuente cien veces remodelada y restaurada, todavía en uso al cabo de los siglos, parece un pequeño templo de las aguas.
 
La patrona del lugar y protectora de sus viñas, es la Virgen de los Dolores, una imagen del s.XVII, de la escuela de Gregorio Fernández, que sustituyó a una vieja talla románica de tez "morena": Nuestra Señora de la Vid.
Aunque resulte chocante, existe otra patrona de Fuentelisendo, la Virgen de la Cueva. Talla del s.XIII, aparecida en un santuario rupestre prerromano, en la margen izquierda del río Riaza. Alrededor de esa cueva se levantó el pueblo de Hontangas de Roa y desde allí ejerce su patronazgo, sobre la Comunidad de Villa y Tierra de Haza compuesta por dieciséis pueblos.
Su ermita guarda en el interior aquella cueva en que quiso aparecerse la Virgen y de la que se negó a partir, cuando fue cargada en un carro de bueyes por los vecinos de Adrada de Haza. La celtíbera cueva también guarda un milagroso manantial...
Otra curiosidad no menos enigmática, también relacionada con el agua, nos espera en Fuentelisendo. 

No deja de ser curioso que, en la tierra del vino, el culto del agua esté tan presente.
 
En 1158 la villa pasó por herencia al Abad de Usillos (Palencia), quien en 1233 lo donó al Cabildo de Husillos. Luego, el pueblo corrió de mano en mano, pasando de unos a otros nobles y reyes, como moneda de cambio, debido a la riqueza que los cultivos vinícolas proporcionaban al lugar.
Junto con el vecino Corcos* era uno de los diecinueve núcleos, con alfoz propio, dependientes de la Comunidad de Villa y Tierra de Haza. Cuando a mediados del s.XVII Corcos se despobló a causa del rigor del clima, los vecinos de Fuentelisendo obtuvieron permiso del Obispo de Osma para aprovechar cuanto pudieran del abandonado templo. Así tomaron, no sólo su campana y pila bautismal, sino las viejas piedras con las que reconstruyeron su propio templo parroquial de San Pedro ad Vincula.

 
Viejas piedras reutilizadas en la "fuente románica", dotadas de nueva vida en otro edificio "sagrado".
 
Fuentelisendo tenía un templo románico, pequeño aunque de buena factura, pero la prosperidad económica propiciada por el comercio del vino fue su ruina.
Deseando los vecinos ampliar su parroquial, no tuvieron mejor idea que derribarlo y con sus piedras, junto con las del vecino templo abandonado de Corcos, levantar un edificio más suntuoso. En su interior sobreviven las pilas románicas de los dos templos citados, ejemplares sencillos pero bellos y de interesante simbolismo.
Terminadas las obras, algunas de las piedras románicas sobrantes se utilizaron para remodelar y embellecer la fuente, de origen prerromano, que da nombre a la población. En su forma actual consta de dos arcos sostenidos en el punto de unión por una columna doble, con capitel dúplice y cimacio. Pero está todo tan gastado, por los elementos, que es imposible reconocer allí escultura alguna.

Pero el tiempo no perdona, los elementos han erosionado las románicas formas hasta disolverlas.
 
¿De dónde proceden tan escasos restos románicos? ¿Del reconstruido templo parroquial de Fuentelisendo, o del desmantelado templo de Corcos?
Hoy día, en el páramo de Corcos no queda nada del abandonado pueblo, tan sólo un paredón de la torre del templo medieval, su recuerdo en los escritos de Floridablanca, Madoz, o Miñano y la leyenda tradicional que justifica el abandono de Corcos a causa de una plaga de serpientes, propiciada por una vengativa bruja que además envenenó la fuente**.
Da la "casualidad" que estamos en una comarca donde numerosos pueblos, de origen prerromano, llevan el topónimo "fuente": Fuentecén, Fuentemolinos, Fuentenebro, Fuentelcesped, Fuentespina y el citado Fuentelisendo. El propio "Hontangas" hace alusión a las "fontanicas": fuentecillas, entre las que se encuentra el manantial de la cueva de la Virgen.
Todos y cada uno de tales lugares se enorgullece de su vieja fuente, sobre la que cuentan sabrosas leyendas, donde en tiempos celtíberos moraban ninfas de las aguas... 
 
Fuentelisendo conjuga el culto a Baco, en sus lagares y bodegas, con el culto a las ninfas del agua, en su "fuente románica"...
 
Sobre la desierta meseta de Corcos, el milenario Serbal de Haza continúa impasible viendo volar los siglos sobre sus ramas, inmutable ante los humanos que pasan y desaparecen como la niebla que arrastra el frío cierzo del páramo.
En Fuentelisendo la vieja fuente continua manando calladamente su agua de siglos, añorando quizá aquellos bueyes y mulas que saciaban en ella su sed, extrañando la ausencia de las mozas que acudían a colmar sus cántaros entre cánticos y risas.
La ninfa sempiterna que protege el manantial continúa sentándose sonriente al borde del pilón, donde algunos afortunados podrán contemplarla ciertas noches de plenilunio mientras alisa sus dorados cabellos con peine de oro...
 
Salud y fraternidad.
_________________________________ 
* No confundir con "Corcos", despoblado de Gredilla de Sedano (Burgos). 
** Leyenda tópica que se extiende a diversos despoblados, donde se culpa a mágicas plagas de "gafuras, -es decir, bichos variados como saltamontes, culebras, gusanos, hormigas, etc.-, del motivo por el que sus habitantes hubieron de abandonar el lugar. Son numerosos los enclaves peninsulares despoblados -y aún europeos- donde se repite el cuento.

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Sejas de Sanabria: "la misa vana de la cabra suldreira" 24 Dec 2012 10:26 AM (12 years ago)

Templo parroquial de Santa Marina, en Sejas de Sanabria (Zamora), ss.XII-XVII.
 
A orillas del zamorano río Negro se encuentra una ermita dedicada a la Virgen de la Ribera, la cual se apareció en forma de paloma para indicar que deseaba ser venerada allí, al borde de las aguas del río sagrado, como una ninfa de la Antigua Religión. Cerca del menhir que hay al otro lado del puente, no muy lejos del antiguo castro sito en la Majada del Castillo, donde los celtas astures se hicieron fuertes contra Roma durante las guerras cántabras.
Dicho castro, fue origen del poblamiento medieval de Sejas de Sanabria, en la vecindad del vetusto Monasterio de San Martín de Castañeda.
Alfonso VII (1126-1157) donó este cenobio a los benedictinos del berciano Monasterio de Carracedo, cuyos monjes vinieron a restaurar la vida monacal en San Martín de Castañeda. Fueron sus abades quienes propiciaron la repoblación de su zona de influencia, en la que se encontraba Sejas de Sanabria.

Espadaña, sobre el lado oeste del ábside y cornisa de arquillos con bolas. Reconstrucción tardo-gótica del s.XV.
 
Su creciente importancia toma carta de naturaleza cuando Alfonso IX (1188-1230), hacia 1220, conceda a sus comarcanos los Fueros de Sanabria.
No obstante la fuerte competencia sostenida con las Ordenes Militares, especialmente la del Temple, su patrimonio se vio incrementado, de forma notable, cuando en 1245 los monjes de San Martín abrazaron la observancia cisterciense.
A la sombra del citado monasterio y su prosperidad, se desarrolló la población medieval de Sejas de Sanabria, en la comarca de la Carballeda.
Sito al borde del camino jacobeo llamado Vía de la Plata o Mozárabe, en su rama sanabresa, Sejas se encuentra en pleno territorio templario, entre las posesiones que la Orden tenía en Mombuey, Carbajales de la Encomienda y Muelas de los Caballeros, todas las cuales dependerían de la Encomienda de Benavente o la de Tábara, constituidas a fines del s.XII. Quizá por esta situación algunas tradiciones populares afirman, sin que exista confirmación documental, que Sejas también fue del Temple.

¿Cabeza de dama? Pieza románica, s.XIII, quizá del taller de canteros de Mombuey, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
 
El templo parroquial de Sejas, dedicado a la mártir pontevedresa santa Marina, es hoy un edificio sencillo, producto de sucesivas reformas. La construcción original, tardorrománica, alzada a caballo entre los ss.XII-XIII, prácticamente ha desaparecido. Sólo conserva parte de la nave y su arco triunfal, en el que destacan los capiteles con imágenes del apostolado, seres fantásticos entre vegetales y un hombre desnudo.
Durante el s.XV se rehízo la cabecera, sustituyendo el ábside románico por una capilla tardo-gótica. En esta reforma desaparecieron las bóvedas originales, aunque se salvó parte del alero con sus canes. Todavía hubo una última transformación, en el s.XVII, cuando se amplía el cuerpo principal por su costado norte, añadiendo otra nave.
 
Preciosa hoja de higuera. Pieza románica, s.XIII, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
 
En la actualidad lo más interesante, aparte los capiteles interiores, es su cornisa, a base de arquillos lobulados en los que se cobijan cabezas humanas, vegetales y bolas. Este esquema materializa, de forma más simplista, la idea románica plasmada en la vecina torre templaria de Mombuey, a cuyo taller de canteros se atribuye el templo de Sejas.
Y, ambos edificios, responden a modelos gallegos de las vecinas tierras de Ourense, como el Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, Santo Tomé de Serantes, o Santa Marta de Moreiras.
Aunque lo más curioso es la peculiar escultura, denominada por los vecinos “el verraco”, que sobre dos ménsulas nos observa desde el exterior del ábside.
Se trata de un carnero, de hermosos cuernos, que nos evoca aquellos otros que triscan sobre los tejados, en muchos templos románicos de Galicia, como recuerdo de las esculturas célticas dedicadas a sus divinidades ganaderas.
Pero hay una sutil diferencia. Los carneros gallegos han sido posteriormente “coronados” por una cruz celta, para dejar clara la sumisión del viejo símbolo a la nueva mitología judeo-cristiana, mientras “el verraco” de Sejas aparece inviolado, sin cruz y sin señales de haberla tenido nunca.

Evocador conjunto vegetal. Pieza románica, s.XIII, reutilizada en el alero tardo-gótico del s.XV.
 
Excelentemente bien conservado, con una delicadeza especial entre las figuras de su talla, sedente sobre una “peana”, la inclinación de dicha pieza indica que ha sido desplazado desde el tejado románico, que el gótico sustituyó, hasta este muro del lado oeste de la cabecera. Porque, desde luego, éste es un lugar insólito para tal escultura.
Con esto, quienes recolocaron “el verraco”, nos demuestran que tal figura era para ellos lo bastante importante como para conservarla tras la reforma, aunque fuese en tan extraño lugar.
¿Estamos ante una escultura céltica, traída del arruinado castro astur de la Majada del Castillo y reutilizada en el templo románico de Sejas?
La postura oficial, del clero, es que se trata de un “Agnus Dei”, aunque carezca de cruz y de estandarte, además de tratarse de un carnero y no de un cordero. La opinión popular, está dividida. La mayoría, opina que tal figura es un poderoso amuleto “espanta-brujas”, sin más. La minoría, aboga por una explicación más novelada, pero no por ello menos sustanciosa: se trata de un poderoso amuleto, cierto, pero por un curioso motivo.
A mediados del siglo pasado, por estas tierras todavía quedaban ancianos que narraban cuentos y leyendas en “pachuecu”, según llaman por aquí a la vieja lengua romance del desaparecido reino de León. Una de tales historias, conocida como “La cabra suldreira” o “La cabra rucia” (1), decían que explicaba por qué existe esa extraña cabra de piedra en el muro del templo de Sejas. 

Ábside tardo-gótico, más alto que la nave románica, en cuyo lado oeste se colocó el misterioso "verraco".
 
Érase un pastor que tenía un hato de cabras y una de ellas era muy inteligente, pero también muy “suldreira” -caprichosa-. Se desperdigaba acá y allá con su cabritillo, fuera del rebaño, pastando por donde quería, sin hacer caso cuando el pastor le gritaba ¡buita, buita!
Estando en la bouza un atardecer y al ver que ya oscurecía, el cabritillo urgía a su madre para tornar al rebaño:
   -Madre rucia vámonos, que vendrá'l llobu y comeravos.
Y decía la cabra:
   -Pacisquemus, pacisquemus, que priesa nun la tenemos.
Pasó otro rato, ya casi no había claridad y el cabritillo repitió inquieto su advertencia. Pero la cabra volvió a decir:
   -Pacisquemus, pacisquemus, que priesa nun la tenemos.
Siguieron pastando y tanto se demoraron que apareció el lobo:
   -Vos voy a cumere. ¿A cuál como primeiro? ¿A cuál?
Al ver la indecisión del lobo, dijo la cabra suldreira:
  -Compadre llobu, si me quieres cumere reza por la mi alma una misa vana.
El lobo se arrodilló para empezar a rezar, entonces cabra y cabritillo escaparon, triscando, hacia la borda.
Y dijo el chasqueado lobo:
   -Desque soy llobu canu, nu hei rezao outra misa tan en vano.
Y decía la cabra, mientras corría como el viento seguida de su hijito:
   -Yo, desque soy cabra rucia, nu hei tenido outra mas santa misa.
Contó la cabra su aventura al pastor, éste al alcalde y aquel al cura. Sabida por todo el pueblo, hicieron esculpir esta imagen de la astuta cabra y la colocaron en lo alto del templo, para advertencia de atrevidos, aviso de imprudentes y protección contra los lobos...
Aunque tales símbolos, al final, acaban sirviendo tanto para un roto como para un descosido, por lo que los vecinos confiaban  en “el verraco” tanto para defenderse de lobos, como de brujas, del granizo, e incluso de la temible “Llamparda” (2).   

El popular "verraco", dicen los viejos que conmemora la leyenda de la "cabra suldreira". ¿Procede del vecino castro celta, sito en la Majada del Castillo?

Aparte la moraleja, el cuentecillo nos descubre su relación con una costumbre cultural renacentista, la conocida popularmente como “misa vana” o “misa en vano”, cuyo nombre culto es “misa de parodia”. Esto nos da una pista para situar el posible origen del cuentecillo, en el s.XV, cuando este tipo de pieza musical sacra inició su desarrollo, coincidiendo con la reconstrucción de la cabecera del templo de Sejas.
Las primeras “misas de parodia” conocidas datan de 1470, atribuidas al compositor flamenco Johannes Ockeghem (1425-1497), que se mueve en el ámbito de un grupo de compositores vinculados a la corte real francesa, donde primero se cultivó esta música sacra. Precisamente fueron los franceses quienes, mediado el s.XVI, acuñaron el término “Missa ad imitationem”, pero en 1587 el organista alemán Jacob Paix (1556-1623) publicó una “Missa: Parodia mottetae”, nombre que hizo fortuna y acabó por dar título al género (3). 

Esta enigmática escultura perteneció al templo románico, desde cuyo tejado protegía a los vecinos cual mágico talismán.
 
Durante el surgimiento del Ars Nova musical, en el s.XIV, la polifonía franco-flamenca alcanzó niveles de virtuosismo increíbles. Pero el predominio hedonista del sonido, en detrimento de la palabra, propició que los autores llegaran a mezclar textos profanos, incluso obscenos, con los religiosos, en la misma composición, aprovechando la confusión sonora y el mayor número de voces, lo cual pasó a las “misas de parodia” en los siglos siguientes. Aunque la idea no era nueva, pues evoca aquellas licenciosas composiciones medievales para la célebre “Fiesta de los Locos”...
La “misa de imitación”, o “de parodia”, consiste en un arreglo musical de la misa cantada, típico de los siglos XV-XVII, que utiliza como parte de su material melódico, polifónico, fragmentos de una pieza musical preexistente: un motete o una chanson profana. Estas misas, en principio, no tienen nada que ver con el humor, en sentido moderno, aunque es cierto que al utilizarse canciones profanas subidas de tono, como eran los motetes, el resultado no siempre fue todo lo “respetable” que cabría esperar en una misa. 

Carnero con cruz celta, sobre el piñón del tejado, en el templo gallego de Santa Marta de Moreiras (Ourense). A pesar de la erosión, se aprecia la similitud con "el verraco" de Sejas de Sanabria.
 
Estas misas se hicieron muy populares durante el Renacimiento, atrayendo a compositores de prestigio como el italiano Palestrina (1525-1594), uno de los más eminentes autores de música sacra católica, que llegó a escribir cincuenta y una de tan dudosas misas.
En la primera mitad del s.XVI este estilo de componer era la forma dominante, pero surgieron los excesos por parte de compositores populares. De modo que la Iglesia tomó cartas en el asunto y el Concilio de Trento, en un documento del 10 de septiembre de 1562, prohibió el uso de material profano en la música sacra:
   “...que nada profano se entremezcle aquí ...desterrar de la Iglesia toda música que contiene, ya sea el canto o la interpretación al órgano, lo que es lascivo o impuro”.
Palestrina, disconforme con las disposiciones conciliares que convertían en “heréticas” muchas de sus obras, salpicadas de interposiciones profanas ajenas al texto oficialmente admitido, presentó su dimisión como Maestro de Capilla en Santa María la Mayor de Roma (4).
 
La astuta "cabra suldreira" engañó al lobo pidiendo que le rezara una "misa vana", una composición musical condenada por la Iglesia...


No obstante, las reformas de la música sacra sólo fueron seguidas con cierto rigor en Italia, mientras que en el resto de Europa estas “herejías musicales” se multiplicaron, muchas veces de la mano de compositores anónimos de carácter popular. En cada región tomaron nombres particulares, así en ciertas partes de España el pueblo las nombraba “misas vanas” o “misas en vano”, porque muchas de ellas eran tan descaradamente profanas, bufonescas, que podían considerarse -y con razón- sin provecho espiritual alguno.
Sea como fuere, crónica de la realidad cotidiana o poética ficción del imaginario colectivo, mediante la leyenda de “la cabra suldreira” el “verraco” de Sejas de Sanabria reafirma su carácter “pagano”, pues no sólo delata proceder de los prados célticos, sino que incluso acogido en el redil judeo-cristiano entona con sus balidos una melodía muy poco piadosa...
 
Salud y fraternidad. 
_________________________________________________________________________________
(1) Existen algunas variantes del cuento, en que la cabra es sustituida por una "ovella" -oveja-. Rucio/a, en las bestias, color pardo claro, blanquecino sucio, o canoso.
(2) Buita: voz del pastor para llamar a las cabras; bouza: terreno de monte roturado para pasto; pacisquemus: pastemos; borda: cercado con zarzas y maleza espinosa para guardar el ganado.
(3) Las pautas generales para la elaboración de tales misas aparecieron recopiladas en la colosal obra, de 1613, El Melopeo y maestro, del teórico italiano Pietro Cerone.
(4) Paulo IV ya había destituido a Palestrina de su cargo como Maestro de Coro de la Capilla Giulia, por haber escrito 94 madrigales profanos.

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Viejas historias de Castilla la Vieja: el Monasterio de Vivanco. 4 Dec 2012 10:40 AM (12 years ago)

Parroquia de San Juan Bautista, en Vivanco (Valle de Mena, Burgos), “heredero” del desaparecido templo románico del Monasterio de Santa María de Vivanco.
 
El Valle de Mena se recuesta en la falda de la Cordillera Cantábrica, donde las norteñas comarcas burgalesas se vuelven fronterizas de las regiones vascas y cántabras. Son tierras agrestes, con frondosos bosques, peñas escarpadas y arroyos salvajes, que todavía dan cobijo a trasgos, náyades y demás genios de la Antigua Religión que, en los recovecos de estas umbrías pobladas de robles, hayas, encinas, tilos, castaños y tejos, tuvieron sus santuarios.
Por aquí transitaba la calzada romana, Flaviobriga-Pisorica, ramal de la conocida Vía Aquitana, donde luego confluyeron los caminos jacobeos que, provenientes de Bilbao y Castro Urdiales, seguían el curso del valle para tomar el camino real hacia Burgos. Que éste no debió ser camino menor, lo demuestra el asentamiento de la Orden de Santiago en Vallejo de Mena y las sospechas de que la Orden del Temple quizá estuvo en Siones, o en San Pantaleón de Losa.
Orillas del río Hijuela, tributario del Cadagua, al occidente del valle, bajo el cerro de Santa Olaja, donde se veneraba una ancestral divinidad Jars, Oca, sincretizada al calor de la nueva religión y sus mitologías, duerme su inquieto sueño de siglos el pueblo de Vivanco (*).

Imagen de la Virgen de Cantonad, patrona del Valle de Mena. Es una escultura moderna que pretende reproducir la original, salvo el desaparecido color “moreno”.
 
En su barrio de Cantonad se alza, sobre somero cerro, el santuario de la “morenita” Virgen de Cantonad, patrona del Valle de Mena.
Las fiestas en honor de esta presunta Virgen Negra, desgraciadamente destruida durante la guerra civil de 1936 y sustituida por una aséptica imagen neo-románica (**), tienen lugar a principios de mayo, con el renacer de la Naturaleza. No cabe duda que éste es un lugar sagrado, enclavado en una tierra mágica. Aquí se reza a los nuevos dioses, pero también se canta, baila y se degustan los célebres “bollos preñaos”, porque todavía queda el recuerdo –siquiera inconsciente- de los viejos cultos ancestrales.
El actual santuario de la Virgen de Cantonad se levantó a fines del siglo XVI, sobre los restos de una primitiva ermita, cuando dicha advocación fue declarada patrona del valle. Y, en 1588, el papa Sixto V aprobó la fundación de la Cofradía de Nuestra Señora de Cantonad.
 

Canecillo románico, del viejo edificio de Santa María de Vivanco, reutilizado en el templo edificado en 1771.
 
Las noticias son confusas pero parece que, al menos entre 1645 y una fecha indeterminada, el patronazgo del valle pasó a santa María Egipcíaca. En esa fecha, la citada santa se apareció a un pastorcillo, Lázaro de Cristantes, en el lugar de Mercadillo, en el monte Anzo, donde se levantó una ermita. Cuando pasó la novedad del “milagro”, el patronazgo fue devuelto a la Virgen de Cantonad.
¿Se trató del típico “truco barroco”, para desacreditar un antiguo culto considerado “poco ortodoxo”, mediante la suplantación por un culto contemporáneo? Porque, casualmente, santa María Egipcíaca se representaba de color moreno… el color atribuido tradicionalmente a la Virgen de Cantonad.
Existe sin embargo otro enigma, la imagen mariana es muy anterior al santuario barroco, procede al menos del s.XII. ¿Dónde recibía veneración, la Virgen románica, antes de ser declarada patrona comunal? ¿Quién administraba el pequeño santuario y se cuidaba del culto?

Otro canecillo original, reutilizado en el reconstruido templo del s.XVIII.
 
El nombre de la Virgen de Cantonad proviene de “Campus Donatus”, “Camp-Donat” según documento de 1166, derivando de alguna donación otorgada a favor del Monasterio de Vivanco, titular de la primitiva ermita románica, cuyos clérigos servían a la Virgen Morena de Cantonad.
Porque, a pesar de que hoy nada pueda hacerlo suponer, en Vivanco hubo un cenobio de cierta importancia local.
La destrucción parcial del copioso archivo de los Señores de Vivanco, nos ha privado de documentos esenciales para la historia del lugar. Aún así, entre noticias dudosas y ciertas, podemos esbozar el devenir del enclave monástico.
Los falsos Cronicones divagan sobre el Monasterio de Santa María de Vivanco, afirmando ser fundación del año 963 cuando los foramontanos, cántabros y vascones, inician su avance repoblador hacia el sur, por las tierras que luego formarían el reino de Castilla.
Un documento del archivo del Palacio de los Abades, en Vivanco, afirmaba que el cenobio fue fundado por doña Andrequina -o Enriquena- de Mena, a mediados del s.XII, como “abadía secular de patrocinio nobiliario”.
 

Relieve románico, reutilizado en el nuevo templo barroco.

Lo cierto es que en el sepulcro románico, allí conservado, figura la fecha de 1188 como la del enterramiento de un noble personaje, posiblemente abad, por tanto en dicho año debía hacer ya algún tiempo que existía el cenobio.
La siguiente referencia es de 1244, consiste en un documento por el que Alonso Pérez de Arnillas cede al obispo de Burgos una serie de propiedades, con el fin de que se provea el Monasterio de Vivanco con un altar.
Otra noticia procede de 1370, cuando don Fernán Núñez de Vivanco donó el Monasterio de Vivanco al hijo de Perejón de Lezana -o, Lasana-, quien adoptó el apellido Vivanco y lo pasó a sus descendientes. Los cuales continuaron con el señorío de la Abadía seglar de Vivanco, ostentando sus miembros el tradicional cargo de “abad” y “abadesa”, aún sin tener el estado religioso.
 

Fragmento de relieve románico reutilizado, parece corresponder al apocalíptico “dragón de las siete cabezas”.

El Monasterio hubo de tener sustanciosos beneficios en tributos, incluida la llamada “contribución de huelgas”, por tránsitos del ganado en los puertos del Cabrio y La Magdalena.
Además de lo obtenido por la administración del culto en la ermita-santuario de Nuestra Señora de Cantonad, que atraía numerosos peregrinos, tanto del ámbito comarcal, como de quienes recorrían este ramal del Camino Jacobeo.
Las diferentes familias, que detentaron la posesión del Monasterio-Abadía, lo fueron enriqueciendo tanto en su patrimonio mueble como inmueble. Muestra de su pujanza, eran el edificio monasterial y su bello templo románico. Según la Visita del Arcedianato de Briviesca, de 1706, la abadía tenía “un rico templo bien aderezado” con “noble claustro fuerte”.
 
 
Casa próxima al templo parroquial, con piezas románica reutilizadas.

Hoy día de la presunta construcción del 963 nada hay a la vista, salvo que sus restos están incluidos en los cimientos del último edificio levantado. Incluso el templo románico, de singular magnificencia a tenor de lo poco conservado, ha desaparecido a causa de los delirios de grandeza de un “abad” del s.XVIII.
El templo que hoy podemos ver es un edificio anodino, sin gracia y sin estilo, obra de don Pedro Antonio de Vivanco Angulo y Ortiz, epígrafo-maníaco dueño de la abadía, que en 1771 derribó Monasterio y templo para levantar con sus piedras el edificio actual.
En la nueva construcción se utilizaron parte de los sillares antiguos, así como diversos elementos esculturados, románicos, que han ido apareciendo en las sucesivas obras de reforma, esparcidos tanto por el interior como por el exterior del edificio, incrustados en los muros.
Las piezas sobrantes de aquel destrozo fueron a parar a los muros de las casas vecinas, o a las tapias de corrales y huertos.
 
Vivienda particular, dos tímpanos de ventana románicos, procedentes del desaparecido templo, unidos por su base.

Así, en los muros externos del templo parroquial podemos contemplar algunos canecillos románicos, con rostros humanos, ciertos relieves con rosáceas, un cimacio reticulado, o un fragmento del apocalíptico dragón de las siete cabezas semejante al que hay en el vecino templo de Vallejo de Mena.
En el interior, se aprecia un capitel con aves afrontadas, quizá gallos, también el canecillo de un personaje que se mesa las barbas y un pequeño tímpano de ventana a base de círculos concéntricos ornados de botones florales.
Sobre el muro de una vivienda próxima al templo, aparecen otros dos tímpanos semejantes, con motivos sogueados, reticulados y cuentas de collar. En el mismo muro, junto a una ventana, sobresale parte de un capitel con dos púgiles.
 
En la misma vivienda anterior, capitel románico empotrado, con escena de púgilato.

Todos esos restos, con ser de una delicadeza mayor o menor, no son nada en comparación con una lauda sepulcral conservada en la nave del templo. La preciosa tapa de sarcófago -falta el sarcófago, propiamente dicho- muestra en su parte superior diversos entrelazos y trenzados vegetales, separados por una banda medianera donde figura la inscripción: “Era de CCXXVI”, si sobreentendemos la M que falta corresponde al año 1188.
Sobre el frontal de la cabecera, campea una Maiestas Domini que nos bendice dentro del Pantocrátor. En el lateral izquierdo figura un curioso apostolado, bajo arquería románica. Curioso, porque consta sólo de once apóstoles... y un ave.
En el otro lateral... En el otro, había una serie semejante de arcos cobijando flores y hojas. Había, en efecto, porque hoy sólo quedan tres flores y una hoja. El resto fue eliminado cuando, en 1771, el susodicho “abad” hizo poner allí una inscripción informando del traslado del monumento, del viejo al nuevo templo, realizado por “Don Pedro Antonio de Vivanco Abad de Vivanco”. A causa de lo cual, algunos han creído que dicha lauda era la tapa del sarcófago donde reposaban los restos de don Pedro. Craso error, allí solo reposa su estúpida megalomanía.  
 
Lauda de sarcófago románico, del 1188, en interior del templo.
[La foto es un préstamo que agradecemos a la magnífica página:
http://www.romanicoenruta.com/castillaleon/burgos/burgosruta01/vivanco.htm]

El destructor “abad” hizo colocar también, sobre la fachada sur del nuevo templo, tres grandes escudos heráldicos del apellido Vivanco, con la repetida fecha de 1771 y una pretenciosa inscripción en la que dejaba constancia de sus prerrogativas:
“Don Pedro Antonio de Vivanco Angulo y Ortiz, Abad de Vivanco y Arceo, es dueño único de esta iglesia parroquial y de la casa de enfrente, cuyas armas de sus apellidos son las que se demuestran aquí”.
Nuestro orgulloso “abad” bien podía haberse contentado con colocar dichos blasones, e inscripción, en el muro del viejo templo románico, sin privarnos de la que debió ser una joya del Arte Sagrado, tan sólo para presumir de que podía hacer lo que hizo. La “Morenita” de Cantonad se lo haya perdonado.
 
Fachada sur del templo actual, escudos e inscripción del “abad” Pedro Antonio de Vivanco (1771).

 
Si la curiosidad os lleva a visitar el Valle de Mena, recordad el dicho popular de aquella zona: cuando los cucos vuelven, por la primavera, si el primer día que escuchas cantar a uno de ellos echas mano al bolsillo y tienes dinero, tendrás dinero todo el año. Pero si canta y te pilla sin una moneda…
En cualquier caso, no debéis preocuparos, porque el verdadero tesoro de estas mágicas tierras es de otro orden. Un orden inmaterial, que se manifiesta en su naturaleza y en el carácter de sus gentes, en el misterio de sus bosques, manantiales, riscos y en las creencias que a su alrededor  han entretejido sus recios habitantes durante el curso de los siglos.  

Antigua estampa de la restaurada “Morenita de Cantonad”, con el santuario barroco al fondo.

 
“La Virgen de Cantonad
no es comprada ni vendida,
y sí bajada del Cielo,
y en Vivanco aparecida.
El ángel que las bajó,
la de Allende y la de aquí,
en la piedra las posó
y marcado el pie está allí”.
 
Salud y fraternidad.
_______________________________________________________________________
(*) Vivanco = “helechal”, lugar donde crecen muchos helechos. Como casi todas las toponimias, ésta que declaramos es "con valor de simple presunción".
(**) Su vecina, la Virgen de Siones, fue salvada por la intervención del indiano menés, Raúl Quintana, quien les compró la imagen a los milicianos, cuando la iban a arrojar al fuego.

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Almas como pájaros, entonan la Música de las Esferas... 7 Nov 2012 9:57 AM (12 years ago)

Aramil (Siero). San Esteban de los Caballeros. Citado en 1240.


La arquitectura románica asturiana, salida de lo que podríamos calificar como “taller de Villaviciosa”, se caracteriza por ciertos curiosos elementos, que determina un grupo específico dentro del románico ibérico, pero que no está relacionado con el resto del románico peninsular sino con el de la Europa atlántica. Nos referimos a las “cabezas de pico” o “cabezas rostradas”, en inglés “beak-heads”.
Se comprueba su presencia en aquellos territorios por los que la conquista normanda expandió su cultura, partiendo de la Normandía francesa: Britania, Irlanda, Sicilia, Apulia, Portugal y Asturias. Los países donde se conservan más ejemplos, son Inglaterra, Irlanda y Francia, y su influencia penetró en nuestra península a través de los contactos marítimos comerciales, intensificados por las peregrinaciones jacobeas. En Asturias dichas construcciones se expanden siguiendo el camino peregrino que, desde la costa, introduce diferentes ramales secundarios hacia el interior. Y lo hacen en la etapa tardía del románico, durante el s.XIII.
En las arquivoltas, las “cabezas de pico” van acompañadas de zigzag, líneas quebradas, dientes de sierra, perlas enfiladas, etc, elementos propios de las portadas anglonormandas. Debemos citar que, en territorio ibérico, tales “cabezas de pico” se limitan a las portadas, mientras que en los templos anglonormandos se emplean también en los arcos de triunfo interiores. En algunos templos asturianos, además, aparecen unidas a un elemento orientalizante, musulmán, propio de los talleres leoneses y del Duero: los arquillos lobulados.

Amandi (Villaviciosa). San Juan. Citado en 1270.


Dichas “cabezas de pico”, consisten en la figuración esquemática de una cabeza de pájaro, en forma más o menos triangular, según tiendan al realismo o al esquematismo. Tan singulares y enigmáticas tallas se sitúan a lo largo de una arquivolta, sujetando dentro de sus picos el baquetón del arco, mientras nos observan con sus oblicuos ojos entre inquietantes y misteriosos.
Los ejemplos asturianos, se distribuyen siguiendo las rutas jacobeas de peregrinación. El primero está en Nuestra Señora de los Ángeles en San Vicente de la Barquera, hoy perteneciente a Cantabria, pero antaño incluido en las Asturias de Santillana. El segundo, ya en el actual territorio asturiano, aparece en Santa María de Lugás, y sigue con San Xuan de Amandi (ambos de Villaviciosa), continúa por San Esteban de los Caballeros de Aramil (Siero), y Santa Clara de Oviedo, otro ramal continúa por San Esteban de Ciaño (Langreo), a enlazar con el que subía desde Santa María de Arbás (León), por San Antolín de Sotiello (Lena) y San Xuan de Mieres (Mieres) -hoy, esta portada está en la Quinta de los Condes, en La Pedrera, Gijón-. Y en la parte oriental de Asturias, aparece en el Monasterio de San Juan de Corias (Cangas del Narcea).
No podemos excluir su existencia en algunos de los muchos templos desaparecidos, porque de varios tenemos noticias. Así sabemos, que en San Antolín de Sotiello hubo una portada semejante a la de Mieres, y que en el Monasterio de Corias se conserva una dovela, con “cabeza de pájaro”, perteneciente a una portada del desaparecido templo románico.

Lugás (Villaviciosa). Santa María. s.XIII.


En Asturias se representan, exclusivamente, cabezas de pájaros, mientras que en los demás ejemplos europeos, principalmente en Britania, la personalidad de tales cabezas es variopinta: pájaros, lobos, caballos, leones, humanos y diversos animales del bestiario tradicional. En Castilla existe un único ejemplo, de este modelo mixto, en Colina de Losa (Burgos), donde encontramos gatos, entrelazos vegetales, manos humanas, y cintas entrecruzadas. El ejemplar de Santa María de Arbás (Puerto de Pajares, León), podría encuadrarse en este modelo, puesto que sólo hay una “cabeza de pico”, en la clave de la tercera arquivolta, presidiendo las demás figuras.
Al aparecer sobre las arquivoltas asturianas en número variable, las cabezas de pájaro, no pueden orientarnos sobre un especial simbolismo basado en las cifras: la bandada de Lugás se compone de trece pájaros, que son quince en Amandi, dieciséis en Aramil, dieciocho en Ciaño, y llegan a los diecinueve en Mieres y San Vicente de la Barquera.
Su simbolismo es oscuro, formado por varias capas superpuestas, aunque podemos esbozar un principio de interpretación. Las aves, con carácter general, representan las almas de los difuntos o los mensajeros encargados de transportarlas al más allá. Así era en Egipto, donde el pájaro-alma, llamado Ba, era también atributo del espíritu de los dioses. En la tradición hindú los pájaros representan los estados superiores del ser. El mundo clásico, sobre todo desde Platón, sustenta la creencia de que las almas, al separarse de los cuerpos, vuelan hacia las alturas de los astros en forma de pájaros. Aunque el origen de las “cabezas de pico” parece tener más que ver con el mundo celto-nórdico, puesto que son creación normanda, y con los pájaros de Odín: Huguin –Pensamiento- y Munin –Memoria-, que en el campo de batalla susurran a las almas de los muertos para indicarles el camino del Valhalla.

Ciaño (Langreo). San Esteban. 1º tercio s.XIII.


La mitología cristiana, asumirá todos estos antecedentes. En ciertas representaciones del niño Jesús, que tiene un pájaro en las manos, el ave simboliza la naturaleza humana que coexiste con la divina en dicho personaje mitológico, como expresó el padre Martigny: “Cristo estuvo encerrado nueve meses en el seno virginal de María, como el pájaro en una jaula…”. Y las almas humanas, durante el Medievo, son figuradas mediante un niño o un pájaro.
Almas que, según Tertuliano, por sus virtudes, pertenecen a fieles que han trascendido el mundo físico para disfrutar la vida eterna en el paraíso celeste. Tal como cantaba el mítico rey David, cuyas palabras fueron adoptadas por la liturgia latina en el “Oficio de los Santos Inocentes”: “Anima nostra sicut passer erepta est de laqueo venantium: Laqueus contritus est, et nos liberati sumus”. -Nuestra alma, como un pájaro, escapó del lazo de los cazadores. El lazo se rompió y nosotros escapamos (Salmo 124 [123], 7)-.
En dicho salmo parece inspirarse aquella ingenua narración, del Evangelio de la Infancia, donde el niño Jesús moldea doce pajarillos de barro y, soplando, les infunde vida. La mística medieval interpretó este hecho como imagen de los doce apóstoles, que de ser almas indignas -barro material apegado al suelo-, resultaron ser transmutados en espíritus emancipados -pájaros, libres para remontarse y difundir la Palabra- por el aliento divino recibido en Pentecostés.

Mieres del Camín (Mieres). San Juan. Fin s.XIII. Foto superior hacia 1925. [Estas tres fotos, de MSR/RIDEA, proceden de la Enciclopedia del Románico en Asturias, Ed. Real Instituto de Estudios Asturianos, vol. 1 p.498].


Estas almas-aves, con sus cánticos armoniosos, representan también la “música celestial” o “música de las esferas”. Ellas, al entonar las armonías celestiales de la Creación, conservan el equilibrio entre los astros y entre las esferas superpuestas de los cielos.
Nuestras “cabezas de pico” se encuentran en las portadas, concretamente en las arquivoltas. La portada es símbolo de la entrada a los cielos, y las arquivoltas son los círculos celestes. Al estar “sujetando” con sus picos las arquivoltas, son imagen de las citadas almas-ave que mediante sus cánticos mantienen el equilibrio de la maquinaria celeste, proclamando las glorias de la divinidad. Es lo que parece querer decir Daniel: “Benedicite omnes volucres coeli Domino; laudate et super exaltate eum in saecula” –Pájaros todos del cielo, bendecid al Señor, alabadle, exaltadle eternamente (Daniel 3, 80)-.
También debemos tener en cuenta la “lengua de los pájaros”, el idioma universal cuyo conocimiento permite comprender el “habla” de toda la Naturaleza, ya se trate del rumor de las aguas, el murmullo de la vegetación, o los sonidos de los animales. Y no olvidemos la afinidad formal de las vocales, con las notas musicales y los colores...
 
 San Vicente de la Barquera (Cantabria). SªMª de los Ángeles. Mediados s.XIII.

Por desgracia nuestras “cabezas de pico” han perdido los colores que ostentaron en el Medievo, ya que estos determinaban un sentido secundario de su simbolismo. Así, el azul indicaría las ideas puras, el ideal del alma. El amarillo, la intuición que ilumina el origen y el destino de los acontecimientos. El rojo, fuego purificador que enciende el alma. El verde, la fertilidad de la Naturaleza, el ciclo muerte-resurrección. El blanco, es la intemporalidad y éxtasis, mientras el negro representa el tiempo cíclico, etc. Pero nuestros pájaros han perdido las plumas, sus rostros de piedra han enmudecido.
Que su significado no debía andar lejos de lo expuesto, parece deducirse de algunas tradiciones populares asturianas sobre dos desaparecidas portadas con “cabezas de pico”. En San Antolín de Sotiello, contaban los ancianos que, esa puerta, tenía el privilegio de perdonar ciertos pecados “espinosos”, si los malhechores la atravesaban con sincero arrepentimiento, por lo que eran admitidos de nuevo en la comunidad parroquial. Algo parecido contaban en el Monasterio de Corias, donde los peregrinos jacobeos que no podían continuar el camino, por causa grave, obtenían el perdón de sus pecados -aunque no el jubileo- si pasaban por la puerta “de los pájaros”.

Salud y fraternidad.

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El tesoro de Preçin del Cares, en Peña Melera 20 Oct 2012 10:38 AM (12 years ago)

El senderín asciende, trabajoso y jadeante, mientras nos sumergimos en la mágica espesura vegetal.
 
 
Desde el barrio Llumberu, en un extremo del tranquilo pueblo asturiano de Alles, parte una penosa senda ascendente que, tras corto tramo, inicia un brusco y empinado descenso. El resbaladizo camino parece preparado para ser transitado, mayormente, por el ganado que va a los pastos, antes que por el viajero curioso. 
A los lados del senderín se extienden prados, y los restos de un bosque ancestral, entre cuyas encinas, robles, castaños, brezos y tojos, podemos entrever correteando los viejos espíritus célticos, trasgus, busgosus, xanas, nuberus, ventolines, o lavanderas, y quizá si tenemos suerte eludiremos encontramos con el terrible cuélebre.
Al final del camino, en una hondonada, aparecen las desmoronadas piedras del templo de Plecín. El enigmático encanto de las ruinas, y su entorno, compensan el esfuerzo de llegar hasta este perdido lugar.
 
Desciende luego, el camino, con un empedrado de vértigo, inquietante, sin que veamos hacia donde nos conduce.  
 
 
Los celtas cántabros, orgenomescos, de los que ya hablamos al tratar el Monasterio de Tina, en Pimiango, ocuparon también la Sierra de Cuera, al suroeste y no lejos del enclave anterior. Uno de sus castros estuvo en el valle de Peña Melera -hoy, Peñamellera-, en el entorno de lo que hoy es el pueblo de Alles.
La zona quedó bajo el yugo romano, desde el 19 a.C., aunque debido a la tolerancia religiosa de aquellos ocupantes los autóctonos continuaron el culto a sus divinidades, con santuarios al aire libre en los claros del bosque y junto a manantiales. Allí veneraban a la Gran Madre, tanto como a los espíritus de la Naturaleza, encarnados en los árboles, las rocas y las aguas.
Durante la dominación visigoda, comenzó lentamente el proceso de cristianización, quizá hacia el s.V-VI d.C., sin que por ello abandonasen sus viejas creencias. Antes bien, las mezclaron con las que aportaba en nuevo mito religioso, pues sabemos del fuerte arraigo de las costumbres culturales y religiosas pre-romanas, como sucede por toda la cornisa cantábrica. 
 
Al fondo de escarpada ladera, como un duende arropado por la vegetación, se encuentra el lugar sagrado, el templo sobre el dolmen…
 
 
En el valle de Peñamellera, unos quinientos metros al sureste del actual Alles, al pie de un montículo rocoso, brotaba el Manantial Sagrado de los cántabros, próximo a un túmulo dolménico.
Entre los ss.VI-VII, sobre los restos de dicho dolmen  se levantó un pequeño templo cristiano, dedicado al Salvador,  conservando en sus cimientos el túmulo prehistórico al estilo de lo efectuado en la Santa Cruz, en Cangas de Onís. Este hecho se perpetuó en la memoria colectiva, mediante la vieja leyenda medieval que afirmaba existir un “pueblo subterráneo”, bajo el templo románico del lugar, que escondía “un rico tesoro” de las xanas.

“En Preçin, del Cares
hay un caldeiru d’oro,
que más vale
que Llames y Parres,
Onís y Cabrales,
y Peñamellera
con sus arrabales 

Las venerables ruinas de su nave única, sistemáticamente expoliadas, evocan todavía el magnetismo del ancestral esplendor perdido.
 
 
Alrededor del santuario, como era corriente, surgió un núcleo rural, llamado Preçin. Durante los ss. X-XI, bajo el impulso de la Monarquía Asturiana, crece el primitivo asentamiento y su pequeño templo, reconstruido en prerrománico, se transforma en la parroquial de San Salvador de Preçin, o Plecín, de la que se han encontrado restos, en las prospecciones arqueológicas, mezclados con materiales líticos del dolmen ancestral.
En 1032 surge por vez primera el nombre del valle de Peñamellera, de la Provincia Premoriense, en un documento del rey leonés Vermudo III: “super flumen Caires [Cares] medietas de Penna Melera [Peña Mellera]”, cuando pasa a ser de realengo. La organización feudal toma carta de naturaleza, y son las familias nobles quienes se hacen cargo  del mantenimiento de los templos, mediante mecenazgo.

Su ábside ha desaparecido hasta la base, ¿dónde fueron a parar los canecillos, capiteles, y sillares, primorosamente labrados?
 
 
Confusas noticias hablan del noble conde alavés don Vela, quien amparado por el rey Alfonso V de León (999-1028) se refugió en este lugar y reconstruyó el templo de San Salvador de Preçin, donde murió y fue enterrado. En el s. XVIII Juan Antonio de Trespalacios y Mier, en su obra La Nobleza del valle de Peñamellera, afirma que bajo el arcosolio del muro  norte, restaurado en el s. XV, existía un antiguo sarcófago mostrando un guerrero, con espada y dos escudos ornados de sendas cruces. Según este autor, dicho enterramiento era el del conde fundacional.
Lo cierto es que, en 1115, en el Concilio de Oviedo y representando a Peñamellera, figuran tres hermanos del linaje Vela, de quienes los genealogistas hacen descender la estirpe de los nobles Mier, tan influyentes en épocas posteriores. Dichos señores debieron ser los patronos de Preçin, por ello, a finales del s.XVI se adosó al costado norte una capilla funeraria, con bóveda de crucería, para panteón de los Mier.

Únicamente, en su cara sur, conserva algunos elementos esculturados, que nos hacen soñar en el mensaje simbólico de sus piedras.
 
 
De todos modos, al igual que sucedía en Tina, el templo de Plecín y su entorno fueron utilizados continuamente como enterramiento, por ser tierra sagrada, desde que se alzó allí el primer edificio prerrománico. Y mucho antes, cuando se levantó el dolmen...
Unos tres kilómetros al sur pasaba la calzada romana que, viniendo de Santander, bajaba de la costa por Unquera, seguía el curso del río Cares, y luego, por Cangas de Onís, llegaba hasta Oviedo, donde enlazaba con la vía romana que iba a León. Esta ruta, comercial y de peregrinaje, facilitaba el tránsito entre los valles interiores, mediante ramales secundarios, y fue lo que facilitó la prosperidad de Preçin.
Así, entre 1170-1175, vuelve a levantarse el templo de San Salvador, quizá por el taller del Magister Covaterio, o el de Juan de Piasca, según fórmulas del románico pleno que, en Asturias, se produjeron más tardíamente.

Tuvo un pórtico cubierto, protegiendo la rica portada, que al caer tras su abandono dejó las misteriosas figuras expuestas a los elementos.
 
 
En 1230, la zona oriental astur, que pertenecía a las “Asturias de Oviedo”, de influencia leonesa, pasa a depender de las “Asturias de Santillana”, de influencia castellana. Esta reorganización territorial debió ser favorable a la prosperidad local, pues el templo sufre una ampliación de su nave, hacia el lado oeste, tanto cuanto permite lo escarpado del terreno.
Además, se añade la monumental portada sur, similar a la de Ciliergo (en Panes), que presenta connotaciones con templos de las Merindades castellanas, y otros palentinos: impostas y columnas ricamente labradas, con motivos vegetales; capiteles con músicos y bailarinas, centauros guerreros, dragones; arquivoltas con entramados de rombos y ajedrezado.
A dicho momento debe corresponder, también, la ventana sur, con arquivolta lobulada, capiteles de grifos y leones, y tímpano con imagen del Salvador que la tradición popular afirma ser el mítico Conde don Vela.
La portada oeste, al quedar a pocos pasos del farallón rocoso, se trabajó como un rudo postigo de dos arquivoltas, sin decoración alguna.
 
A duras penas podemos “leer” hoy sus erosionados capiteles, sin embargo faltan las ménsulas con sus animales guardianes, y las columnas de geométrico entrelazo.

 
Al interior, los restos de basas, para las columnas del arco triunfal, muestran decoración de cenefa en zigzag y dragones. Lo que indica que sus capiteles, y posiblemente arcos, debieron estar magnificamente trabajados.
Aunque es seguro que presbiterio y ábside estuvieron abovedados, la desaparición de la cabecera nos impide conocer su riqueza escultórica. Pero el estilo general, compartido con Santa María de Piasca y diferentes templos del norte de Palencia, demuestra que San Salvador de Plecín debió participar de su misma belleza, ejecutada por los mismos artistas.
Con motivo de la entrega de Plecín a los Beneficiados Catedralicios de San Salvador de Oviedo, el Libro Becerro de Don Gutierre (1385-1389) recoge por vez primera su categoría de Abadía, reconociendo a San Salvador el carácter continuado de foco religioso, aglutinador de los núcleos habitados de Cueto Bajo.
Entre los ss.XIV-XV, el templo de San Salvador ha cambiado su advocación por la de San Pedro de Plecín. La mayoría de sus habitantes han trasladado la población a lo alto del cerro, donde hoy se sitúa, aunque el viejo templo se mantiene como parroquial hasta 1787.

Los capiteles se han salvado del saqueo, quizá porque su estado de conservación es pésimo. Se adivinan estos centauros, pero otras imágenes son sólo sombras.

 
Atendiendo a la incomodidad que representaba, para los fieles, desplazarse hasta la hondonada de San Pedro, D. Juan de Mier y Villar, Fiscal de la Inquisición y Canónigo de la Catedral de México, que era natural de Alles, costeó la nueva parroquial en el centro del reciente núcleo urbano.
En ese momento comienza la ruina de Plecín, y el expolio progresivo de sus materiales. San Pedro se transforma en cementerio, y osario, tanto interior como exteriormente. 
Mediado el s.XIX, cuando el templo ya estaba en franca ruina, es abandonado, y el edificio se convierte en cantera de libre disposición. Sus piedras son utilizadas para construir el Ayuntamiento, las casas particulares, los cercados de algunos prados, etc., desapareciendo capiteles, canecillos, laudas sepulcrales, sarcófagos. Resto mísero de aquel expolio, en el actual Ayuntamiento, se conserva un capitel con motivos vegetales, quizá del arco triunfal, y algunas piedras labradas que duermen allí el sueño del olvido.
 
La curiosa ventana lobulada nos interroga, cual ojo místico que lanzase un guiño de complicidad al buscador curioso. Ese personaje, ¿es Dios Padre, o es el fabuloso Conde Vela?

 
Aunque el expolio no se detuvo ahí, continuó hasta nuestros días, cuando desaparecieron algunas columnas de su portada trabajadas en “nido de abeja”, amén de las ménsulas decoradas de la portada sur.
Por si fuera poco, la leyenda sobre un pueblo subterráneo bajo el templo, y el correspondiente tesoro, hizo que durante siglos las gentes excavasen allí, a tontas y a locas, deteriorando el yacimiento sin encontrar el oro que la tradición prometía.

“Entre castros y castrina
hay una espinerina
con cien monedas de oro
y otras cien de plata fina”
 
No obstante hay otra sugerente leyenda, situada a fines del Medievo, que acaba de redondear la aureola de mágico misterio que embellece estas ruinas.

La riqueza de las basas, del arco triunfal, hablan de un mundo fabuloso simbólico irremediablemente perdido.

 
Al amor de la tsariega, durante el filandón, la esfoyaza, el magosto, o incluso el veloriu, los más ancianos del lugar contaban cómo, a este medieval convento, trajeron desterrado cierto fraile. El cual había sido, en la otra punta de las Asturias de Oviedo, nada menos que Abad.
Poderoso señor de horca y cuchillo, vivió más como dueño feudal que como clérigo. Amigo de la buena mesa, del buen vino y de las mujeres -buenas o malas-, su desgobierno terminó por corromper a los monjes más jóvenes, y la santa casa se convirtió en piedra de escándalo por toda la comarca.
Tenía, además, el monasterio un afamado escriptorium, del que salían bellos y venerables códices. Pero pronto se copiaron también manuscritos poco santos, referidos a ciencias mágicas prohibidas por la Iglesia.
Protestaron al fin los aldeanos, protestaron los ancianos monjes, protestó el señor feudal, pero todo fue en vano. Pues el tragón, borrachín, y rijoso abad, era el protegido de un afamado obispo con grandes influencias entre los altos dignatarios laicos y religiosos.
Más, como todo tiene su fin, un día falleció su protector y llegó la hora de hacer cuentas. El mal abad fue destituido y desterrado a la otra punta del país, a una remota abadía benedictina llamada Preçin, en las Asturias de Santillana. Allí pasó el resto de sus días,  sometido a la estricta regla monacal y sin ocasión de recaer en sus viejos vicios.

Al pie de la Peña Melera, en el enigmático lugar de Preçin, acabó sus días el desterrado abad pecador. ¿Había un lugar mejor para él?

Dicen que, a comienzos del s.XIV, llegó la hora del anciano pecador y fue llamado a la presencia divina. Al indagar entre sus escasas pertenencias, se encontró un antiguo códice de magia negra. El grimorio, bellamente ilustrado cual si de un santo “libro de horas” se tratase, contenía toda clase de fórmulas: filtros para enamorar, ensalmos contra enemigos, recetas para hacer llover, e incluso conjuros para encontrar tesoros ocultos.
Los monjes de Preçin no se decidieron a destruir tal libro, sin que sepamos el motivo, y lo guardaron bajo siete llaves. Pero como al cabo todo se sabe, cundió la fama del códice que nadie había visto, salvo “de oídas”, siendo solicitada su consulta por toda clase de personas, desde obispos a nobles damas, pasando por guerreros y cortesanos, e incluso sospechosos “peregrinos” que hasta allí llegaban atraídos por su fama.
Sin embargo nada pudieron las intrigas, sobornos, influencias, ni amenazas, contra la severa decisión de los monjes. A nadie mostraron el códice, y antes de pasar un siglo de la muerte del desterrado Abad, el libro maldito fue pasto de las llamas junto con la celda de su penitente dueño.
A pesar de ello, todavía hay quien dice que lo del incendio, fue invento de los monjes para quitarse de encima aquel sambenito, que el códice está enterrado en alguna cripta secreta o al pie del viejo tilo sagrado, o que fue a parar a manos de los patronos del lugar: los nobles Mier...
 
Al pie de la Abadía, un tilo ancestral, cuyas raíces beben en el manantial sagrado, fue el compañero inseparable que conoció los secretos del viejo abad y su libro mágico.

 
Lo que hoy resta de aquel templo es el fruto amargo del abandono, al que se ha visto sometido desde 1787. Tras dos brevísimas actuaciones arqueológicas, en los años noventa, se consolidaron sus ruinas. Y en 2003 son declaradas bien de interés cultural (BIC), con categoría de monumento, lo que propicia que se adecente su entorno. Sin embargo, esto no basta para compensar doscientos años de rapiña y saqueo.
Las buenas gentes de Alles siguen viendo como, cada año,  la vegetación sumerge lo que resta de San Pedro de Plecín, y cada año las autoridades locales se esfuerzan por desbrozar la maleza, para que sigamos disfrutando de aquellas piedras un poco más. ¿Hasta cuándo…?
A la sombra del sagrado tilo, que se alza junto al ruinoso templo, podemos imaginar al desterrado Abad. Sentado beatíficamente, quizá medita sus yerros pasados, tal vez rumia sincero arrepentimiento, o lee a hurtadillas el mágico grimorio, y añora posiblemente la vida disipada, mientras ríe para sus adentros, al pensar en el dicho popular: “la carrera que da el caballo, en el cuerpo la tiene...”

“Ayer vi una bruja
en Peñamellera,
que toca una chifla
y el diablu la lleva”

Salud y fraternidad.

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Asturias: Cuélebres, Xanas y... Templarios. 29 Sep 2012 10:23 AM (12 years ago)

Costa de La Marina astur, en cuyas horadadas calizas se refugian cuélebres, sirenas, espumeros, y lavanderas.
 
 
En el extremo oriental de La Marina asturiana, lindando con tierras cántabras, hay un pequeño enclave costero apenas conocido, pero muy digno de ser visitado. Se trata del mágico Bosque de San Emeterio, el encinar más importante de la costa cantábrica, que alberga también robles, madroños, abedules y acebos.
Su espesura cobija ancestrales tradiciones sagradas, que entremezclan historia con leyenda y mito con religión. Aquí, durante siglos, se mezclaron los susurros de las divinidades y espíritus ancestrales con los cánticos gregorianos de los monjes, las salmodias de los druidas con los rezos de los peregrinos.
Actualmente, entre el Cabo Santumedé [San Emeterio] y la margen izquierda de la Ría de Tina Mayor, por la que desemboca el divinizado río Deva, se extiende la parroquia de San Roque de Pimiango.
A estas costas torturadas, arribaron lo mismo piratas normandos que santos caprichosos. Todos dejaron su huella, sobre una tierra que ya era sagrada desde los albores de la humanidad.

 
Aquí nos habla la leyenda sobre tres hermanos, Tina, Marina y Medé [Emeterio]. Viajaban en barco, cuando toparon con unos piratas. Mas se encomendaron a la protección de la Virgen, consiguiendo llegar a salvo a la costa. Entonces juraron, que nunca volverían a poner los pies en un barco. Aunque cada cual adoptó una postura distinta sobre el mar.
Marina, decidió que no quería verlo ni oírlo, por lo que se aposentó en tierra de Llanes. Tina, que no quería verlo, pero si oírlo, fue a vivir al Monasterio de Tina, desde el que se oyen las olas bramar. Emeterio, como quería seguir viendo y oyendo el mar, se instaló en la ermita de su nombre, desde donde se oteaba y escuchaba el océano.
El pueblo de Pimiango, asentado antaño en el barrio de Haedín, por “las Bajuras”, estuvo dedicado a la pesca, hasta que a fines del s.XVI una galerna pilló por sorpresa a los pescadores, quienes perecieron en su práctica totalidad. Los pocos supervivientes, juraron dedicarse a otras actividades y morir de hambre antes que volver a la mar.
¿No será esto una leyenda, basada en la leyenda de los tres hermanos que renegaron de navegar?

Bosque de San Emeterio, o Santu Medé, hogar de trasgus, xanas, ventolines, cuélebres y busgosus.

 
Los lugareños cumplieron fielmente su juramento, pero no murieron de hambre. Mudaron sus viviendas, apartándolas de la costa, para recrear el pueblo junto a la Casona del Palacio, propiedad de los nobles Gutiérrez de Colombres. Y el nuevo lugar de Pimiango, se constituyó parroquia en 1659.
Los citados nobles, vista la habilidad de los vecinos para trabajar el calzado, instalaron en su Casona un taller gremial para enseñar el oficio. De aquella escuela salieron los numerosos zapateros que, durante siglos, recorrieron las comarcas norteñas viviendo itinerantes, y calzando a media humanidad.
Dichos artesanos, elaboraron una jerga propia de oficio, la llamada “lengua de los zapateros”, el “mansolea”. Por ello fueron conocidos como “los mansoleas”: señores de la suela [de “man”, señor, y “solea”, suela], con rico folclore y tradiciones propias.
Aunque tenían por patrono natural a san Crispín, eran incondicionales de los santos Emeterio y Celedonio, e hijos predilectos de Nuestra Señora de Tina. Devociones que difundieron en su errabundo vagar, mientras fabricaban y vendían sus artesanías.

En la umbría del bosque sagrado, los celtas astur-cántabros, tuvieron un santuario donde adorar a la Madre Tierra.

 
Pero el carácter sagrado de esta comarca no nace en el s.XVI, con los “mansoleas”, proviene de muy antiguo. En las afueras de Pimiango encontramos las primeras huellas en la cueva del Pindal, santuario Magdaleniense donde, hace 15.000 años, la humanidad paleolítica dejó grabados y pinturas, de carácter mágico propiciatorio, con bisontes, ciervos, caballos, mamuts, jabalíes y peces.
Con posterioridad, se sabe que la zona fue ocupada por los cántabros orgenomescos, que tuvieron en los alrededores un importante puerto, y en el encinar sagrado un santuario al aire libre, posiblemente dedicado al dios Lug y a la Madre Tierra. Sus cultos a las divinidades naturales, se perpetuaron al menos hasta el s.V d.C., haciendo caso omiso del Edicto de Tesalónica (año 380), dado por Teodosio, que convertía la religión cristiana en la única permitida en el Imperio.
Genios de la Naturaleza, que no han desaparecido del todo, pues la espesa foresta todavía es guarida del Busgosu…

 
“Isti faunu selváticu i cerdosu:
de los bosques guardián inofensivu,
tien pezuñes i tien cuernus de chivu,
pero ye mansolín i cariñosu”.

Ermita de los santos Emeterio y Celedonio, dos soldados romanos de origen celta.

 
El naciente cristianismo, a fin de imponerse, asimila las creencias anteriores. Así, su mitología inventa la leyenda de los hermanos Emeterio y Celedonio para sincretizar viejas divinidades célticas. Pues, entre ellos, eran muy comunes los dioses por parejas, como los celtíberos Arentius-Arentia, y por tríos, como las Dea Matres.
Los susodichos santos se dicen ser celtas, oriundos de las montañas de leonesas. Allí son reclutados por Roma e ingresan en las tropas auxiliares, indígenas, de la Legio Gemina Pia Felix, acampada cerca de Lancia (León). Por su valor en combate, son condecorados con sendos collares torques, galardón romano de tradición céltica.
Sin embargo, cuando ambos se convierten al cristianismo, en tiempos del emperador Valerio, s.III, acaban martirizados por no querer renunciar a su fe. Tras larga prisión, estos soldados de Roma y del Cristo, fueron decapitados en las afueras de Calahorra (La Rioja).

A la sombra de árboles mágicos y ancestrales, se resguarda la capilla de los santos hermanos.

 
Los relatos mitológicos cristianos, cuentan que los ángeles toman sus decapitadas cabezas y las colocan en un navío de piedra, el cual es milagrosamente guiado hasta la costa de Pimiango. Allí, un peñasco enorme labrado por las olas, dicen ser aquella “barca de piedra” en la que, milagrosamente, arribaron a este lugar las cabezas de los soldados celtas mártires de su fe.
Se levantó para ellos un pequeño templo, pero los clérigos del vecino Portus Victoriae reclamaron las reliquias y ambos hermanos fueron escogidos por patronos de aquella ciudad, que tomó el nuevo nombre de Portus Sancti Emeterii, luego Sant’Emter, y ahora Santander (Cantabria).
En su catedral se veneran hoy día, dentro de unas barbudas cabezas plateadas, que recuerdan aquellos enigmáticos relicarios del Temple, conocidos como “Bafomets”. 

En un entorno tan sacralizado no podía faltar la fuente mágico-milagrosa, manantial de aguas sanadoras.


No debemos olvidar que los celtas tenían especial querencia por las cabezas, como símbolo de poder divino, y que estaban muy presentes en sus santuarios.
Desaparecidas las reliquias y sus relicarios, con forma de cabeza, en Pimiango quedó el recuerdo de su devoción en la pequeña ermita de los Santos Emeterio y Celedonio, llamada de Santu Medé, erigida junto a la Cueva del Pindal.
Al lado del santuario brota una fuente, milagrosa ya en tiempos célticos cuando estaba habitada por una ninfa, y cuya agua cura numerosos “males de los huesos”, especialmente de las extremidades inferiores. Por ello, los peregrinos acostumbran a refrescar allí sus pies. 

 
“¡Valamé! ¡valamé!
Mi tíu Xicu rompió un pie,
y después que lu rumpió
llevólu a Santu Medé”.

Aquí baila el mocerío, y subasta el ramo en la fiesta del santo. Remedo de primigenias ofrendas vegetales, a los genios de la Naturaleza.

 
Las noticias más antiguas son del s.XIII, aunque la fábrica actual de la ermita es del XVI. Mucho más antiguo es el humilladero, sito en el prado frente a ella, una capilluca abierta, sobre cuyo altar unas cerámicas reproducen la desaparecida imagen del santu Medé. Allí, el primer domingo de marzo mozos y mozas festejan el “ramu”, con cánticos, bailes, y subasta de los roscos de pan que cuelgan de la florida enramada, semejando un árbol de la abundancia. 
La vieja escultura del sufrido san Emeterio, dio motivo a un grotesco chascarrillo. Un año, por no sé qué cuestiones, la imagen de la Virgen no estuvo disponible para su fiesta. Como no se resignaban a celebrarla sin ella, alguien tuvo la ocurrencia de tomar la imagen del Santu Medé y vestirlo con el traje de la virgen, oculta su romana impedimenta militar por ropajes y manto. Con solo la cara al descubierto, les quedó “una Virgen” muy presentable para pasar el trago.
Pero el pueblo llano, que es socarrón hasta con lo más sagrado, en medio de la procesión se descolgó con estas coplillas:

 
“San Emeterio glorioso
el porqué lo sabréis vos,
pues que fuisteis elegido
para ser madre de Dios”.

El camino hacia Tina, no es un camino cualquiera, se trata del mismísimo Camino de Santiago, en su variante costera cantábrica.

 
Sin embargo, no terminan aquí los enclaves de culto ancestral en Pimiango. De la citada ermita, parte un tortuoso camino que, atravesando espeso bosque, subiendo y bajando empinadas laderas, sorteando barrancos y arroyos, nos conduce, en unos tres largos kilómetros, al santuario de una antigua Diosa Madre, la Virgen Negra de Tina. Lugar de confusas leyendas relativas a la Orden del Temple, incluida la sepultura de uno de sus caballeros, y la veneración de “dos hermanos” templarios elevados a la santidad…
Pero antes de llegar allí, debemos detenernos a mitad de camino, para pedir permiso de paso a un mitológico personaje de la primitiva religión astur, que todavía vive en el recuerdo popular: el Cuélebre.   

Cámaras inferiores de los “bufones”, en la base del acantilado.

 
Por estas costas, abunda un espectacular fenómeno geológico que fue venerado como manifestación divina, ya desde el neolítico. Se trata de los denominados “campos de bufones”, abundantes entre Llanes y Unquera debido a la morfología kárstica de la zona, los cuales han sido declarados Monumentos Naturales.
Los bufones son formaciones geológicas, básicamente chimeneas verticales creadas por el agua de lluvia, en la roca caliza, que ponen en comunicación la superficie costera con la base del acantilado. El mar, a su vez, creó cámaras, en la base del cantil, que comunican con las citadas chimeneas.
De esta forma, la llegada de una ola a la cámara comprime el aire y éste sale por el agujero superior, a presión, emitiendo el característico “bufido” que da nombre al sistema.

Los “bufones”, resoplidos del cuélebre, manifestándose en la costa, con surtidores de agua a diferente altura.
[Foto por cortesía de http://www.tuescapadarural.com y www.picoseuropa.info].
 
Si además hay pleamar o temporal, son realmente peligrosos. Las olas, al romper en el acantilado, llegan a ejercer tal presión que expulsan por el agujero superior un surtidor de agua pulverizada, de entre 20 y 40 m., ocasionalmente acompañado de algas, piedras, arena, y otros restos marinos, incluso peces. Entonces, emiten un “bufido” que se puede oír a varios kilómetros de distancia, helando la sangre en las venas.
Los bufones no suelen aparecer solitarios, sino formando conjuntos, con diversa potencia en cada chimenea. En días de tormenta, esto les da un carácter terrible y espectacular, por lo cual la antigüedad tuvo tales fenómenos naturales como manifestaciones divinas, venerándolos con ritos propiciatorios.
En muchos de ellos, posteriormente cegados, han aparecido cráneos humanos, restos de fauna, cerámicas, y otros utensilios, que presuponen su utilización con fines funerarios, o propiciatorios, desde la prehistoria hasta época romana.

El barranco del cuélebre, abierto en la roca cuando el monstruo se deslizó ladera abajo hacia el mar.
 
Entre la ermita de San Emeterio y el Santuario de Tina, el camino debe salvar un barranco que se desliza por un pavoroso despeñadero hacia el mar. La sima, desemboca en el océano a través de un “bufón” que, ocasionalmente, brama y ruge amenazador, de modo que se oye desde el santuario.
Junto al Monasterio de Tina, en el roquedo tras los encinares, hay unas cuevas. Cuenta una leyenda de la zona de Pimiango, que en una de ellas vivía un Cuélebre, gran serpiente con cabeza y alas de dragón, custodiando rico tesoro. Para que no les devorase el ganado, los monjes  le mantenían con grandes panes de centeno, aunque no daban a basto para aplacar su hambre.
Hasta que cierto día, llegó un peregrino volviendo de Tierra Santa, quien ideó meter dentro de la hogaza, marcada con la imagen de NªSª de Tina, una piedra calentada al rojo. Al tragarla y sentir la quemazón, el Cuélebre se deslizó ladera abajo, hacia el mar, creando a su paso el surco que hoy es barranco. Sumergido en las aguas, enfrió la piedra y la escupió pero, escarmentado, no volvió a su cueva.
Dicen que los rugidos y bufonazos, que allí se oyen entre la neblina, los produce este monstruo, eternamente ofuscado porque los monjes se apoderaron del tesoro que dejó abandonado en la caverna.  

Tan cerca está el barranco del Monasterio de Tina que, cuando el Cuélebre ruge, el eco de sus bramidos reverbera en las bóvedas absidales.
 
Otra leyenda cuenta que, la hija de un noble, se enamoró de un criado del Monasterio de Tina. Enterado el padre, recurrió a una bruxa que encantó a la joven y la entregó al Cuélebre para que la custodiase en su cueva.
Por asegurarse, preguntó el padre a la bruxa si había algún  modo de romper el sortilegio, y ella le respondió con estos versillos:
 
“El que su hermosura
quisiere gozar,
al Cuélebre tres besos
debe de dar”.
 
 
En la parte inferior del barranco, se abre un agitado “bufón”, por donde ruge el Cuélebre de Tina.
 
Escuchó aquello el enamorado, que estaba escondido junto a la entrada, y al amanecer el día de San Juan, cuando los cuélebres están aletargados, lo besó tres veces en la frente, y recitó el conjuro:
 
“Si pasache por la maldita,
que pases por la bendita.
Si embruxáronte dous,
d’embruxáronte tres,
a Virxe, san Celedoniu i santu Medé.
 
Así, la moza quedó desencantada y libre. Corrieron al Monasterio, donde se casaron, y el padre no tuvo más remedio que admitirlos porque llevaron consigo parte del tesoro robado al Cuélebre...

Las ruinas del Santuario de Tina, donde se manifiesta la presencia intangible de los genios de la Naturaleza.
 
Continuamos el camino, con permiso del Cuélebre bufón, a través de la espesura. Se trepa una cuesta, se baja otra, se cruza un puente de madera sobre un arroyuelo, y aún tenemos que subir buen número de escalones, tallados en una ladera para hacer más fácil la durísima ascensión. Pero cuando llegamos arriba, contemplar todo cuanto nos rodea compensa de las penalidades sufridas.
Allí, entre el mar y la Sierra Plana de Pimiango, en la llamada “rasa de Tina”, un calvero del bosque que la maleza intenta engullir constantemente, se alza lo que resta del Monasterio y templo de Nuestra Señora de Tina. Su situación, en tan apartado lugar, no estaba elegida al azar.
Estamos en pleno camino costero de Santiago, los peregrinos desembarcados en Portus Victoriae [Santander] cruzaban la ría de Tinamayor por Bustiu y, luego de atravesar el Bosque Sagrado de Tina, continuaban hacia Oviedo por Llanes y Ribadesella.
Había algunos que, por diversos motivos, sólo se detenían en la ermita de San Emeterio, pasando de largo por Tina, para ellos los lugareños acuñaron estos acusadores versitos:
“Quien va a Santu Medé, sin pasar por Tina, honra al Santu pero no a la Santina”.

La espesa vegetación circundante, se traga cíclicamente las ruinas. Helechos, hiedras, zarzas y enredaderas, azotan sus piedras como si de un verde oleaje se tratara. 
 
El enclave monástico tiene su origen en los siglos VII–VIII, durante la implantación del cristianismo en esta comarca Premoriense del reino Astur, divisoria entre cántabros y astures. En origen se trataba de un cenobio “eremítico”, nacido por la agrupación de diversos ascetas, cuya recóndita situación lo colocaba al abrigo de los permanentes asaltos que sufría la costa, primero por parte de los normandos y luego de los musulmanes, -hasta que, en 1147, se neutralizaron los principales focos de piratas en Lisboa y Almería-.
También aseguran, antiguos cronistas, que aquí vinieron a refugiarse muchas gentes visigodas, cuando la invasión musulmana avanzó imparable hacia el norte peninsular.    

Perdidas sus cubiertas y abandonado a la rapacidad del olvido, el templo de Tina se resiste a desaparecer.
 
Durante la invasión árabe, del 711, arribaron aquí monjes hispano-visigodos y mozárabes, que se regían por el “pacto monástico” anterior a la regla monacal de San Benito, convirtiéndose en un Monasterio familiar bajo la protección de algún noble. Con el traslado de la corte astur a León, diversos cenobios pasan a depender de las pujantes abadías leonesas. Según documento del s.XVI, hallado en el archivo de los Álvarez de Asturias, el 25 de agosto del 932, el conde don Alfonso y su esposa doña Justa donan Santa María de Tina al Monasterio de Nuestra Señora de Lebanza, en la montaña palentina.
En este momento coinciden tres circunstancias favorables, una etapa de repoblación, el despegue de la economía agropecuaria, y el creciente auge de la peregrinación jacobea.
Ello permite que, a mediados del s.X, se acometa la reconstrucción del viejo templo, ampliándolo.
Surge entonces, el germen del edificio que hoy conocemos, una estructura de tres naves y triple cabecera.

Sólo su triple cabecera permanece, relativamente incólume, protegida por un muro vegetal.
 
La creciente importancia del Monasterio de Tina, queda reflejada en su declaración como parroquia, del Arciprestazgo de Ribadedeva, según recoge tardiamente el Libro Becerro del Obispo de Oviedo, don Gutierre de Toledo (1385-1389). Aunque, según otros, se trataría de un santuario actuando de parroquia en funciones, ejerciendo su labor pastoral entre los dispersos asentamientos del contorno. Es curioso que, a pesar de titularse Monasterio, no existan testimonios documentales sobre su pertenencia a alguna de las órdenes monásticas conocidas. ¿Qué desconocidos monjes regían Tina, y administraban sus poderes espirituales? 
La fama de su Virgen, hace que a fines del s.XII, o inicios del XIII, se produzca una nueva reforma y ampliación, que le proporciona los rasgos románico-góticos actuales. Los trabajos arqueológicos realizados entre 1985 y 1986, han sacado a la luz una estructura de tres ábsides semicirculares, con un corto presbiterio, que continúa ahora en nave única con cubierta de madera. Elevado sobre la nave mediante tres escalones, el ábside central es el doble de grande que los laterales, y se comunica con ellos mediante pequeños arcos inter-absidales.

Ábsides rudos, sencillos y ascéticamente monacales, custodios de un tesoro espiritual.
 
El conjunto, aparejado a base de sillares en pilares y arcos, es de mampostería en el resto de la fábrica. Y, nueva curiosidad, a pesar de lo próspero del enclave, carece por completo de elementos ornamentales. Todo tiene un extraño aire, de primitiva austeridad: las ventanas absidales son simple saeteras, la portada oeste es un simple arco apuntado, los canecillos son lisos, el arco triunfal tiene molduras desornamentadas, los nervios de la bóveda absidal son simples sillares escuadrados… ¿Se pretendía, con esta ausencia de elementos esculturados, resaltar la presencia de la Virgen de Tina? ¿Estaría la riqueza en sus muros interiores, cubiertos de frescos?
Entre los ss.XVI-XVII, se elevaron los muros de la nave, y se levantó el gran arco central, para colocar nueva techumbre. La espadaña, parece corresponde a esa época, así como el ámplio pórtico que apoyaba en la fachada oeste mediante mensulones.
Los exiguos restos anejos al templo, son cuanto queda de las dependencias monasteriales, estructuras que nos hablan del carácter agrario y autosuficiente del cenobio. Buen ejemplo, son los restos de un horno adosado al nuro suroeste.

El templo del s.X tuvo tres naves, una por cada ábside, pero el del s.XII-XIII las unificó.
 
La crisis económica y social del s.XVII, provocada por la política de los Austria, produce la ruina de la burguesía, el declive de ganadería, industria y artesanado, revueltas populares, aparición del hambre, la miseria, el bandidaje, y un descenso demográfico. En estas circunstancias, el 29 de enero de 1626 la Abadía de Lebanza vende a Juan Escalante de Mendoza, vecino de Colombres, el monasterio de Tina “con todos sus derechos y hacienda, señorío y propiedad”. En la escritura de venta se estipula que “el prior de Tina, Toribio Ruiz, de ochenta años, pueda continuar en el monasterio hasta su muerte”.
El comprador no debió adquirir el Monasterio por pura “devoción”, sino para explotar sus propiedades agrícolas y ganaderas. De modo que en poco tiempo, el título de parroquia pasó a Pimiango, en 1656, y el santuario quedó reducido a ermita. No obstante, la fama de la Virgen de Tina continuó pujante, como se recoge en el archivo parroquial, donde todavía en 1765 se registran bodas, bautizos y oficios de difuntos en la ermita de Tina. Aunque su decadencia era ya imparable.

A los pequeños ábsides laterales, se accede por unos arcos abiertos en la capilla mayor.
 
En 1826, el Libro de Fábrica del templo parroquial de San Roque, en Pimiango, contiene esta anotación referida al señor obispo: “…Informado de que, en el pueblo de Pimiango, se encuentra la ermita de Santa María de Tinamayor, bastante arruinada por la omisión de los patronos …manda S.S. que les haga saber, que inmediatamente dispongan la reedificación de dicho Santuario”.
Parece que muy poco caso hicieron a su eminencia, y la desamortización, de 1835, acabó de dar el golpe de gracia a la desatendida ermita.
En 1921, el lugar había llegado a tal grado de abandono y destrucción que, don Aurelio de Llano, en su magnífica obra “Bellezas de Asturias” lo describe así: “...el templo de Santo Medero, cerca del cual existen las ruinas de una capilla ojival [SªMª de Tina] ...no merece la pena ir a verla”.

 
Conjunto sobrio y digno, carente de cualquier decoración, para no hacer sombra a su verdadero tesoro: la Virgen de Tina.
 
En 1927, el presbítero don José F. Menéndez, de la Real Academia de la Historia, nos deja noticia, que recogió in situ en compañía del Conde de Polentinos, sobre la existencia de dos santos templarios. Noticia contrastada luego, por el presbítero, en el selecto archivo de los Álvarez de Asturias, que poseía don Rodrigo Noriega.
La noticia viene de antiguo, pues la recogieron a mediados del s.XIX, el señor Sarandeses y el padre Miguélez. Dicen tales autores que, cuando ellos visitaron el santuario, había a los lados de la Virgen dos esculturas que veneraban los fieles cual si fuesen santos, preguntados los lugareños por la personalidad de tales personajes, les contaron que eran “dos caballeros del Temple, descendientes de la nobiliaria casa de Noriega, muertos en olor de santidad”.
Sorprendente noticia, habida cuenta de la ausencia de documentación sobre la presencia del Temple en Asturias.

Fotografía realizada hacia 1900, donde se aprecia la imagen de la Virgen, y a su derecha las esculturas de los dos “santos templarios”.
 
Los investigadores de 1927 no pudieron ver ya tales santos, tuvieron que contentarse con una vieja fotografía, pues según les contaron, a principios del s.XIX, “creyéndolas tesoro artístico” fueron trasladas a Madrid para su restauración.
El caso es que, al cabo de reclamarlas mucho, tanto el párroco como los fieles, acabaron contestándoles que no eran de ningún valor, estando en tan mal estado, que “al pretender restaurarlas se habían deshecho…” Una “autodestrucción” muy conveniente para los depositarios, que se libraban así de demostrar la carencia real de valor y, sobre todo, de devolver las esculturas.
¿Dónde fue a parar esta pareja de “santos templarios”? ¿En qué oscura mansión reposan los santos caballeros templarios, de ignorada advocación?
 
 
Foto de 1927, el templo desde la portada oeste hacia los ábsides.
 
En las excavaciones de los años ochenta, se constató que el interior del templo era un verdadero camposanto. El edificio del s.XII se había construido sobre aquel del s.X, respetando sus enterramientos, y añadiendo muchos otros nuevos, tanto dentro como fuera de la nave. No es de extrañar esta querencia funeraria, pues la fama del santuario propiciaría que muchos vecinos, nobles y plebeyos, buscasen el reposo eterno junto a la milagrosa imagen de la Virgen de Tina. A ellos habría que añadirles, los peregrinos jacobeos que fallecieran a su paso por el Monasterio.
De entre tantas tumbas anónimas, sobresalen dos, cuyas laudas aparecieron en la nave del templo. Una, completamente lisa, está tirada en el suelo partida en dos, junto al muro norte. La otra, que presenta decoración aserrada en los bordes y un ondulante tallo vegetal central, fue llevada al Museo Arqueológico de Oviedo.  
 
 
Lauda sepulcral de Tina, hoy en el Museo Arqueológico de Oviedo, perteneciente al sepulcro de un “santo templario” que luchó contra el Cuélebre.
 
De ésta, decían los viejos del lugar que pertenecía a la tumba de “un santo templario”. ¡Precisamente aquel peregrino que se atrevió a luchar contra el Cuélebre, y lo desalojó de su cueva! ¿Será posible? ¿Santos templarios, enterrados y venerados, en estas apartadas soledades astures? Lo más curioso, es que no se afirma la pertenencia del Monasterio y Santuario a la Orden del Temple, sino tan solo la veneración y enterramiento de algún caballero en el templo.
¡Cuando el río de la tradición suena… es que agua histórica lleva!
También se conserva, en la parroquial de Pimiango, una talla de madera procedente de Tina, con Santa Ana, la Virgen y el Niño, datada entre los ss.XV-XVI, trío que nos recuerda aquellos grupos de célticas “Matres”. Por la devoción de esta imagen, durante una época el templo fue conocido como “ermita de Santa Ana”, y su enclave como “Campa de Santa Ana”.

Nuestra Señora de Tina, Gran Madre del Bosque Sagrado, en su estado actual, restaurada y repulida.
 
Pero la verdadera dueña y señora del lugar es Nuestra Señora de Tina. Se trata de una imagen, en madera policromada, de la Virgen con el Niño, de mediados o fines del s.XII. Aunque perpetúa rasgos iconológicos del románico más antiguo, pues aparece como una “sede sapientiae” con el hijo centrado en el regazo, frontalidad, hieratismo de los personajes, arcaísmo en las vestiduras.
Es significativo que la imagen permaneciera siempre en el santuario, aun después de su ruina y abandono. Allí continuó, a la veneración de sus devotos, apenas protegida por la bóveda absidal, sobre el altar mayor. En medio de los muros que se derrumbaban, comidos por la maleza, estuvo recibiendo la visita de cuantos fieles se atrevían a penetrar la espesura del bosque, atravesar sus barrancos, cruzar sus arroyos y subir sus cuestas, para pedirle sus favores o presentarle sus agradecidos respetos.

La imagen de la Virgen “Morenita” de Tina, en 1927, entre las ruinas de su santuario. Cuando todavía conservaba restos de su policromía, que la delataban como una Virgen Negra.
 
Allí podemos contemplar a la “Morenita de Tina”, en aquella vieja foto de principios del s.XX, acompañada de los dos desconocidos “santos templarios”, dentro de un pequeño retablito, reinando entre la vegetación que trepa por sus muros. Como aquellas Madre Tierra, triples, que veneraron los célticos pobladores de este bosque sagrado. Y allí volvemos a verla, en 1927, cuando la fotografiaron, ya muy deteriorada, don José F. Menéndez y el Conde de Polentinos.
En medio de su selvática ruina, sobrevivió a los desmanes revolucionarios de los años treinta. Durante la guerra civil, de 1936, la imagen fue ocultada en el interior del faro de San Emeterio, salvándose así del triste destino de tantas viejas imágenes asturianas.
 
 
Bóveda absidal, sus rudos sillares ¿estuvieron cubiertos de frescos con la historia de la “Morenita de Tina”?
 
La divina efigie pasó luego a la sacristía del templo parroquial de San Roque, en Pimiango. En el año 1946, se intentó una restauración muy rudimentaria, con penosos resultados, en el Taller de Arte Religioso de Madrid, aunque al menos no sufrió el sino fatal de sus compañeros los “santos templarios”.
En 1986, padeció una nueva restauración en el taller “Regina Coeli” de Santillana del Mar. Reparación de calidad, pero excesivamente libre, que eliminó el fruto en la mano derecha de la Virgen, se inventó las manos y objeto que había en las del Niño, reinventó los rasgos de ambos suavizando su hieratismo, y lo peor de todo, trastocó los colores de vestidos y rostros, ocultándonos que en su origen la “Morenita de Tina” fue una Virgen Negra, sustituta de la Gran Madre ancestral.

El elevado suelo del ábside central, ha sido removido en varias ocasiones por los buscadores de tesoros. ¿Encontraron aquí el oro del Cuélebre de Tina?
 
Las piezas del rompecabezas están incompletas, pero basta enumerarlas para hacerse una idea del paisaje sagrado que debió componer: prehistórica cueva santuario, céltico templo en el Bosque Sagrado, fuente mágico-milagrosa de Santu Medé, cabezas-reliquias de la pareja santa Emeterio y Celedonio, leyenda del Cuélebre bufón, Camino Jacobeo, Monasterio de Tina donde se venera una posible Virgen Negra, esculturas de dos presuntos santos templarios, tumba de otro hipotético caballero del Temple matador del Cuélebre, y cueva con Xana custodia de mágico tesoro.
Un revoltillo propio del trasgu más travieso y enredador:
 
Agora non se ve, pero mió güelu
diz que lu vio cuando elli galantiaba,
qu’a los mozacos recios atutiaba,
i a los vallentes yos tomaba’l pelu”.

Lauda sepulcral de personaje desconocido, estaba entera hasta no hace mucho. La santidad del lugar, no lo protege del ataque de los vándalos.
 
, también una Xana, porque frente al Monasterio de Tina, en  una cueva vecina a la del citado Cuélebre, dicen los más ancianos del lugar que vivía uno de tales genios femeninos. Sentada a la entrada de su vivienda, el encanto hilaba con su rueca copos de oro, y prometía a los hombres sus tesoros si conseguían desencantarla. Pero ninguno se atrevía, porque de fracasar les esperaba la muerte. Hasta que un pastor, más valiente o irresponsable, se atrevió.
El reto, consistía en tomar la Xana en brazos y bajarla de un tirón hasta la playa, sin dejarla caer. Dicho y hecho, la cargó en sus brazos y emprendió la bajada hacia el mar. A medida que descendían por el bosque, la Xana se iba desencantando, pero cada vez pesaba más. Casi a punto de llegar al agua, el peso era ya tan grande que el pastor se sintió desfallecer, entonces relampaguearon los cielos, tronaron las nubes, y el pastor, del peso y del susto, dejó caer a la encantada sobre la arena. La Xana, convertida en niebla, regresó a su cueva. El pastor, agotado entregó allí mismo su alma.
Casualmente, dicen que la imagen de la “Morenita de Tina”, cuando se arruinó el santuario y quisieron trasladarla a Pimiango, fue cargada sobre un carro de bueyes. Pero, a poco de emprender el camino, se fue tornando cada vez más pesada, hasta que los animales no pudieron seguir tirando de ella, por lo que hubieron de volverla a su viejo templo…
 
“Dichosu d’el pereginu
que cruza en Bustiu la ría
i que llega a descansar
xuntu a la Virxen de Tina.
Qué bien duerme el peregrinu
cuandu la Virxen le mece.
¡Ay, quien fuera peregrinu,
en Tina, cuandu amanece!

Al lado derecho del ábside central, una oquedad recibe los “exvotos literarios” de los fieles que todavía acuden a las ruinas del santuario ancestral.
 
Todavía hoy, a pesar del abandono del lugar, las buenas gentes de los contornos continúan acudiendo el ruinoso santuario. No les importa la caminata, ni los obstáculos del bosque, ni el Cuélebre bufón, ni siquiera les importa que la Virgen Negra de Tina ya no more allí. Se adentran entre la maleza que devora las piedras, llegan al ábside y, en una oquedad lateral, depositan papeles con notas de agradecimiento a la divinidad. Porque algo les dice que, allí, y precisamente allí, con imagen o sin ella, es donde se manifiesta el poder celestial. La experiencia ancestral, les susurra que ese es un lugar de “Poder”, en el que la energía de Cielo y Tierra se unen para manifestar lo prodigioso.
Emprendemos el camino de regreso. Una música sorda, sin notas, resbala entre las vacías bóvedas y rebota en los viejos muros del santuario de Tina. Parece el simple murmullo de las hojas, pero en realidad se trata de la lengua ignota del bosque, mediante la cual, los milenarios espíritus de la espesura entonan su cántico a la Madre Tierra.
Salud y fraternidad.

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El Bierzo Templario: Ponferrada y la Tau perdida. 17 Sep 2012 10:23 AM (12 years ago)

De los diversos elementos de curiosidad, que presenta el castillo templario de Ponferrada, hay uno que suele pasar desaparcibido al ojo del visitante no avisado, aunque se trata de un enigma de primera magnitud, un interrogante que, hasta el día de hoy, carece de solución.
Nos referimos a la controvertida cruz Tau, cuya pertenencia a la Orden del Temple es afirmada y negada, indistintamente, con una vehemencia digna de mejor causa.
¿Estamos ante una divisa simbólica del Temple? ¿O es acaso el blasón de Pedro Álvarez de Osorio, señor feudal de Ponferrada, tras la desaparición de los templarios?
 
Entre 1174 y 1312, -salvo un breve paréntesis, del 1204 al 1211-, Ponferrada perteneció a la Orden del Temple, con la categoría de Encomienda, gobernando desde allí sus numerosas y ricas posesiones, tanto materiales como espirituales, repartidas por estas mágicas comarcas.
Encaramado en un farallón rocoso, sobre el río Sil, hubo un castro celta, que los romanos convirtieron en la mansión Interamnio Flavia. Sobre las ruinas de aquella fortaleza romana, el Temple levantó su castillo. Sin embargo, el conjunto fortificado que podemos ver hoy no se corresponde exactamente con la estructura templaria, pues se trata de la superposición ocasionada por los añadidos y reconstrucciones de sus sucesivos poseedores. 
 

Plano del castillo de Ponferrada, trazado por José María Luego, en 1929. La línea roja señala el "Castillo Viejo", la estructura original de la Encomienda del Temple que ha sufrido menos remodelaciones.
 
La obra del Temple estaría formada por el llamado "Castillo Viejo", conjunto agrupado en la esquina norte del recinto, que constituiría el corazón de la encomienda, así como la extensa fortificación exterior que convierte el conjunto en un fuerte albácar, semejante al de su encomienda toledana de Montalbán.
El albácar, consiste en un espacio amurallado independiente del castillo, pero unido a él, que por su capacidad permite contener dependencias anexas, como graneros, establos, así como la eventual concentración de un gran número de tropas, o el refugio de los aldeanos y su ganado en caso de peligro.
Desaparecido el Temple, los diferentes dueños fueron remodelando, añadiendo y derribando, construcciones, aunque respetaron la estructura general del conjunto. 

Los detractores de la autoría templaria, de las citadas cruces Tau, alegan que están situadas en sillares correspondientes a la obra posterior a la desaparición del Temple, estando ausentes del Castillo Viejo, aunque ello suponga ignorar que la cerca exterior fue también de la Orden.
Los partidarios del templarismo, para las Tau ponferradinas, afirman que dichas cruces fueron extraídas del recinto albácar templario arruinado, siendo incluidas en la obra posterior de reconstrucción. Hoy por hoy, las posturas parecen ser irreconciliables.
Son varios los ejemplares, de cruces Tau, que se encuentran todavía repartidos por los muros de la fortaleza. En concreto, se conservan cuatro, aunque hubo otras que hoy están en paradero desconocido.

De las conservadas in situ, la primera se encuentra sobre el arco de la portada principal, tras el puente levadizo.
Es un bello ejemplar de cruz, commisa y paté en forma de Tau, rehundida en un sillar de granito, como todas las demás del castillo, y la mejor conservada del conjunto. La belleza de su simple geometría, presta elegancia a su ignoto misterio.

La segunda, muy erosionada, aparece sobre el arco de acceso a la Torre del Homenaje, coronando una deteriorada inscripción, hoy prácticamente ilegible, sobre la que luego hablaremos.

La tercera, medianamente conservada, campea sobre la puerta de acceso al cuerpo de guardia, en la parte superior de la Torre de los Caracoles, y es prácticamente idéntica a la del acceso principal.

La cuarta y última, también muy deteriorada, se sitúa sobre la poterna del segundo reducto, junto a la Torre Malpica y la Torre del Homenaje del Castillo Viejo, o recinto templario.
Una quinta, que estaba sobre cierto arco interior, desapareció, y en 1929 se encontraba sobre la puerta del Cementerio Viejo de Ponferrada.
Otra, muy especial, desapareció hace unos ciento setenta años…

La inscripción de la torre del homenaje, fue recogida por el inspirado poeta-historiador Enrique Gil y Carrasco en su romántica novela sobre el Temple, “El Señor de Bembibre” (1844), porque en su época todavía era legible dicho texto bíblico: “Dominus mihi custos et ego dispersam inimicus meos” -Sea el Señor mi guardián y yo dispersaré a mis enemigos-. Texto que también recogió Acacio Cáceres Prat en “El Vierzo. Su descripción e historia, tradiciones y leyendas” (1883).
Sobre la entrada a ciertas estancias interiores, ya desaparecidas, hubo otra lápida con la doble inscripción bíblica: “Nisi dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam”, -Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan sus guardianes (Salmo 127, 1), seguido del antedicho Dominus mihi…”.  

Esa lápida, parece ser la misma que podemos ver en un olvidado cuadro, realizado hacia 1840 por Lorenzo Fuentes, expuesto en el Museo Arqueológico de León desde 1893. Dicha inscripción se conservaba, en 1929, en el interior de la casa ponferradina del señor Ricardo Vallinas, donde la vio y copió el historiador José María Luengo y Martínez.
En esa obra pictórica, ante la maltratada fortaleza templaria, pero todavía bien conservada, se aprecia en el suelo una lápida, con la ya nombrada inscripción bíblica, en macarrónico latín: “Nisi Dominus edificavit domiu vanu laborant qui edifica ean. Domino michi auditor e ego dispiciam inimicos meos”.

A su lado, vemos tumbada la dovela de un arco, con extraños símbolos: una estrella de ocho puntas, formada por el entrecruzamiento de dos cuadrados, en cuyo interior campea una cruz Tau que, bajo sus brazos, cobija un poliskel solar y una estrellita de ocho rayos
Una cartela explicativa, en la parte inferior del cuadro, reza así: “Ponferrada: Fortaleza del Temple como estaba en 1840. Lápida de la entrada de las habitaciones, restos de la ventana gemela gótica y curiosa clave de la puerta de las caballerizas que desaparecieron con el derribo permitido en 1848 salvándose la lápida que se conserva”.
Sin embargo, el descubrimiento de la existencia de otra lápida y dovela, semejantes, en un castillo templario vecino, no solo no aclara su enigma, sino que lo complica.


Sobre el arco de acceso al castillo de Ulver-Cornatel, antigua Encomienda Menor, dependiente del Temple de Ponferrada, un hueco delata que de allí ha sido arrancada una gran pieza de piedra. Sólo tendríamos sospechas de lo que ese vacío pudo contener, si no fuese por la descripción que, de Ulver, hizo el cronista oficial de León, don Mariano Domínguez-Berrueta (1871-1966), quien a inicios del siglo pasado alcanzó a ver en su lugar la desaparecida piedra armera, que describe de esta guisa:
   “Una piedra marcada con la cruz Tau, y la divisa ‘Dominus mihi custos et ego dispersam inimicos meos’, encerrada en dos cuadrados enlazados, conteniendo además una rosa y una estrella”.
Exactamente los mismos elementos que campean en el castillo templario de Ponferrada. La misma inscripción, la misma cruz Tau, los mismos símbolos solares…
Por desgracia, ambas piedras han desaparecido. ¿Quizá porque el Señor dejó de ser su custodio, y los templarios ya no pudieron dispersar a sus enemigos?
Salud y fraternidad.

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El Bierzo Templario: Castillo de Ulver. 24 Apr 2012 1:17 AM (12 years ago)

En el sinuoso camino que, siguiendo el curso del río Sil, baja desde Ponferrada para acceder a Galicia en dirección a Ourense, justo al lado de Villavieja, se alzan los restos del Castillo de Cornatel, así llamado en los documentos, desde 1378, cuando estaba en manos de la poderosa familia Osorio.
Esta ruta, era utilizada como variante del camino a Compostela, y en su comienzo se encuentra la explotación aurífera, romana, de Las Médulas, y el mítico lago de Carucedo, con su Xana encantada habitando una ciudad sumergida.
Durante siglos, las gentes de la comarca sostuvieron la tradición de que tal castillo había pertenecido a la Orden del Temple, como parte de su encomienda de Ponferrada, aunque no aparecía en documentación alguna. Sin embargo, antes de sonreírnos o despreciar las tradiciones populares, mejor será que lo pensemos dos veces, reflexionando sobre el curioso caso de la fortaleza de Cornatel.
 
 
Ciertos intelectuales, confiados en los relatos populares, daban por buena la presencia del Temple en Cornatel, lo cual provocaba que muchos “eruditos académicos” se burlasen de la credulidad del populacho, y de los “intelectuales” que les daban pábulo.
Entre esos intelectuales se encontraba el escritor berciano Enrique Gil y Carrasco quien, como ayudante en la Biblioteca Nacional de Madrid, aprovechó la documentación templaria allí existente, y la complementó con las leyendas de su tierra sobre Cornatel. Así nació, su novela “El señor de Bembibre” (1843), en la mejor tradición histórica del romanticismo.
Por el contrario, existía otro castillo berciano, el de Ulver, que sí estaba suficientemente documentado como posesión de la Orden del Temple. Así lo acredita una escritura del Cartulario de San Pedro de Montes, del año 1228: “Tenente Ulver Freyres del Templo”, “…teniendo Ulver los hermanos del Temple”, señal de que se hallaban en posesión del castillo desde años atrás, asegurando algunos autores que les fue otorgado a fines del s.XII.
 
También hay documentación sobre las posesiones vecinas que controlaba esta fortaleza, actuando en ocasiones como “encomienda menor”. Así, el Tumbo Viejo de San Pedro de Montes, cita en 1197 a “frey Pedreion encomendador de Priaranza”. Un documento, de 1222, fija los derechos a percibir por el Temple en Salas de la Ribera. Otras escrituras, de 1259 y 1261, citan algunos de sus dominios en los lugares de Borrenes y Priaranza, enclavados todos en las cercanías del castillo de Ulver.
Esta fortificación, destacada por su importancia estratégica, vigilando un paso natural de salida hacia Galicia por la cuenca del Sil, recibe su nombre del río homónimo, que denominó antaño la “Tierra de Ulver”, una tenencia del condado Bergidense, cuyas tierras se aglutinaban alrededor del castillo de Ulver, nombre que hacen derivar del latín umber, “carnero salvaje”.
 
El único problema de Ulver, es que nadie sabía donde se encontraba situada tal fortaleza templaria, muy bien documentada pero en paradero desconocido.
Ateniéndose a los lugares que dependían de dicho castillo: Salas de la Ribera, Borrenes y Priaranza, el candidato más probable para ser identificado con Ulver, era Cornatel, de cuyo nombre no existían referencias anteriores a la extinción del Temple.
Hasta que, tras muchos años de estudio e investigación, el historiador Augusto Quintana Prieto, descubrió las pruebas escritas que respaldaban la “credulidad del populacho” y “de algunos intelectuales”, y le daban carta de naturaleza.
Dichas pruebas, publicadas hacia 1950,  se encuentran en el Cartulario de San Pedro de Montes, donde se cita el castillo de Ulver en 1065: “doy una heredad mía en el lugar de Borrenes, en Territorio del Bierzo y junto al castillo de Ulver”. Al lado, un monje acabó escribiendo esta “marginalia” aclaratoria: “Ulver, es castillo de Cornatelo”.
 
Ya no había duda alguna, el Ulver que los documentos antiguos ponen en manos de los templarios, es aquel Cornatel que la tradición popular atribuía a los caballeros del Temple.
Su origen, todavía no dilucidado, está en algún castro céltico-astur, transformado en castrum romano fortificado que, durante los ss.I y II, protegiera militarmente el yacimiento minero de las Médulas.
Ignoramos su devenir tras las invasiones bárbaras, ya que en tiempos visigodos parece quedar relegado a un segundo plano, pero posteriormente reaparece como puesto defensivo frente al avance árabe, y en los ss.X-XI se lo nombra como destacado “castellum” del reino de León ante los musulmanes.
De 1093 a 1109 tuvo la tenencia de Ulver la condesa Jimena Muñiz, amante de Alfonso VI, y abuela del primer rey de Portugal, Alfonso I Enríquez*. Luego recaerá en manos de diversos nobles, especialmente del linaje Froilaz, hasta que a comienzos del s.XIII pasa a poder del Temple.
 
En Ulver las fechas bailan una danza confusa. La documentación señala que, en 1196, está en manos del noble Pedro Canada, y en 1213 ostenta su titularidad el Concejo de Ponferrada. De ahí que algunos aventuren que el Temple entró en posesión del castillo hacia 1198, poseyéndolo hasta 1204 cuando Alfonso IX les obliga a entregar las posesiones bercianas. Otros, barajan una fecha comprendida entre 1218 y 1228, en concordancia con adquisiciones posteriores a la devolución, en 1211, de los bienes retenidos por la Corona durante esos siete años.
Luego, hasta el fin de la Orden en 1312, la historia templaria de Ulver transcurre silenciosamente. Los caballeros administran sus posesiones en Salas de la Ribera, Borrenes, Priaranza, y algunos más. Protegen el paso de peregrinos, auxiliando a los enfermos en sus hospitales, controlan las rutas de los mercaderes, y reprimen el bandolerismo.
 
A la disolución de los Templarios, las posesiones bercianas de la Orden, entre ellas Ulver, pasaron a poder de la Corona, que acabó entregándolas a la poderosa estirpe de los Condes de Lemos, hacia 1340.
Estando en manos del despótico Conde de Lemos, Pedro Álvarez de Osorio, tuvo lugar la rebelión galaica de los irmandiños (1467-1469), quienes se aliaran con los bercianos para asaltar el castillo, que resultó devastado. Fracasada la revuelta, Ulver, que desde 1378 ha cambiado su nombre por Cornatel, es reconstruido.
Pero ya no recuperará su esplendor de antaño. A partir del s.XVII, sufritá un progresivo abandono, culminando en el s.XIX. Cuando a partir de 2004 se inicie su proceso de restauración, los siglos de ruina y saqueo lo habrán privado de sus elementos más señeros, impunemente expoliados por saqueadores de todo pelo.
 
El castillo templario, tras la reconstrucción del Conde de Lemos en el s.XV.
[Plano, por cortesía de: http://www.nrtarqueologos.com/excavacion-arqueologica-en-el-castillo-de-cornatel-leon/].
  
La estructura fortificada de Ulver, se adapta al irregular peñasco alargado sobre el que se alza, a fin de aprovechar la defensa natural que su escarpada orografía le proporciona. Su cara nordeste, por ejemplo, apenas requiere muros, pues se alza sobre un vertiginoso despeñadero. Esta circunstancia, se explota para situar ventajosamente el acceso mediante un estrecho sendero, conocido como “rampa mulera”, que al estar encajonado entre el precipicio y el muro norte, proporciona una defensa óptima de la retranqueada portada principal.
Sobre el arco de dicha puerta, un hueco delata que de allí ha sido arrancada una gran pieza de piedra, o varias:
Parece que este misterio nos lo aclararía la descripción que, de Ulver, hizo el cronista oficial de León, don Mariano Domínguez-Berrueta (1871-1966), quien a inicios del siglo pasado alcanzó a ver allí la desaparecida piedra armera, que describe de esta guisa:
   “Una piedra marcada con la cruz Tau, y la divisa ‘Dominus mihi custos et ego dispersam inimicos meos’, encerrada en dos cuadrados enlazados, conteniendo además una rosa y una estrella”.
 
[El  símbolo tallado en una dovela del castillo de Ponferrada, según lo dibujó el investigador José Mª Luengo a partir de un cuadro de 1840. Don mariano Berrueta, afirma haber visto idéntico símbolo en Ulver].
 
Sin embargo, el enigma no sólo no se aclara sino que se complica. Porque dicho símbolo, y la inscripción que lo acompaña: “Sea Dios mi custodio y yo dispersaré a mis enemigos”, aparecen también en el castillo templario de Ponferrada. Es decir, aparecían, según podemos ver en un cuadro realizado hacia 1840 por Lorenzo Fuentes, conservado en el Museo Arqueológico de León.
En esa obra pictórica, ante una fortaleza maltratada, pero todavía bien conservada, se aprecia en el suelo una dovela con idéntico símbolo al de Ulver. ¿Estamos ante una divisa del Temple? ¿O es acaso el blasón del señor feudal de Ulver y Ponferrada?
Son escasos los documentos conservados, de los casi cien años que la Orden permaneció en posesión de esta fortaleza, dependiente de la Encomienda de Ponferrada. Por el contrario, Ulver-Cornatel, resulta abundante en leyendas y tradiciones populares, en las que se funden viejos mitos célticos con recuerdos templarios y tradiciones de los feroces señores de Osorio.
 
En los filandones, al amor de la lumbre, contaban los vecinos del contorno, que un “encomendador” de Ulver gustaba de pasear cada día hasta cierta fuente sita en el camino de Villavieja. Allí conoció una misteriosa dama, que llenaba su cántaro y peinaba los cabellos al borde del agua. Tras algunos encuentros, pasó lo que tenía que pasar, y el templario rompió su voto de castidad. Descubiertos los amantes, fueron muertos por los templarios al pie de la fuente, quizá un agosto o un septiembre. Desde entonces, al final del verano, las noches de luna llena, junto al venero de agua se pueden ver los esqueletos de ambos amantes yacer sobre la hierba. Sin embargo, al acercarse el observador, los huesos de la visión se transforman en serpientes que escapan por la espesura. Esto es así porque, según afirman, la bella dama era una Xana…      
También narraban, durante los magostos, que en la primera luna llena del verano, aparece sobre la cercana Pedra do Home, una misteriosa espada encima de la roca. Dicen ser la espada del último “maestre” templario de Ulver, que se manifiesta en espera del paladín que la tome para defender el honor de la extinta Orden. Y dicen más, que algunas noches, de los calabozos subterráneos escapan lamentos desgarradores, que exhalan las almas en pena de los templarios allí ajusticiados, por los hombres del cruel señor de Osorio, tras su detención...
 
Por supuesto, no falta la tradición sobre un pasadizo secreto que, por caminos subterráneos, enlaza Ulver con la fortaleza de Ponferrada. Ni las consejas sobre tesoros ocultos, como cierto cofre lleno de áureas monedas, o aquel juego de bolos de oro regalo de la Xana a su enamorado el “encomendador”…
Lo curioso, es que el pasadizo existe, pero a poca distancia de su entrada los derrumbes lo obstruyen. ¿Están allí dentro los tesoros que cuentan las leyendas locales? Verdadero o falso, lo cierto es que, durante siglos, los saqueadores han horadado por todo el recinto, sin que sepamos si desentrañaron el secreto, o si los espíritus templarios se los llevaron con ellos.
La fortaleza de Ulver, sumergida en la exuberante naturaleza de estos montes olvidados, nos conduce a un tiempo mágico, donde todos los misterios son posibles.
Sin embargo, a su lado, humilde y silencioso, pasa el Camino Jacobeo, arrastrando una fe muy antigua, anterior al propio señor Santiago, que trasciende los siglos.
Salud y fraternidad.

___________________________________
*Doña Jimena tuvo dos hijas bastardas con el rey Alfonso VI: la primera, Elvira de Castilla (1081-1156), casó con el conde Raimundo IV de Tolosa; la segunda, Teresa de León (1083-1130), tomó el título de Condesa de Portugal al casar con Enrique de Borgoña, y su hijo Alfonso I Enríquez fue el primer rey de Portugal.   

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El Bierzo Templario: Pieros. 18 Mar 2012 11:31 AM (13 years ago)

Templo de San Martín, en Pieros (León), que formó parte de una desaparecida casa fuerte templaria.

Que la Orden del Temple estuvo, fuertemente asentada, en las leonesas comarcas del Bierzo y la Maragatería, es un hecho indiscutible. Su encomienda, con sede en Ponferrada, administraba las diversas posesiones de los contornos, aunque, a pesar de su importancia, tampoco en estas tierras está claro cuales eran sus pertenencias.
Hay una parte perfectamente documentada, como el caso de la fortaleza de Ponferrada, y las posesiones de Pieros, Priaranza, la Valdueza -o Valle del Río Oza-, Tremor de Abajo, los Barrios de Salas, y Rabanal del Camino, además de los castillos de Santa María de Antares y Cornatel. Pero también, hay otra parte donde sólo la trdición popular respalda su adjudicación al Temple, caso de los castillos de Corullon, Sarracín y Balboa, o los lugares de Borrenes, Cacabelos, Bembibre, Molinaseca, Turienzo de los Caballeros, y Castrillo de los Polvazares.

Monasterio de Santa María de Carracedo (León), muro sur del templo y parte del arruinado claustro.

Junto a Pieros (León), se encuentran las ruinas del Castrum Bergidum, población céltico-astur, cuya conquista por Roma dio por finalizadas las Guerras Astur-Cántabras (29 a 19 a.C.). Su nombre hizo fortuna, y acabó aplicándose a la región: el Bierzo.
El castro romanizado, centro administrativo de las explotaciones auríferas del territorio, como las Médulas, fue decayendo tras las invasiones bárbaras y las razzías musulmanas. Sin embargo, su recuerdo pervivió y en fecha tan tardía como 1210 el rey Alfonso IX tratará de repoblar el castro, pero sin éxito, porque hacía un siglo que las gentes ya se habían asentado en enclaves al borde del Camino Jacobeo.
 
En Carracedo, la reconstrucción de 1796 respetó la fachada oeste del viejo templo románico, con su fabuloso rosetón, y el arranque de la torre.
 
La repoblación inicial se había producido, hacia el 1108, de manos del arzobispo compostelano Diego Gelmírez, pero no en el castro, sino centrada en lugares próximos como Cacabelos y Pieros, que crecieron al calor del Camino Jacobeo.
Pieros, cuyo templo había consagrado el obispo Osmundo, en 1086, destacó pronto por el Hospital de peregrinos, y luego por la administración de sus señores feudales: los Templarios, presentes al menos desde 1178.
Hoy día, el lugar de Pieros es sólo una sombra lejana de lo que fue, nada hace suponer su antigua importancia.
 
 
Carracedo. En la esquina noroeste del claustro quedan restos de la antigua fachada románica, con sillares marcados por estraños símbolos.

La Orden del Temple tuvo en Pieros un recinto fortificado, con capilla incluida, al estilo de Aberin (Navarra). La posesión, era lo bastante importante como para constituir una especie de "encomienda menor", mediante la que administrar las ricas propiedades agrícolas del contorno y el comercio con los peregrinos.
La documentación cita, al menos en dos ocasiones, esta circunstancia. Así, entre 1220-1224, figura frey Domingo Fernández "Comendador de Ponferrada y Pieros", y entre 1240-1249 aparece frey Juan Fernández "Comendador de Ponferrada, Pieros y Rabanal".
Las disensiones entre los templarios y el rey, Alfonso IX, provocaron que el monarca les retirase la encomienda de Ponferrada y todas sus posesiones, en 1204, aunque se las devolvió en 1211, tras firmar un pacto de concordia con la Orden.
 
 
Carracedo. Unión de la torre románica con la fachada oeste, aquí aparecen algunos de los sillares con símbolos célticos. 
 
Tras la desaparición del Temple, a partir de 1312, Pieros pasó a poder de diversos señores feudales. Luego, vino el olvido y la ruina.
Hoy día, no queda rastro de aquella casa fortificada, y la que dicen fue su capilla es un edificio irreconocible, reconstruido siglos después aprovechando algunas piedras templarias, entre las que se encontraban ciertos elementos muy antiguos de posible origen visigodo.
Es el pequeño templo, sobre una ladera en las afueras del pueblo, que actualmente conocemos bajo la advocación de San Martín. Parece que todo recuerdo templario se ha perdido, pero la tradición popular dice otra cosa...

Carracedo. El "árbol de la vida", junto a símbolos solares y vegetales célticos.

A unos siete kilómetros de Pieros, en el lugar de Carracedo, los benedictinos fundan en 990 el Monasterio de San Salvador, que a fines del s.XII adopta la reforma del Cister, y el nuevo nombre de Santa María de Carracedo.
Su prosperidad lo convertirá en el más rico del reino de León, durante los ss.XII y XIII, incluyendo un Palacio Real para retiro y descanso de los monarcas.
Actualmente, en el arruinado recinto, se aprecian estructuras y muros que delatan haber sufrido reconstrucciones, aprovechando materiales anteriores.
 
 
Carracedo. ¿Flor de cuatro pétalos o cruz paté?
 
Se sabe que hubo reformas, a comienzos y finales del s.XIII, con otras obras en los ss.XVI-XVII. Finalmente, en 1796, los monjes inician el derribo del precioso templo románico de Carracedo, que consideran pequeño.
Pero mientras levantan el nuevo edificio, las tropas de Napoleón saquean el monasterio, en 1811. El templo nuevo queda sin acabar de edificarse, y el viejo sin finalizar su derribo.
Luego, en 1835, se produce la desamortización de Mendizábal y con ella la imparable ruina del conjunto monumental.
 
 
Carracedo. Estrella y flor tetrapétala.
 
Y, en este punto, volvemos a vislumbrar la sombra de los templarios. Porque, según una arraigada tradición popular de Carracedo, las piedras para la inacabada obra, de 1796, "se trajeron del abandonado castillo templario de Pieros, por eso los sillares tiene tan extrañas marcas, más propias de brujos que de monjes..."
Recorriendo las consolidadas ruinas del Monasterio de Carracedo, si ponemos un poco de atención, veremos que en sus sillares asoman unos signos, profundamente tallados, más cercanos a la simbología de la Antigua Religión que a la de la nueva: poliskeles, espigas, entrelazos, árboles de la vida, rosáceas, estrellas, círculos concéntricos, y unas curiosas tetrapétalas que entre sus hojas parecen enmascarar cruces paté.
 
 
Carracedo. Uno de los sillares, presuntamente procedente de la fortaleza templaria de Pieros.
 
Esta tradición, como todas, debe tener un fondo de verdad, aunque ha sido deformado por el paso del tiempo. Porque tales piedras, tan curiosamente labradas, no se encuentran sólo en la obra de 1796, sino también en lo que resta de los edificios anteriores.
Es decir, que al hacer el derribo-reconstrucción del s.XVIII, se reutilizaron los sillares antiguos allí existentes. Sillares que bien pueden proceder de los abandonados edificios templarios de Pieros, como quiere el rumor popular, habiendo sido traídos hasta Carracedo en fecha desconocida.
 
 
Carracedo. Viejos sillares con símbolos solares, erosionados por los elementos.
 
Sabemos que aquí hubo reformas a comienzos del s.XIII, lo cual coincidiría con el forzado abandono templario de Pieros, entre 1204 y 1211, obligados por el rey Alfonso IX.
Momento en que, los monjes de Carracedo, hubieran podido saquear los edificios del Temple, aunque esto no es probable, pues los bienes templarios pasaron inmediatamente a poder de diversos nobles, que continuaron explotando las ricas posesiones de la Orden y, por tanto, no consentirían que nadie las desmantelase.
 
 
Carracedo. Una simbología que se pierde en la noche de los tiempos.
 
Más verosímil resulta, que tal despojo tuviera lugar durante los ss.XVI-XVII, cuando en Carracedo se hicieron obras de mejora y reconstrucción en diversas partes del Monasterio.
Para tales fechas, hacía ya cuatro o cinco siglos que el Temple había desaparecido de Pieros, la importancia del lugar había decaído en beneficio del vecino pueblo de Cacabelos, y los edificios templarios estaban abandonados.
Después, al derribar el templo románico de Carracedo, en 1796, muchos de éstos sillares procedentes de Pieros, volvieron a ser reutilizados en la nueva obra.
 
 
Carracedo. El gran poliskel solar, símbolo de la energía cósmica, y amuleto protector.
 
En cuanto a la procedencia templaria de estas piedras, repletas de símbolos ancestrales, más que pertenecer a las fortificaciones de Pieros, podrían ser de su capilla templaria. Su origen sería, incluso, anterior al Temple, pues es probable que los caballeros encontrasen allí un arruinado templo visigodo, construyendo su capilla sobre esos cimientos y empleando los viejos sillares.
Recordemos que, todavía hoy, el templo de San Martín conserva piedras prerrománicas. Piedras que ¿acaso habían sido reutilizadas, también, por los visigodos, quienes las habrían extraído del vecino Castrum Bergidum...? 
Porque estos símbolos, claramente célticos, son los que en dicha cultura hacen alusión al Sol, los astros, y otros elementos del mundo natural, relacionados con la fertilidad, los cuales se grababan en los templos, casas, tumbas, armas y objetos cotidianos, porque eran poderosos amuletos protectores.

Carracedo. Entrelazo céltico, símbolo de la continuidad vital de los ciclos cósmicos.
 
Desde los destrozados muros del Monasterio de Carracedo, estos símbolos nos desafían, cual nueva Esfinge, a desentrañar un enigma que se pierde en la noche de los tiempos.
¿Se trata de sillares célticos, extraídos del castro por los visigodos y reutilizados, primero por los templarios de Pieros, y luego por los monjes de Carracedo?
¿Sabremos responder con acierto, evitando así que la Esfinge nos devore?
Salud y fraternidad.

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El gallo persa de San Isidoro de León 9 Mar 2012 10:01 AM (13 years ago)

[Torre del Gallo, Colegiata de San Isidoro, en León].

En la ciudad de León, adosado al interior de sus murallas por el sector noroeste, se alzó un templo romano dedicado a Mercurio. Dicen que, sobre sus ruinas, se edificó, entre los ss.XI y XII, el Monasterio de San Pelayo. Cuando se trasladaron a él los restos del obispo san Isidoro de Sevilla, Doctor de las Españas, cambió su antiguo  nombre por el del ilustre huesped.
A pesar de las transformaciones sufridas, conserva todavía gran parte de su arquitectura románica, en ábsides, portadas y naves, o el campanario conocido como "torre del Gallo". El nombre de la torre, proviene del gallo de metal que corona su tejado, del que la tradición popular afirma que "cantaba para avisar que las tropas musulmanas se acercaban a la ciudad". Este sencillo y humilde objeto, ha resultado no ser tan sencillo, ni tan humilde, y demuestra como en la Edad Media las culturas más distantes no estaban tan alejadas.
Entre el pueblo llano, siempre corrió el rumor de que el gallo era de oro, por eso los soldados napoleónicos, durante la Guerra de la Independencia, la emprendieron a tiros con el animalito por si conseguían derribarlo. Afortunadamente, lo único que consiguieron fue hacerle dos agujeros de bala.
Emprendida la restauración de la citada torre, en 2011, se empezó por desmontar el viejo gallo de metal, a fin de someterlo a una profunda limpieza. En el laboratorio, los restauradores descubrieron que, las leyendas tejidas alrededor del gallo, no eran tan fantásticas como lo era la realidad. 

[El gallo actual de la torre, una réplica en bronce dorado] 

Su estudio, confirmó como la figura, que mide 87 cm, desde el pico a la cola, y 56,6 cm, de alto, es de oro. En realidad, cobre plomado dorado al fuego, y recubierto de un oro de tan alta calidad que el paso de los siglos apenas lo había alterado. Además, sus ojos eran dos gemas, hoy desaparecidas, de las que subsisten los engastes que las albergaban.
A pesar de la creencia generalizada, el gallo, nunca fue utilizado como veleta. Estaba fijado firmemente a una espiga de metal, que atravesaba dos esferas de diferente tamaño, recordando aquellas que coronan los minaretes de las mezquitas islámicas. Y tiene señales de haber estado dotado de patas, para sostenerlo sobre alguna superficie. Por tanto, su función en la torre había de ser simbólica. Según la mitología judeo-cristiana, el gallo simboliza al Cristo, que llama a los gentiles, para unirse a su mensaje de salvación, en el amanecer de una nueva era espiritual. Aunque también, como sincretismo de antiguas creencias, simbolizaba al animal solar por excelencia, el primero que recibe sus rayos al inicio del día, y por ello utilizado como amuleto contra los poderes de las tinieblas.
Pero la mayor sorpresa surgió, cuando se analizaron la tierra, el polen y los panales de abejas alfareras, contenidos en su interior hueco. Dichos elementos, no sólo no correspondían con los existentes en su tejado, o en las comarcas circundantes, sino que eran propios de Oriente, en concreto de la cuenca del Golfo Pérsico.

[Reproducción del gallo de la torre, en el Panteón Real, hacia 1170]

El culto abad de la colegiata, don Antonio Viñayo, siempre había sostenido que el gallo es tan antiguo como el templo leonés, puesto que en los muros del Panteón Real se encuentran dos pinturas de gallos (realizados hacia 1170), con idéntica silueta al de la torre.
Al contrastar diferentes puebas, incluida la del carbono-14, con los aspectos estilísticos, se concluyó que debe haber sido creado hacia los ss.VI-VII, en Oriente Próximo, y en el ámbito persa inmediato al advenimiento del Islam. Así, se baraja la teoría de que proceda de la corte sasánida de Kosroes II (590-628). La religión oficial de Persia era el zoroastrismo, aunque con él convivían pacíficamente el judaísmo, el cristianísmo nestoriano y el budismo. Sin embargo, según las crónicas bizantinas, cuando el rey sasánida conquistó los Santos Lugares de Palestina, en el 612, mandó sustituir las cruces que coronaban los templos cristianos por "gallos dorados", para manifestar su autoridad.
La cultura persa, que había influido sobre el Imperio romano, de modo que a través de él jugó un papel fundamental en la formación del arte medieval europeo, conquistó de forma inmediata el naciente mundo musulmán. Gran parte de lo que, posteriormente, sería conocido como "cultura islámica", fue adoptado por ella a partir de los persas sasánidas. Así, se comprende que los "gallos dorados" de Kosroes II entraran sin problemas en el corral musulmán.
El mayor enigma de nuestro gallo, estriba en saber cómo llegó el animalito hasta León. Admitido su origen oriental, podemos asumir que vino de Oriente hasta Al-Andalus, y que a partir de ahí viajó al reino de León como obsequio, tributo, o producto de saqueo en alguna acción bélica. Sobre tales presupuestos, las hipótesis barajadas son varias. 

[El gallo original, en el Museo de la Colegiata]. [Foto, cortesía de wikipedia].

Una hipótesis, alude al posible regalo del gallo por el califa de Bagdad al de Córdoba. Así, cuando en el año 1009 los leoneses saquearon Medina Azahara (Córdoba), al participar en la guerra civil que dividía el califato cordobés, pudieron obtener al gallo y llevarlo al norte como botín. O pudo ser traído por Alfonso VI, como parte de los saqueos realizados en 1072-1075 por los alrededores de Córdoba, cuando auxiliaba a su aliado Al-Mamún de Toledo. También puede proceder de Valencia, como parte del botín que, el mismo Alfonso VI, se cobró por ayudar al musulmán Al-Qadir, para recuperar el trono valenciano.
Otros estudiosos, apuntan que el gallo llegara a León tras la conquista de Toledo, o por efecto de las Cruzadas, ya que Elvira, hija del rey de León, Alfonso VI, era esposa del Conde de Tolosa, uno de los cuatro jefes de la primera Cruzada.
De otra parte, Fernando I y su esposa doña Sancha, consagraron el templo leonés en 1063, y con dicho motivo hicieron espléndidas donaciones en joyas y ornamentos litúrgicos, que hoy conocemos como el "Tesoro de León". ¿Entregaron en esta ocasión el famoso gallo? ¿O lo hizo doña Urraca Fernández, hija de los anteriores reyes, quien amplió el templo?
Todavía queda otro enigma. La espiga metálica, que sujeta el gallo, lleva una inscripción con la fecha "1074" ó "1100" -que no está claro-, y la palabra "Berlanaz". ¿Se trata de la fecha en que fue colocado el gallo en la torre, y el nombre del artesano que ensambló ambas piezas?
Un refranillo popular leonés, asegura que: "quien el vino del santo Martino llega a probar, luego oye al gallo cantar..." Alusión al presunto canto de advertencia que, dicen, hacía el gallo ante la proximidad de enemigos, tanto como a la misteriosa "cuba del santo Martino", con 900 años de solera, que todavía sigue proporcionando su mágico néctar a un reducido número de elegidos... Pero esa, ya es otra historia.

Salud y fraternidad.

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Leyendas del Camino: O Cebreiro, donde "sopla el Espíritu". 10 Feb 2012 10:39 AM (13 years ago)

"La realidad trascendente del Camino superó con creces las intenciones de los monjes del Cebreiro y bastó con que los peregrinos más lúcidos, y los constructores sagrados, abstrajeran una parte sustancial de todo cuanto se había instaurado, con fines meramente devocionales, para que la marcha a Compostela, que se trató de convertir en acto penitencial, recuperase su remoto sentido iniciático, transformando a niveles de Conocimiento lo que oficialmente se planteaba como una entrega doctrinal. [...] La presencia de la leyenda milagrosa, se sitúa en el instante en que, el peregrino, tenía que haber superado las pruebas más duras de la iniciación y, teóricamente al menos, se encontraba ya en condiciones de enfrentarse a su auténtica transformación interior".
[Juan G. Atienza, Leyendas del Camino de Santiago].

Situado en lo alto del montañoso puerto de Pedrafita, O Cebreiro es un castro céltico que ha sobrevivido vivo hasta nuestros días. Por los años cincuenta, del s.XX, sus ovaladas casas de piedra con techo de ramas, las "pallozas", todavía estaban habitadas por gentes que seguían un ritmo de vida ancestral. Luego, todas estuvieron a punto de desaparecer, aunque algunas consiguieron salvarse gracias al lento resurgimiento de la peregrinación jacobea.
Pero este aspecto, con ser de un valor incalculable para el estudio histórico y antropológico del lugar, va emparejado a otro suceso no menos prodigioso, ocurrido allá por los siglos XII o XIII, según cuenta la leyenda tradicional.  

Enclavado en un punto crucial del Camino Jacobeo, trazado aquí sobre la vieja vía romana, justo donde se abandona el Bierzo leonés, para descender a las llanuras galaicas, el pueblo de O Cebreiro fue donado por Alfonso VI, hacia 1072, a los monjes benedictinos franceses de San Giraldo de Aurillac, a cambio de que ofrecieran refugio y asistencia a los peregrinos en una Hospedería con Hospital.
Allí había un humilde templo de piedra pizarrosa, erigido hacia el s.IX, que los monjes fueron acomodando y ampliando. Aunque, para nuestra sorpresa, carece de todo el ornato iconográfico que nos es dado contemplar en cualquier otro edificio de la Orden Benedictina. Es como si, la sobrecogedora grandiosidad de la naturaleza que lo rodea, resultara suficiente para señalar la presencia de lo sagrado, sin necesidad de indicarlo con nada más.
La sencillez del edificio, y su ajuar ritual, en conjunción con el entorno, subrayan la sacralidad ancestral del lugar mejor que si estuviese repleto de esculturas, relieves y retablos. 

No obstante, en el templo de Santa María la Real, se guardan tres piezas señeras del arte medieval hispano, del s.XII: un cáliz, con su patena, y una imagen sedente de la Virgen Madre con el Niño. Estos ejemplares, aparte su valor material y artístico, tienen un valor añadido: participan en la mitología religiosa y la leyenda popular del Camino Jacobeo. Y, en cierto modo, cristianizan un enclave cuya "paganidad" ha resultado, y sigue resultando, demasiado evidente a lo largo de los siglos. Aunque, más que de una reconversión, se trata de un sincretismo, pues el símbolo mítico elegido por la nueva fe para imponerse a la Antigua, el "Grial", no deja de ser un símbolo céltico, trasunto del "caldero del dios Lug".
Por todo ello, el peregrino consciente, se enfrenta allí -hoy, como en el medievo- a una transformación interior semejante a la búsqueda iniciática del misterio hermético, que lo ha de conducir a la realización íntima de la Gran Obra, transformando su naturaleza espiritual de igual modo que el alquimista transmuta la materia.
Pero vayamos a la leyenda jacobea, cuyas fragancias todavía nos embriagan y hacen soñar.

Contaban los más viejos del lugar, mucho antes que el milagro fuese consignado por bula de Inocencio VIII (1487), que a caballo entre los siglos XII y XIII, había un vecino de la aldea de Barxamaior, Juan Santín, que no faltaba nunca a la misa, por muy malo que fuese el tiempo. Y allí, cuando el clima es malo, lo es de verdad. Pero él se recorría aquellos tres kilómetros, y asistía a los oficios cuando ni los propios habitantes de O Cebreiro se atrevían a salir de sus pallozas.
Así pues, un día en que nevaba intensamente y la ventisca azotaba inclemente los muros del templo, el monje de turno celebraba el oficio religioso en la más completa soledad, cuando se abrió la puerta y, en medio de una nube de copos helados, apareció el obstinado campesino. Cubierto de nieve, arrebujado en su capa, temblando de frío, con el rostro arrebolado por el viento cortante, pero dispuesto a cumplir sus devociones.
El monje, al verlo, pensó para sus adentros en lo absurdo de aquel rutinario fervor: "¡pobre hombre, con lo cómodo que estaría en su casa, al amor de la lumbre, y exponerse a morir por venir aquí, para ver un trozo de pan y un poco de vino...!"
Este breve momento, en que el monje menospreció el mítico ritual de la transubstanciación, junto con la sencilla fe del campesino, fue el detonante del milagro. Al pronunciar la palabras rituales, el monje, comprobó que ante sus ojos el pan se transformaba en auténtica carne, y el vino en verdadera sangre.

Admirado y arrepentido, el monje declaró el milagro, que fue certificado por el devoto Juan Santín, para ejemplo de discretos y aviso de incrédulos. Aunque la cosa no terminó ahí, porque todavía añaden los que saben de ello, que al ocurrir el prodigio, la imagen románica de Nuestra Señora, llamada luego Virgen del Milagro, que presidía entonces el altar mayor, en el momento culminante del milagro inclinó la cabeza hacia adelante para mejor contemplar aquel portento de su divino hijo...
Dicen más, que los dos arcosolios de la nave sur, donde hoy se contempla la santa reliquia, contiene los sepulcros del incrédulo monje y del piadoso Juan Santín, protagonistas del sagrado prodigio, que pidieron reposar juntos en aquel lugar.
Las sustancias objeto del milagro, quedaron junto con el cáliz como maravillosas reliquias para veneración de los peregrinos. Durante siglos recibieron la admirada devoción de los viajeros jacobitas, quienes, tras la propagación de los relatos griálicos de Chretien de Troyes y Wolfram von Eschenbach, no dudaron en asociar dicho milagro a los mitos del Santo Grial, identificando O Cebreiro con el Templo del Grial. Símbolo trascendente que, en realidad, carece de situación geográfica terrenal, pues el Grial, y su Templo, se encuentran en nuestro interior, a la espera de que los descubramos y sepamos reconocerlos...

El prodigioso símbolo, en forma de reliquia, quedó expuesto a la contemplación de mendigos y reyes. En 1486, los monarcas Fernando e Isabel, que peregrinaban a Santiago, quedaron tan impresionados al conocer la leyenda, que pretendieron llevarse las mágicas reliquias.
Tras pernoctar en la Hospedería de San Giraldo de Aurillac, mandaron empaquetar los objetos y colocarlos sobre una mula. Emprendieron la bajada, pero al llegar a la cercana aldea de La Faba, la mula se negó a continuar por más que la incitaron a ello. Sobrecogidos, se tomó esto como un presagio del cielo y, dejada suelta la obstinada mula, deshizo el camino y volvió ella sola al templo de Pedrafita.
Ante esta señal, de que las reliquias querían permanecer allí, donde habían obrado el prodigio, fueron devueltas al santuario de O Cebreiro, y entronizadas con todos los honores.

El padre Yepes, a comienzos del s.XVII, decía: "Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo misterio".
Y desde luego, misterio hay. La copa tiene grabada, en el pie, una frase completamente ortodoxa:
IN NOMINE DOMIEN NOSTRI IESV XPISTI ET BEATE MARIE VIRGINIS. [En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Virgen María].
Pero, en el borde del recipiente, leemos algo que se presta a cierta ambigüedad:
HOC TESTAMENTO SACRATVR QVO CVNCTIS PARATVR. [En éste cáliz se consagra aquello con lo que a todos la vida repara].
Frase, que nos sugiere un segundo sentido. ¿Una alusión a aquel ancestral "caldero celta", en el que las Vírgenes Sacerdotisas encendían el fuego del año nuevo, para regenerar el Sol y renovar la fertilidad? No en vano, el nombre del puerto, "Pedrafita", piedra-hincada, alude a viejos cultos celtas... 

Que el símbolo y su leyenda tienen "trasfondo", se atisba en la actitud del clero respecto a estas reliquias. En el s.XVIII, el teólogo de Valladolid, Fray Alonso de Olivares, bajo cuya autoridad estaba el santuario, tras visitar O Cebreiro, dejó ordenado a los monjes: "Item. Mandamos al Prior no permita se lleve en procesión en el día del Corpus, ni se exponga en otra ocasión alguna la memoria del Santo Milagro, ni se le de adoración, como si allí estuviera realmente el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, sino refiriéndose sencillamente y con discreción lo que la tradición conserva haber obrado Dios milarosamente en otro tiempo para bien de su Iglesia..." Mandato reafirmado, cuatro años después, por su sucesor, el reverendo Fray Pedro González Tarrago.
Si el clero, y sus teólogos, tenían tales reservas sobre el significado de las reliquias y el fervor que el pueblo les profesaba, por algo sería.

La unión de este mito del Cebreiro, con el mito literario del Grial, tuvo su culminación con el escritor gallego Ramón Cabanillas*, que le dedicó su poema "O cabaleiro do Sant Grial". En él, se identifica el céltico monte do Cebreiro, con la griálica montaña Monsalvat, aquella donde, según el trovador templario Wolfram von Eschenbach, los caballeros "Templeisen" custodiaban el Grial en un templo con forma octogonal...

"...Bicado de recendente
soavidade da mañán,
o escudo da cruz Bermella
cinguido pol-o brazal,
espora de ouro calzada,
luminosa espada na man,
o corazón esforzado
aceso e limpo de mal,
costa arriba, metras zoa
no vento maino e levián
de segreda campaiña
o tanguido de cristal,
ruba o nombre cabaleiro,
no seu soño de cabalgar,
a montaña milagreira
do Cebreiro-Monsalvat..." 

Si continuamos ruta, descendiendo del puerto de Pedrafita por la vertiente galaica, el Camino nos llevará hasta la ciudad de Lugo, la romana Lucus, la ciudad del céltico dios Lug, el del "Caldero Mágico" que guarda la poción regeneradora de la potencia vital...

Salud y fraternidad.
___________________
* Ramón Cabanillas Enríquez (1876-1959), intelectual del movimiento nacionalista gallego As Irmandades de Fala (1916), quien junto a Otero Pedrayo, Castealo, Rosalía de Castro, Vicente Risco, o Álvaro Cunqueiro, entre otros, pretendía reivindicar el valor de la cultura autóctona, a través de la revista "A Nosa Terra".
La obra poética referida al Grial del Cebreiro, es "Na noite estremecida" (1926), estructurada en tres poemas que tiene como tema los mitos artúricos: "A espada Escalibor", "O cabaleiro do Sant Grial", y "O soño do Rei Artur", pretexto literario para una exaltación mítico-patriótica de Galicia, convirtiéndola en el reino prometido a los Caballeros de la Mesa Redonda, donde se cumplirán las antiguas profecías de la raza celta.

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"Juan G. Atienza", peregrino al Misterio. 31 Jan 2012 10:35 AM (13 years ago)

Juan García Atienza, escritor, pero sobre todo gran viajero por los misterios de la España Mágica, ha emprendido este verano, de 2011, el viaje definitivo. Se ha embarcado, cual machadiano pasajero, en "la nave que nunca ha de volver", y surca el infinito hacia el Misterio final.
Conocí a este polifacético personaje gracias a un amigo común, Paco Padrón Hernández, mecenas y gran compañero de aventuras canarias, también viajero hacia el más allá, que nos puso en contacto cuando finalicé el manuscrito de mi primer libro. Rápidamente, Juan y yo hicimos buenas migas, aunque en eso no tengo mérito alguno, era fácil entablar amistad con "Juan G. Atienza", como él gustaba firmar sus obras.
Con la generosidad que lo caracterizaba, Juan me introdujo en el mundo editorial, propiciando la publicacion de mi primer libro, que se atrevió a prologar, y todavía reincidió prologando mi tercera obra. Sin olvidar, que gracias a él entré como colaborador asíduo en alguna revista de temas histórico-esotéricos.

¿Cómo olvidar tantas tardes, pasadas en la fabulosa biblioteca de su casa madrileña, en animado coloquio sobre templarios, intercambiando confidencias mil, preparando investigaciones sobre la ruta jacobea,  o soñando con inverosímiles descubrimientos de la mágica historia hispana? Cuando, con mi osadía juvenil, le interrogaba sobre preguntas sin respuesta, o me atrevía a reconvenirle por los gazapos que, ocasionalmente, su apasionamiento le hacía deslizar en algún libro. Y él, nobleza obliga, lo aceptaba todo con una sonrisa pícara, desenfadada, e incluso agradecida.
Por tanto, para no caer en el tópico, creo que el mejor homenaje que puedo hacer tras su partida, a quien fue guía, colega y amigo, es relatar una anécdota en la que, involuntariamente, nos envolvió el destino. Un anécdota, con su punto de picaresca, que nos define, y que define las circunstancias en que los investigadores de la historia oculta de Celtiberia hemos tenido que desenvolvernos.

Juan había escrito, sobre la enigmática Capilla de Mosén Rubí de Bracamonte, en Ávila, en dos ocasiones, despertando mi curiosidad [Guía de los recintos sagrados españoles, 1986, p.145-156; y La historia no contada, 1989, p.207-223].
Hablamos del tema, y me animó a visitar dicho templo para que luego le diese razón de cuanto el edificio me hubiese sugerido, y cómo interpetaba yo su presunto simbolismo masónico.
Así que, un 25 de mayo de 1991, me presenté junto a dos esforzadas acompañantes en la Plaza de Mosén Rubí, y acudimos al convento adjunto a la capilla, para solicitar en el torno la caridad de una visita. Ritual aparentemente sencillo, pero que puede resultar muy irritante. Tras un tiempo indefinido de espera, pues quien había de guiarnos estaba ocupada en otros quehaceres más apremiantes, apareció sor Irene. Una "monjita" dicharachera, quien con suma amabilidad y diplomacia, sin darnos apenas tiempo a que nuestros ojos se acostumbren a la penumbra que reina en el interior del templo, nos advierte que por encima de todo está prohibido hacer fotos.
Luego, sutilmente, nos interrogó acerca del interés que nos movía a visitar un monumento tan "carente de importancia". Con igual "sutileza", le  hicimos creer que pensábamos escribir una biografía del citado Mosén Rubí y, de repente, sin que le preguntáramos nada al respecto, nos aleccionó sobre la ausencia absoluta de vinculaciones masónicas, mágicas o esotéricas, de dicho monumento.

Espoleada nuestra curiosidad por sus "espontáneas" afirmaciones, formulamos algunas preguntas al respecto, quizá con menos perspicacia de la que pensábamos poseer, o tal vez pareciendo demasiado ansiosos de "magia y misterio". Interrogantes, que ella sorteó con rara habilidad dialéctica y amplia sonrisa conventual, mientras para sus adentros decidía "qué" o "quiénes" éramos nosotros.
Porque, al cometer la impertinencia de insistir, casi nos delatamos, y lo más que obtuvimos fueron vagas referencias a "ciertos escritores, a los que Dios haya perdonado, que se atrevieron a escribir sobre lo que no debían, publicando fotos del interior de la capilla obtenidas con engaños y malas artes". Eso, y una sombra de sospecha que se proyectó, amenazando tormenta, en los ojos de la, hasta entonces, presuntamente, simpática y comunicativa "monjita".

Llegados a este punto, sor Irene, con una inquisitorial mirada, que traslucía la sospecha que le rondaba el alma, nos espetó de buenas a primeras:
   -¿Ustedes no conocerán, por casualidad, a un tal Juan García Atienza?
Mis acompañantes, dos damas prudentes, y yo, nos miramos de reojo, respondiendo casi a coro:
   -No, madre, no lo conocemos... ¿Por qué...?
   -Porque, hizo unas fotos que luego se atrevió a publicar, aunque le advertí que no lo hiciera. ¿No les habrá mandado él...?
   -Claro que no, no... que disparate, no sabemos quien es.
   -Mejor, porque ese diabólico escritor me dijo que hacía las fotos para su archivo y prometió no publicarlas. Y bien que me engañó, escribiendo además esos disparates sobre magia.
   -No reverenda madre, nosotros no sabemos nada de eso.

Al igual que el mitológico apóstol Pedro negó, antes que cantase el gallo, nosotros tuvimos que negar tres veces a nuestro amigo, para no delatarnos. Y aunque sor Irene decía no dudar de nuestra buena fe, "Dios no lo permita", se apresuró a dar por terminada la visita, pues le esperaban deberes ineludibles, eso sí, quedó a nuestra disposición para ocasión más propicia.
Y de repente, sin saber si había sido sueño o realidad, nos encontramos de nuevo con el sol cegador del exterior, amén de con la vaga sensación de que, tras las puertas que se cierran sigilosamente a nuestras espaldas, se guarda un enigma insondable. Mucho más, que el sentimiento de culpa por nuestra inocente mentira, "pecadillo venial" que esperamos nos haya sido cumplidamente perdonado por sor Irene, si acaso nos contempla desde su mitológico cielo. 

Porque, en lo que respecta a Juan G. Atienza, nos lo perdonó al instante de habérselo confesado. Haciendo gala de aquella campechanía y buen humor que lo caracterizaba, nos dijo en latín macarrónico, como si fuese el bufón de un rey:
   -Muy bien hecho, "ego te absolvo... a neccesitatis no hay pecatis".
Once años después, Juan publicó una historia novelada sobre el enigmático Mosén Rubí, bajo el título de "El compromiso", cuya fallida investigación de campo casi nos cuesta el anatema, y el sambenito, de una inquisitorial "monjita" abulense quien, por causa del pícaro Atienza, sospechaba que cada visitante de "su templo" era un "espía de Satanás".
Ahora, nuestro travieso amigo conoce ya todos los enigmas, y nosotros tenemos que consolarnos con su prolífica obra, lo cual no es poco, y con el recuerdo de los buenos momentos vividos, que ya es bastante.
Estés en la casilla que estés, de ese Juego de la Oca que es el ciclo de las vidas, ¡hasta siempre, Juan G. Atienza!

Salud y fraternidad.

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¡Ábrete... Sasamón! 17 Jan 2012 10:30 AM (13 years ago)

Aquí se alzaba el Monasterio de San Miguel de Maçoferrario, con su impresionante templo de cabecera triple y tres naves. Ahora, sus cimientos nutren el trigo dorado de estas tierras de pan llevar, y nuestros ojos son inútiles para adivinar las formas de su simbólica arquitectura.

Esta, es la historia de un descubrimiento aplazado y un inesperado chasco. En 1984, encontramos de casualidad, en una librería de ocasión, el magnífico libro del Dr. José Pérez Carmona, Arquitectura y escultura románicas en la provincia de Burgos (1959), obra pionera cuyo prólogo, de Fray Justo Pérez de Urbel, comienza así: "La provincia de Burgos no tiene todavía ni su carta arqueológica ni su catálogo monumental...", dándonos con ello una espeluznante visión del peligroso estado en que se encontraba el patrimonio cultural de aquellas comarcas castellanas.
Siguiendo el rastro de aquel trabajo señero, hemos visitado muchos de los templos románicos que allí figuran, aunque algunos de ellos ya han desaparecido, como el precioso ejemplar de San Miguel en Tubilla del Agua. Pocos son los que, al cabo de veinticinco años de andadura, nos quedaban por conocer, entre ellos uno que es reseñado, en la página 262, con esta escueta descripción: "...otra portada tardía es la de la antigua ermita de San Miguel de Mazorreros, muy próxima a Sasamón".

Cardos y rastrojos, gavilanes, conejos y perdices, son los guardianes de la memoria del perdido santuario de San Miguel. Y en la noche castellana, búhos y grillos lo adormecen con sus canciones.

Por fin, el pasado mes de agosto, caímos por Sasamón en busca de tal ermita y su portada. Lo que allí encontramos, nos dejó de piedra, pues no habíamos visto ninguna foto o descripción del edificio. Ya que, ni siquiera las obras presuntamente más completas del presente, sobre arte románico, citan este ejemplar, y las que lo hacen son tan escuetas como lo fue el pionero sacerdote don José Pérez Carmona.
A un kilómetro escaso de Sasamón (Burgos), en el camino que lleva hacia Villahizán de Treviño, existió una villa romana, con un pequeño templo familiar, en la que se halló una inscripción dedicada a Quintia Terencia. Sobre este enclave, se asentó en el medievo la aldea de Maçoferrario*, nombre que indica la presencia de una ferrería, y cuyo núcleo creció al amparo del Monasterio de San Miguel.

Las añejas y olvidadas piedras, parecen musitar aquellos filosóficos versos: "A mis soledades voy, de mis soledades vengo. Porque para andar conmigo, me bastan mis pensamientos".

Actualmente, en dicho lugar sólo podemos ver un extraño arco, al extremo de un campo de cereal. Parece la portada de un importante templo medieval, aunque ahora, desaparecido el resto del edificio, el hueco ojival asemeje la fantasmagórica entrada a una inquietante dimensión, propia de H.P. Lovecraft.
Porque allí, ni hay ermita, ni templo, ni edificio alguno, tan sólo las lisas arquivoltas y el desportillado vano de una abocinada portada, que aún en su desolado abandono pretende conservar el aire digno de un hidalgo, empobrecido, pero todavía orgulloso de sus descoloridos blasones.
Su silueta, nos evoca aquellos versos, entre surrealistas y tremendos, del poeta Miguel Hernández:

"Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuanto penar para morirse uno!"

Como un decorado de los cómicos de la legua, abandonado al acabar la representación, el arco de San Miguel semeja el ojo vacío en la calavera de un cíclope, cuyo esqueleto ha pulverizado el padre Cronos.

Sasamón, la antigua Segisama, "la más fuerte", fue capital de los celtíberos turmogos hasta su conquista por Roma. En este lugar, instaló Octavio Augusto su campamento para dirigir la guerra contra cántabros y astures. La ocupación romana dio categoría al lugar, que llegó a contar con foro, teatro, termas, calzadas con sus puentes, etc.
Pasados los tiempos turbulentos de las invasiones bárbaras y musulmanas, el lugar se fue recuperando, poco a poco, y al comienzo del medievo la proximidad al Camino Jacobeo hizo crecer su importancia. Tanto, que se erigió en obispado, citándose en 1059 el obispo Munio, y en 1100 al obispo Pedro Paramón, quienes levantaron la primitiva catedral románica.
Aunque, en 1128, Alfonso VII traslada el obispado a Burgos, su grandeza no decae, pues poco después de tal fecha se sitúa la llegada de los Templarios, cuyas posesiones, entre ellas un Hospital de Peregrinos, dependerán de la cercana Encomienda de Villasirga. 

Extraña puerta, por la que entrar es salir, todo al mismo tiempo. Extraña puerta, que nada guarda, que nada esconde, salvo el misterio de continuar existiendo.

Sasamón alcanzó su cenit entre los ss.XII y XIII, cuando se edifica la catedral románico-gótica de Santa María la Real, hacia la que se desviaban muchos peregrinos jacobeos por la fama milagrosa de Nuestra Señora. Tras las crisis de siglos posteriores, el lugar vivirá la aurea mediocritas de un rico enclave agrícola.
Por desgracia, en la Guerra de Independencia, todos sus tesoros fueron prácticamente aniquilados. Tropas napoleónicas y guerrilleros españoles, compitieron por arruinar y saquear el lugar. Llegados en 1808, los franceses se instalaron en Sasamón durante cuatro años, la catedral se convirtió en cuartel de las tropas de ocupación, el claustro fue transformado en cementerio y lugar de fusilamientos, y la sacristía se habilitó como burdel. Los lugareños colaboraron con los ocupantes, unos voluntariamente y otros obligados, luego, en venganza, los guerrilleros españoles de Santos Padilla remataron la faena, saqueando lo poco que habían dejado los franceses, al considerar que los habitantes de Sasamón eran "afrancesados" que había colaborado gustosos con el enemigo. El pueblo y el magnífico templo que hoy contemplamos, incendiados ambos en 1812, son tan sólo una leve sombra desvaída de su pasado esplendor.

Grandiosa e irreal, como un mendigo harapiento tocado con corona real, o un monarca engalanado de harapos. Esta portada trata de engañarnos, con los restos de su belleza, y nosotros deseamos ser engañados...

Pero no fue la Catedral de Santa María la Real, el único tesoro destrozado. En las proximidades de Sasamón, se perdió otra pieza excepcional del arte y simbolismo medieval.
El lugar que hoy conocemos como Mazarreros, se afianzó cuando a fines del s.XI se levantó allí un pequeño monasterio, documentado desde 1068. En dicho año, la condesa Momadona concede al obispo de Sasamón el Monasterio de San Miguel de Mazoferrario: "in Maçoferrario concedo monasterium S. Michaelis", donación completada en 1071 cuando le concede sus propiedades patrimoniales en ese lugar. Cuando Alfonso VII (1065-1109) disolvió el obispado de Sasamón, otorgó al obispo de Burgos las posesiones que la diócesis suprimida tenía en San Miguel de Mazarreros.

La imaginación se extravía al contemplarla, notamos que trata de absorber nuestro pensamiento racional, pero aunque su ojo sin pupila nos hipnotice, el vacío que la acompaña se hace palpable y nos inquieta.

El poderío económico del monasterio cisterciense, basado en la explotación agrícola, y en los peregrinos que atraía haciendo la competencia a la Catedral de Sasamón, motivó que, en el s.XIII, Mazarreros fuese cabeza de un Arciprestazgo, como consta en una escritura del Monasterio de Valcárcel. Esta pujanza, permitió a los monjes agrandar el edificio, entre los ss.XIII y XIV, consiguiendo un templo ricamente labrado y lleno de excelentes elementos artísticos.
Sin embargo, las crisis que asolaron Castilla, durante el s.XV, motivaron que su importancia fuese decayedo, de modo que, a fines de dicho siglo, el lugar acabó por unirse a Sasamón, como un barrio más. Al inicio del s.XVI, el monasterio estaba abandonado y muchos habitantes de Mazarreros se trasladaron al vecino Sasamón. A éstos, el prelado burgalés, les dio los solares de propiedad episcopal, que antaño habían sido de los Templarios, para que edificasen sus viviendas. ¿Acaso porque el Temple, con posesiones en Sasamón, había tenido algo que ver con Mazarreros? ¿O fue pura casualidad?

Hay un vértigo, casi cósmico, en la elevación de sus arquivoltas, en el giro de esos arcos hacia la nada, hacia el vacío azul del infinito cielo castellano.

En 1504, en la Catedral de Sasamón se abre la portada de San Miguel, en el costado sur de las naves, que hoy da acceso al Museo Parroquial. Parece ser que fue costeada por los vecinos de Mazarreros, en agradecimiento por la buena acogida que les dio el pueblo de Sasamón, cuando su traslado a la villa.
Consta de un elegante arco conopial, flanqueado por dos agujas góticas, entre las cuales se cobijan cuatro estatuas con dosel: san Juan Bautista, san Juan Evangelista, el obispo burgalés Pascual de Ampudia y Fernando el Católico.
Sobre todos ellos, la imagen de san Miguel. La puerta se divide en dos por un parteluz, coronado por el escudo de los Reyes Isabel y Fernando, con una cartela gótica: "Esta portada y capilla se acabaron el año de mil e quinientos e quatro años".

La piedra se hizo leyenda, o la leyenda quedó petrificada, o todo a la vez, no lo sabemos, porque la turbación que nos producen sus carcomidos capiteles, nos impide leer lo que el cantero dejó allí escrito para asombro de los siglos.

Se sospecha que algunas de tales esculturas, si no todas, pueden proceder del templo de San Miguel de Mazarreros, porque desde el éxodo de sus habitantes, y especialmente desde el s.XVI, monasterio y templo comenzaron a ser desmantelados.
Una parte del santuario se habilitó como ermita, y el resto quedó como cantera, de la que todos tomaron cuanto quisieron. Con sus sillares, se construyeron los contrafuertes de la nave sur de la Catedral de Santa María la Real que, una vez cerrados, se convertirían en las cinco capillas que conocemos, incluida la puerta de acceso, o de San Miguel.
La ermita de San Miguel de Mazarreros, continuó existiendo como tal hasta comienzos del s.XIX, puesto que, en 1793, se pagaron 823 reales por el ladrillo, cal, tejas, canalones, clavos y demás materiales para su reparación, trabajos realizados por el "Magister maçonero Gaspar Rayón". 

No hay entrada, ni salida, ni derecho, ni revés. Estar dentro es estar fuera, y viceversa. En las noches de luna llena, los vaporosos espíritus de sus monjes no saben si van o vienen, vagan sin rumbo por los siglos de los siglos...

Sin embargo, el edificio de Mazarreros estaba condenado. La invasión napoleónica (1808-1812), dejó muy maltrecha su menguada estructura, y las sucesivas  desamortizaciones (1793-1924)**, terminaron por arruinarlo.
En 1913 se construye el nuevo cementerio, en la carretera de Villasidro, empleándose para ello los últimos sillares procedentes del ruinoso templo-ermita de San Miguel, saqueado por los franceses, quedando prácticamente reducido al estado en que ahora se encuentra.
Un misterio final rodea el desaparecido edificio. Se dice, que el templo de San Miguel de Mazarreros tiene una cripta oculta, desde la que parte un pasadizo subterráneo, que llega hasta la Catedral de Santa María la Real, en Sasamón, o hasta las casas del Temple...
¿Qué ignoto "ábrete Sésamo" nos flanqueará el paso hacia su perdida historia, hacia sus escondidos secretos? ¿Será, quizá, un mágico "ábrete Sasamón"?

Salud y fraternidad.
________
* A lo largo de la documentación medieval y moderna, el topónimo evoluciona: Maçoferrario, Mazoferrario, Mazarreros, Mazorrero, Mazaferos, Macuerro, Mazariegos, Mozorreros. Pero el más antiguo, Maçoferrario, es quien señala su origen en la existencia de una "ferrería": mazo-ferrario.
** Las desamortizaciones fueron cuatro, dividida cada una en varios periodos de aplicación: Godoy (1793-1795), Trienio Liberal (1820-1823), Mendizábal y Espartero (1835-1844), y Madoz (1855-1924). Todas fueron igual de nefastas, por una u otra razón, para el patrimonio cultural hispano.

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Los "niños del Temple", Jaime I y Ramón Berenguer V. 9 Jan 2012 10:45 AM (13 years ago)

En la villa aragonesa de Monzón (Huesca), su Plaza de San Francisco acoge el monumento dedicado al rey Jaime I el Conquistador y a los Caballeros del Temple, obra del burgalés José María Casanova, quien lo modeló, en 2003, utilizando gres con textura que asemeja bronce.
Sobre pétreo pedestal, se yerguen seis templarios dispuestos a la batalla, armados con sus espadas, protegidos con escudos, cascos y cota de malla. A sus pies, sentado, un niño sostiene el casco que hizo famoso al rey Jaime I, con el mítico dragón por cimera. Más abajo, en mitad del pedestal, sobre un entrante, está sentado otro niño, quien tañe con gracia juglaresca un laúd.
Para quien no esté avisado, tales niños pueden parecer extraños en dicho monumento. ¿Serán escuderos del Temple, pajes de los caballeros?

La inscripción que acompaña el grupo escultórico, tampoco aclara gran cosa:
   "Año 1213. Muere el rey Pedro II en la batalla de Muret. La reina María de Montpellier, es acogida en Roma por el Papa Inocencio III. Su hijo Don Jaime, rey de Aragón y conde de Barcelona, es confiado a los caballeros templarios del castillo de Monzón: el Gran Maestre Guillermo de Montrodón, Juan de Miravell, Luis de Estemariu y otros, se ocupan de su formación de caballero y de rey".
Dicho texto, escaso y confuso, relata la historia de manera sesgada e incompleta, sin acabar de aclarar quienes son esos niños y qué hacen entre tan feroces gentes de armas.
Jaime I nace el 1 de febrero de 1208, hijo del rey Pedro II de Aragón y María de Montpellier. Pedro II muere en 1213, durante la batalla de Muret, luchando contra los "cruzados papales" que invadían y se anexionaban Occitania, con el pretexto de exterminar la herejía cátara. El rey Pedro, se lanzó a combatir contra los cruzados porque esas tierras, del país de Oc, eran feudo de la Corona de Aragón, y estaba obligado a defender a sus vasallos, aunque algunos de ellos estuviesen considerados como herejes.
Singular detalle histórico omitido en la inscripción del monumento, quizá ¿por pudor histórico?

Jaime, heredero del reino aragonés, había quedado "en prendas" del sanguinario cruzado Simón de Montfort, a cuya hija había sido prometido en matrimonio, como acto de futura paz entre ambos bandos. 
Ese mismo año, muere la reina madre, refugiada en Roma bajo la protección papal, la cual, en su testamento, confió el niño a la custodia del Temple. Los nobles aragoneses, respaldados por los templarios encabezados por el Comendador de Monzón, Guillèm de Montredón, Maestre de Aragón, acuden al santo padre Inocencio III, para que interceda ante su mercenario "cruzado", Simón de Montfort, a fin de que les devuelva al príncipe Jaime y el reino no quede sin rey.
En 1214, el cruel "cruzado", tras recibir toda clase de garantías de paz por parte de los aragoneses, entrega el niño a los templarios. Unos templarios, que en la sangrienta "cruzada" se han mostrado tibios, cuando no claramente partidarios de los nobles occitanos y los herejes cátaros.

Reunidas las Cortes en Lleida, en el mismo 1214, el príncipe Jaime es jurado como heredero, llegando a la Encomienda del Temple de Monzón en agosto de tal año, cuando contaba seis de edad.
Para que el forzado retiro le resultase más llevadero, trajeron para acompañarle a un niño de edad similar, su primo, Ramón Berenguer V, conde de Provenza, pues en aquella época dichas tierras pertenecían a la Corona de Aragón (entre 1166 y 1246). Con Ramón, el príncipe compartió estudios, ocios y trabajos, mientras ambos eran educados por los caballeros del Temple, tanto intelectual como militarmente, según correspondía a caballeros de su rango, al tiempo que estaban protegidos del ambiente levantisco que asolaba el reino. Estos son los dos infantes, representados en el monumento arriba citado.
Los nobles seguidores de Jaime temían que el regente, conde Sancho Raimúndez del Rosellón, tío abuelo del niño, y el abad de Montearagón, don Fernando, tío del príncipe, pudieran coaligarse para controlar el gobierno, incluso tal vez eliminar al joven heredero. Tales nobles, dudando si los templarios se decantarían por los tíos del niño, exigieron al Comendador, Guillèm de Montredón, que les entregase al príncipe para mejor custodiarlo, pero los templarios lo retuvieron alegando su tutela, según el mandato papal que vigilaba el legado pontificio Pedro de Benevento.    

La situación se puso tan tensa que, al temer el Comendador un intento de asalto y rapto de los niños, por los nobles o los partidarios del conde o el abad, trasladó a los infantes con gran secreto hasta la cercana fortaleza templaria de Ontiñena, donde permanecieron durante seis meses. Cuando el Comendador consideró pasado el peligro, los hizo devolver a Monzón.
Durante el verano de 1216, se enviaron mensajeros a los nobles de su bando, Pedro Fernández de Azagra, Blasco de Alagón, Pedro de Ahones y Guillèm de Cervera, entre otros, para que al cumplir el príncipe los nueve años, acudiesen a Monzón para jurarle por rey. En septiembre aparecieron todos ante los muros templarios, para hacer pleito homenaje y jurarlo por su señor natural, en un espléndido acto celebrado en la capilla románica de San Nicolás del Castillo.
Los caballeros del Temple formaron un pasillo de honor, ataviados con sus blancas capas de rojas cruces, alzaron las espadas y crearon un dosel sobre la cabeza del príncipe. En la puerta de la capilla, el Comendador Guillèm de Montredón, tomó la mano de Jaime I y lo condujo por la nave, hasta dejarlo sobre un trono sito en el presbiterio. A continuación, todos los nobles se llegaron a él, para arrodillarse, besar la mano del niño rey y jurarle fidelidad.

En noviembre de 1216, el pequeño Ramón Berenguer partió hacia Provenza, para hacerse cargo de su condado, y afirma la Crónica que, el rey niño, Jaime I, lloró con gran sentimiento esa despedida. abrazado a su primo.
Atrás quedaban largos días de camaradería, tediosas horas de estudio, esforzados entrenamientos de armas, emocionantes investigaciones en la biblioteca templaria, aventureras travesuras por las estancias y subterráneos del castillo, o noches de serena contemplación del cielo estrellado desde las almenas.
Por fin, en junio de 1217, con nueve años y cinco meses de edad, Jaime I salió de Monzón con sus partidarios, y una nutrida tropa templaria, a reclamar de don Sancho y don Fernando, sus tíos, el gobierno de la Corona de Aragón que ambos ejercían tiránicamente, pretextando la minoría de edad de su sobrino. Y en septiembre de 1218, las Cortes Generales de Aragón y Cataluña, lo declararon mayor de edad con tan solo diez años. A pesar de haber pactado, con don Sancho, el fin de la regencia, durante los siguientes quince años, tuvo que luchar contra los levantiscos nobles, azuzados por sus tíos, lo que finalizó en 1227 con la Concordia de Alcalá. 

[Ramón Berenguer V, conde de Provenza, primo de Jaime I y compañero de su aventura en Monzón. Escultura en el templo de San Juan de Malta, en Aix-en-Provence. Foto, cortesía de wikipedia].

El "bon rei en Jaume I", jamás olvidó esta azarosa etapa de su joven vida. Durante el resto de su reinado, conservó la amistad y el favor hacia los Caballeros del Temple, otorgándoles numerosas mercedes y recibiendo la ayuda militar de la Orden, en las campañas guerreras por las que recibió el título de "el Conquistador".
Aunque quizá, tampoco le habría sentado mal el apodo de "rey Templario". Pero esa, ya es otra historia...

Salud y fraternidad.

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Leyendas del Camino: "El Cristo Templario y la maldición del Santiagobeltza". 4 Jan 2012 7:58 AM (13 years ago)

La casa que poseía la Orden del Temple en Puente la Reina (Navarra), quizá una Preceptoría Menor, dependiente de la cercana Encomienda de Aberin, debe su popularidad a un afamado santuario mariano dedicado a Nuestra Señora de los Huertos.
No obstante, a pesar de la fama y devoción que gozaba entre los agricultores de los contornos, y entre los peregrinos jacobeos, la imagen templaria de la Virgen de los Huertos, las principales leyendas de este templo proceden del fabuloso Cristo gótico. Colocado allí a finales del s.XIII, su adoración llegó a eclipsar la que el pueblo sentía por aquella humilde Virgen agrícola, patrona de la casa de los Caballeros Templarios y de su Hospital jacobeo.

Resulta curioso, que la veneración del Cristo comenzase alrededor de los difíciles años que precedieron al juicio, y posterior disolución, de la Orden del Temple. Sucesos que, sin embargo, no afectaron la fama que, con singular rapidez, había adquirido entre el pueblo, hasta el punto de cambiar la advocación de la capilla templaria, que pasó a denominarse "del Crucifijo".
Quizá eso fue lo que permitió que, a la disolución de la Orden, se formase una enigmática cofradía para segurar el culto y mantenimiento de la capilla y el Hospital. En ella, ingresaron nobles locales y algunos caballeros ex templarios, a quienes, una vez depurados, se permitió recibir una pensión y continuar en la casa, según las resoluciones del Concilio de Vienne. 

Pero, ¿que tiene de extraordinario este crucificado, aparte de haber pertenecido a los caballeros del Temple?
Sorprendentemente, lo insólito no reside en el  Cristo, sino en la forma que adopta su cruz. Forma de ¡Pata de Oca! Uno de los principales símbolos de los Compañeros Constructores, imagen de la mano divina, que guía la construcción de todos los edificios, levantados según las reglas de oficio de la tradición, enseñada por los Maestros Antiguos. Símbolo del iniciado que, trascendiendo sus limitaciones, ha alcanzado el grado de Magister. Pero también, símbolo rúnico de la Vida, utilizado por los pueblos de cultura céltica.
Muchas leyendas rodean esta peculiar imagen pero, en esta ocasión, nos centraremos en una que implica también a otra imagen puentesina.

Cuentan en Puente la Reina, que cuando la Orden del Temple fue extinguida, mediante inicuas falsedades y calumnias, al abandonar el último caballero el templo de Nuestra Señora de los Huertos, se despidió del Cristo emplazándolo en voz alta: "A ti pongo, Señor, por testimonio de nuestra inocencia".
Entonces, Jesús inclinó la cabeza, como asintiendo a la exculpación que se le demandaba, y de su costado brotó sangre, en presencia de todos los vecinos que habían acudido al desalojo. Desde ese día, la sagrada llaga está roja y fresca, como si acabara de abrirse ante el lanzazo de Longinos. Y el Cristo, nunca ha vuelto a levantar la cabeza, tanta es su vergüenza por la inicua complicidad de la Iglesia en este fraudulento proceso.

Dicen también, que la imagen del Santiago peregrino, existente en la iglesia puentesina de su advocación, conocida entre el pueblo como Santiagobeltza -"el negro"-, por el tono oscuro que el humo de las velas le había dado a su rostro, era en aquellos días una figura serena y mansa, como corresponde al que peregrina.
Pero, en la misma jornada que el Cristo templario bajó su cabeza en avergonzado asentimiento, Santiagobeltza, recordando ser "Hijo del Trueno", se encendió en ira por el atropello que se cometía con el Temple, se le arrebolaron las mejillas, y abrió los labios para maldecir a los indignos destructores de la Orden.

Y quedose así, para que su protesta, por la infamia cometida contra los caballeros, se perpetuara por los siglos, de modo que sus labios no se cerrarán hasta el Dia del Juicio Final, cuando verdugos y víctimas comparezcan ante el terrible tribunal divino.
Aseguran, que sus amenazantes palabras fueron conservadas de padres a hijos y, poco más tarde, grabadas como eterno recuerdo en la peana de Nuestra Señora de los Huertos. Aunque las transformaciones, y restauraciones, sufridas por dicha imagen han hecho que se perdieran.

Salud y fraternidad.

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El Páramo: "pulvis, cinis, nihil..." [¿Un despoblado sin historia?] 31 Dec 2011 9:58 AM (13 years ago)

En la frontera de Guadalajara con Soria, encastillada entre las sierras de Pela, al norte, y Alto Rey, al sur, se creó en tiempos de la repoblación castellana una villa, perteneciente al señorío de Atienza, y luego al común de Miedes, que alcanzaría cierta prosperidad en los ss.XII-XIII. La suficiente, para alzar allí un precioso templo, románico, con galería porticada, bellamente decorado.
Con posterioridad, el lugar fue perdiendo su importancia, en favor del vecino pueblo de Condemios de Suso -ahora, Condemios de Arriba-, para acabar desapareciendo, hacia el s.XVII, de modo que hoy incluso su nombre medieval resulta confuso, aunque algunos lo nombran Despoblado del Páramo. 

Ese nombre, le viene por estar situado en el alto páramo al norte de Condemios de Suso -o, de Arriba-, junto al camino que lleva a Campisábalos, en un erial donde sólo quedan montones de irreconocibles piedras.
El tiempo y la incuria humana no mostraron respeto por los venerables restos, una vez arruinado el templo sus sillares fueron aprovechados, por los vecinos del contorno, para los más diversos menesteres.
Hoy, desconoceríamos por completo la riqueza de dicho templo, si no fuese por el azar. Según algunos ancianos de Condemios de Arriba, cuando ya todo había desaparecido, a fines del s.XVII o principios del XVIII, arando unos campos contiguos a las ruinas del Despoblado del Páramo, aparecieron enterradas algunas piedras primorosamente labradas, que se trajeron al pueblo para aprovecharlas en la construcción de varias viviendas.

Se trataba de algunos capiteles esculturados, dobles, con sus cimacios, que por su estructura se revelaban pertenecientes a una galería porticada -hay una pareja prácticamente idéntica en la galería de San Pedro de Caracena, y otra en la de Santa María de Tiermes, ambas en la vecina Soria-.
Aparecieron también restos de cornisas con trabajos de entrelazos, varios canecillos esculpidos, "uno que figuraba un bonito jabalí, y otro un músico con rabelillo", más algunos relieves de figuras, regularmente conservados, y otros con círculos crucíferos.

El hallazgo más misterioso, consistió en una sepultura, con restos óseos, en la que se hallaba una espada "muy, muy vieja", indicio de que allí estaba enterrado un caballero.
Aparecieron también "otras cosas curiosas y de valor, figuras de piedra y monedas antiguas, que se perdieron sin saber cómo..." Aunque quizá no "se perdieron", sino que las guardaron algunos vecinos, cuyos descendientes todavía las conservan, celosamente, si no las vendieron a cualquier astuto trajinante... Pero sobre ese tema, nadie se pronuncia claramente entre los lugareños "barranqueros", todos acaban coincidiendo, como mucho, en que tales objetos se hallan "en paradero desconocido".

En lo que si permanecen unánimes, es en afirmar que, desde el descubrimiento de la sepultura, en las noches sin luna, se aparece por el páramo "la Pantasma", el espectro del caballero, como presencia fantasmal, que vaga entre las ruinas buscando su espada.
Por eso, desde que se pone el sol, nadie del pueblo se acerca por allí, los pastores prefieren dar un rodeo para volver a sus rediles, y los perros de los cazadores aúllan lúgubremente si pasan por las cercanías.

Condemios de Arriba, cuyo nombre parece provenir de Kanadmios o Kandamios, epíteto de una divinidad celtíbera, asimilada a Júpiter por los romanos, conserva una rica arquitectura popular, típica de la zona serrana, con casonas de piedra sillar, vanos adintelados y esculpidos, etc.
Integradas en ella, se encuentran las poquísimas piedras románicas de aquel templo del Despoblado del Páramo, que todavía son visibles. Podemos verlas, incrustadas en una casona de dos plantas, en la calle mayor.

En la parte superior de la esquina sudeste, que da a un estrecho callejón, bajo el alero, como acobardado entre cables, canalones, la farola y una antena de TV, podemos ver un doble capitel de excelente factura, con bien tallado relieve de cestería, incrustado en posición invertida, y coronado por su cimacio de entrelazo.
La fachada principal luce, empotrado a media altura entre puerta y ventana del piso bajo, el citado relieve de círculos crucíferos, desafiante en su enigmático simbolismo... En el alfeizar de las ventanas superiores, se emplean restos de otros cimacios, con bellos entrelazos.
Eso es todo cuanto hoy nos es permitido contemplar del perdido templo del Páramo. De haber allí algunas otras piedras trabajadas, no son visibles. 

El día de la fiesta, los danzantes de Condemios de Suso -o, de Arriba-, enrazados en la tradición celtibérica, dirigidos por el Zarragón -o, Zagarrón-, interpretan canciones y bailes de paloteo, al son de dulzainas, castañuelas y tamboriles, siendo la más vistosa "El Cordón", porque en ella se utiliza un tronco alrededor del cual, los danzantes, van entrelazando cintas según el ritmo del baile.
No preguntéis aquí por el Despoblado del Páramo, y las perdidas piedras de su templo, porque sólo os darán evasivas o vagas noticias de su existencia. En cambio, si preguntáis a los amables vecinos por los danzantes, os relatarán gustosos todo cuanto hay que saber sobre ellos, incluso es posible que entonen alguna estrofa de sus cánticos tradicionales.

"Cantan las ranas,
bailan los sapos,
tocan las castañuelas
los renacuajos".

"El que tenga batán y molino,
puerta falsa y mala mujer,
poco pan y muchos hijos,
no le faltará que hacer".

"Si quieres que te ronde la puerta,
tabernera de mi corazón,
si quieres que te ronde la puerta,
dame del vino mejor".

Salud y fraternidad.

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¡Feliz solsticio invernal 2012! 17 Dec 2011 8:20 AM (13 years ago)

A cuantos compadres, amigos, admiradores, o simples curiosos, siguen fielmente este blog, les deseamos todo lo mejor en el nuevo ciclo solar que ahora comienza.
Que la Madre Tierra os llene de energías positivas, para hacer frente a los desafíos de la vida cotidiana en todos sus aspectos.
Que el nuevo Solsticio de Invierno, esté lleno de todo lo bueno que deseáis, Ánimo y adelante.

Salud y fraternidad.

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Morenglos, un tesoro perdido. [Historia de un despoblado]. 13 Dec 2011 4:13 AM (13 years ago)

En las serranías norteñas de Guadalajara, muy cerca de Alcolea de las Peñas, destaca la silueta de un peñasco, sobre el que se alzan los restos de un airoso, enigmático, torreón medieval... 

Si recorremos los páramos de Atienza (Guadalajara), que anteceden a la Sierra Gorda fronteriza con Soria, descubriremos que allí se yerguen unas melancólicas ruinas, sobre las que, por los pueblos vecinos, circulan mágicas leyendas, aunque sus habitantes ya no recuerden ninguna otra historia sobre dicho lugar. Se trata, del despoblado de Morenglos.
Dicen los lugareños, que el pueblo de Morenglos quedó deshabitado a causa de "una plaga de termitas", ocurrida, según unos, por los hechizos de una bruja envidiosa, según otros, por castigo ejemplarizante de Dios a causa de los pecados de sus vecinos.
También hablan sobre viejos tesoros de los godos, custodiados por fantasmas en las cuevas del lugar, aunque nadie haya encontrado nunca nada, por más que excavasen allí durante siglos.

El extraño peñasco, pétreo pedestal del torreón, esconde celosamente sus misterios, aunque nos muestre alguna que otra pista...

Todavía está por hacer un profundo estudio, sobre el poblamiento de estas comarcas en la antigüedad. Por aquí abundan los castros celtíberos y las villas romanas, que ocuparon luego visigodos, musulmanes y mozárabes. 
Existen bastantes señales de que, en su origen, hacia el siglo VI, Morenglos fue un eremitorio visigodo -en el cercano "Cerrado de las Monjas", existe una necrópolis visigoda, establecida junto a una villa romana-, que durante los siglos X y XI estuvo vinculado a los mozárabes, y posteriormente se transformó en lugar de repoblación castellana. Resulta muy semejante a los eremitorios del norte de Palencia, Burgos y La Rioja, y no es aquí un caso aislado, debemos tener en cuenta las cuevas-eremitorio de "la Celda" o "la Cárcel" en el cercano Alcolea de las Peñas, o las de "los Corrales" en el vecino Tordelrábano.

En las noches de luna llena, formas vaporosas vagan entre las ruinas, se escuchan inquietantes susurros, y las buenas gentes evitan pasar por las cercanías...

Este conjunto, se estructura en dos enclaves bien diferenciados. El primero, al oriente, es la roca sobre la que se alza el templo románico, rodeado de sepulturas antropomorfas y excavaciones rupestres. El segundo, unos cien metros al occidente, es otra eminencia rocosa con restos de cuevas y construcciones.
Del templo románico, dedicado al Salvador, se conserva únicamente el muro oeste de la torre-campanario, sita a los pies del edificio. En la cara norte de este elemento, queda la base del husillo, con escalera de caracol, que permitía el acceso a las estancias superiores y al cuerpo de campanas. En el piso bajo de la torre, hay una estancia abovedada, que se supone actuaba de baptisterio.
Tuvo una sola nave, de regular tamaño, con ábside semicircular coronado de canecillos, y portada al sur. Estructuras de estilo románico, relacionadas con la arquitectura de repoblación castellana, del s.XII, que nos hablan de la presencia de un sustancial grupo de colonos.
  
El lienzo oeste de la torre, último retazo de una grandeza desaparecida, aunque se desmorona lentamente, conserva un no sé qué de hidalgo empobrecido, pero digno...

La explanada, junto al muro sur del templo, concentra el conjunto sepulcral, excavado en la roca, consistente en tumbas cuadrangulares, unas de tipo "bañera" y otras antropomorfas, algunas de las cuales presentan un elemento poco corriente: el rebaje lateral del borde, para el encaje de las lápidas. Son de varios tamaños, para adultos y niños, orientadas de oeste a este.
En la base de la pared rocosa, que limita este sector, hay una serie de excavaciones que delatan el tipo de construcción utilizado: casas de adobe y entramado de madera, apoyadas en la roca, cuya pared de arenisca se excava para crear estancias adicionales, alacenas, silos, cisternas, establos, e incluso chimeneas. Todo lo cual se encuentra hoy, o cegado por rellenos de tierra, o cubierto por la maleza.

La arquería del cuerpo de campanas, cual ojo ciego de un cíclope de piedra, mira sin ver, hacia los infinitos horizontes, mientras sus piedras mantienen un equilibrio imposible...

El sector occidental, conserva en su afloramiento rocoso signos semejantes: mechinales de las vigas y oquedades varias, en las cuales se encastrarían las habitaciones de adobe y madera, con sus accesorios. Aquí hubo al menos cinco viviendas excavadas en la arenisca, actualmente cegadas todas con relleno, aunque sobrevive una cueva, con dos estancias, sustentadas por un pilar, y restos de cubiertas de madera. En esta zona también existieron enterramientos, pero los sepulcros están deteriorados por construirse viviendas sobre ellos.
Poco más puede decirse sobre los restos del enclave, sin recurrir a la intervención arqueológica. Por su parte, la documentación antigua sobre Morenglos es tan escasa como los restos físicos que afloran en el lugar. Dichos papeles, se concentran esencialmente en el Archivo Histórico Diocesano de Guadalajara y el Archivo Histórico Provincial de Guadalajara. 

El lugar sagrado de Morenglos pasó, de retiro eremítico visigodo, a refugio de pastores, cobijo de vagabundos, campa de mozos enredadores, cueva de bandoleros, depósito de contrabandistas, y dominio de espíritus errantes...

Las primeras referencias escritas, que nos quedan sobre Morenglos, son bastante tardías, ya que comienzan mediado el s.XIII, cuando con el nombre de "Moregnos", figura en un documento de 1269. Así reaparece en 1301, en el elenco de parroquias que conforman la Mayordomía de la Mesa Capitular de la Diócesis de Atienza. En 1345, Pedro Martín, su párroco, comparece como testigo en un pleito con la villa de Atienza. En 1353 se recoge en el censo parroquial de la Diócesis de Sigüenza, bajo el nombre actual de "Morenglos".
Extrañamente, cuando en 1365 se realiza una relación de parroquias de la zona, no se cita Morenglos. ¿Quizá porque en esa época carece de sacerdote, debido a un notable descenso de su población? En cualquier caso, parece que a partir de aquí se inicia su sostenida decadencia, con notables altibajos, pues unas veces es citado casi como despoblado, y otras el censo de vecinos aumenta. Su categoría como parroquia, aparece y desaparece de los censos a tenor del número de vecinos que posee en cada ocasión.

La estancia inferior, de la torre, se va cegando poco a poco con los escombros del arruinado templo. El espacio que sirvió como baptisterio, es ahora morada ocasional de lechuzas y murciélagos...

Su historia posterior, denota que a partir de este momento el lugar contará con una población "flotante", o circunstancial, que ocupaba el lugar por un tiempo y se marchaba en cuanto surgían oportunidades de mejora en otro lugar.
Al paso de los siglos, el recuerdo del enclave se vuelve tan borroso como sus piedras y, cual Guadiana, aparece y desaparece de los documentos. ¿Tal vez porque éstos se han perdido, o por la poca importancia del lugar?
En 1650, se cita en un pleito por cierta campana que, Morenglos, prestó al vecino Alcolea de las Peñas y nunca le fue devuelta. En 1681, se realizan reparaciones en el campanario del templo, según el Libro de Fábrica de Morenglos, y en 1695 se trajo una campana nueva, lo que demuestra que el templo continuaba en uso porque había vecinos suficientes para ello.

En un destructor trabajo coordinado, el viento y la lluvia han moldeado los viejos sillares del baptisterio, la simbólica pila románica se ha esfumado, pero aún se respira aquí una espesa presencia ancestral...

Las citas documentales escasean cada vez más, Morenglos aparece nombrado en 1705, en la compra-venta de una casa. Hacia 1722, parece que el lugar está prácticamente despoblado, el Santísimo Sacramento es retirado del templo y llevado a la parroquial de Alcolea de las Peñas. Los escasos vecinos, han de ir allí si quieren asistir a los oficios religiosos. Esto es recogido por el Catastro de Ensenada, donde se afirma que, en 1753, Morenglos contaba con "tres vecinos".
Sin embargo, por esos vaivenes poblacionales, ya citados, en 1767 sus habitantes han aumentado lo suficiente para pedir que se restituya al templo el Santísimo Sacramento y el culto, pues no quieren sufrir las incomodidades de cruzar el arroyo, muchas veces crecido, que les separa de Alcolea, cuando desean acudir a misa.
Con dicho motivo, tiene lugar una "visita regular" del cura de Tordelrábano, don Juan Cebolla, acompañado del notario de Paredes de Sigüenza, don Juan de Dios Luzia, y el alcalde de dicha villa, don Pedro la Fuente, quienes dan fe de existir ahora "cuatro vecinos censados, que con sus familias forman un total de catorce personas".

Dicen unos, que en estas tumbas se enterraron los primitivos eremitas visigodos, dicen otros, que aquí recibieron sepultura los ricos del lugar. En cualquier caso, eso ya no importa, ahora todos son polvo y olvido...

En la "visita", el padre Cebolla escribe: "pasé a la iglesia de Morenglos a verla y reconocerla, su ajuar y sus llabes y zerraduras..." Luego describe al detalle el estado del templo, con sus bienes.
Así, nos enteramos de su buen estado general y de que se conservaba la pila bautismal románica, pero carente de pie y base. Tenía un digno mobiliario sacro, bien abastecido, con hermosas imágenes. Aunque los tejados y el suelo necesitaban reparaciones, por valor de 40 ducados. Contaba además con un rico patrimonio, de fincas rústicas, cuyos réditos bastaban a mantener el templo, dado los pocos gastos que generaba.
Después de estos informes favorables, el culto es restituido en Morenglos hacia 1768 ó 1769.

Cuentan algunos, que aquí fueron enterrados quienes murieron por causa de la plaga de termitas que, por hechizo de una bruja envidiosa, arruinó el pueblo y asoló sus campos...

Los textos antedichos, de fines del s.XVIII, desmienten las apresuradas afirmaciones de algunos autores, sobre que sus arruinadas piedras habían sido desmontadas y reutilizadas para la obra de San Juan del Mercado, en la villa de Atienza, realizadas entre 1548 y 1670, más de doscientos años antes.
Esta equívoca noticia -actualmente muy repetida, sin contrastarla- parece derivar de una mala interpretación del siguiente texto de Francisco Layna Serrano, (Historia de la Villa de Atienza, Guadalajara 2004, p.401), donde los diversos "copistas" confunden la mención de las "canteras" con las "ruinas" del despoblado:
   "En 1629 se empiezan a consignar pagos al maestro Peña, yerno de Llamas, y ese mismo Peña ajustó en 1630 traer piedras de las canteras de Los Morenglos, despoblado cercano a Alcolea de las Peñas, ayudándoles varios oficiales vizcaínos que labraron los sillares de la portada y columnas del templo..."
Bien claro se dice, que la piedra procedía de las canteras, donde se tallaron in situ, no de un templo en ruinas utilizado como cantera. Además, los documentos conservados dan fe de que el templo seguía en pie y con culto activo, hacia 1768, como acabamos de comprobar.

Y no falta quienes afirmen que, en uno de tales sepulcros, apareció enterrada la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Artesilla, oculta allí desde tiempos de moros...

En 1800, el lugar estaba todavía habitado, pues existe una denuncia sobre cierto vecino, acusado de agredir al guardés del ganado de Tordelrábano. A este pueblo se trasladó la última vecina de Morenglos, en 1803.
De 1807 son las últimas referencias, en el Libro de Fábrica de Morenglos, diciendo claramente que el lugar está despoblado.
Como si fuese un fantasmal arcaísmo, Morenglos es citado en 1827, con datos ya caducos y claramente anteriores a la ruina del lugar:
   "Morenglos. L.S. de España, provincia de Guadalajara, partido de Sigüenza, A.P., 7 vecinos, 32 habitantes, 1 parroquia. Situado en los confines orientales de esta provincia con la de Soria, lindando con los pueblos de Cercadillo, Morazobel y Tor del Rábano. Produce trigo, cebada, avena y ganado lanar. Dista 4 leguas de la cabeza de partido. Contribuye con 94 rs, 30 mrs". (Sebastián de Miñano Bedoya, Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal. Madrid 1827, Tomo VI, p.148).

La roca madre, sobre la que se asienta el templo, está agujereada con las covachas de los eremitas, que luego fueron habitación de los vecinos. Y ahora, espacio para sobrenaturales manifestaciones de almas en pena...

La cita final data de 1850. En el Diccionario de Madoz es nombrado como "Torre Morango", término corrompido, que luego recogen los mapas del Servicio Cartográfico del Ejército y del Instituto Geográfico Nacional.
El pueblo, que entonces pertenecía al Conde de Coruña, está completamente en ruinas, y su templo del Salvador, aunque muy maltrecho, mantiene precariamente parte de su románica figura, de la que llaman la atención al señor Madoz su agrietada torre y el derrumbado husillo, con escalera de caracol, para subir a las estancias superiores y al cuerpo de campanas. (Pascual Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid 1845-1850).

El tiempo implacable, va royendo la roca, derriba los pocos sillares restantes, ciega las tumbas. La maleza lo cubre todo, y este tesoro, de arte y tradiciones, desaparece enterrado en el olvido...

A partir de aquí, la ruina del edificio se acelera. Las posesiones materiales del templo de San Salvador de Morenglos se repartieron por los pueblos aledaños, sus piedras sirvieron a los vecinos para levantar casas, cercados, huertas, cuadras...
Hoy, de todo aquello, la única reliquia cierta es la "Virgen de la Artesilla", conservada en la parroquial de Tordelrábano, cuya advocación le viene de estar expuesta en una hornacina, parte de un desaparecido retablo, que tiene forma de "artesa".
Esta imagen, del s.XVI, es sustituta del perdido ejemplar románico, que la leyenda sitúa aparecido en época visigoda, o musulmana, y "muy hacedora de milagros". Ella es el último eslabón con las ninfas de los arroyos, los trasgos del bosque, las hechiceras de las cuevas, y todos los personajes mágicos de la Antigua Religión, que habitaron estas comarcas hasta época no tan lejana...

[Post scriptum. El Cronista Provincial de Guadalajara, D. Antonio Herrera Casado, en su obra El Románico en Guadalajara, Ed. AACHE 1994, p.61, dice: "Morencos, un despoblado cerca de Alcolea de las Peñas...", refiriéndose al que todos conocemos como Morenglos. Tratándose de un investigador tan meticuloso, resulta chocante esta equivocación, a menos que se trate de una errata de imprenta, de la que ningún escritor está libre. Apoya nuestra suposición, el hecho de que en la página web "Los escritos de Herrera Casado. Rumbo Guadalajara", en el artículo "Viaje a los pueblos que ya no lo son", 22 mayo 2009, su autor habla de varios despoblados y entre ellos cita el de "Morenglos", correctamente escrito].

Salud y fraternidad.

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Sombras, nada más... 23 Nov 2011 9:04 AM (13 years ago)

Hay muchos templos románicos, de singular importancia, que no figuran en los libros de arte. Las comarcas castellanas, están plagadas de ejemplos al respecto, conocemos su existencia pero nadie habla de ellos. ¿Por qué éste olvido?
Muy sencillo, tales edificios hace siglos que desaparecieron, tragados por la barbarie, la incuria, la estulticia del vulgo y la complicidad de las autoridades. Sólo unos pocos documentos, o el recuerdo de algunos lugareños, nos dan fe que de una vez fueron reales.
Sin embargo, no todos han desaparecido por completo, de unos cuantos quedan todavía restos dispersos, piedras labradas abandonadas en sitios inverosímiles, sombras de su gloria, solamente sombras.
En algunos lugares, tales restos pétreos, ni siquiera se conoce de dónde proceden, ni a qué templo pertenecieron. No obstante, su elaborada belleza los delata como propios de edificios singulares, ricos en arte y simbolismo.

Unos pocos de esos restos, se encuentran en el pueblo burgalés de Hontoria de Valdearados. Su parroquial, de San Esteban, es obra gótico-renacentista del s.XVI, con añadidos neoclásicos del s.XVIII, sin que tengamos noticia alguna de un templo anterior.
A pesar de ello, sobre su portada campean varios sillares románicos. Se trata de lo que fue una chambrana, con cabezas de clavo, y una imposta de lo mismo. Son unos elementos bien humildes, es cierto, pero a quienes levantaron este edificio les parecieron suficientes para dar un toque "elegante" al sencillo acceso al templo.
¿Eso es todo, para esto hemos hecho tal viaje?

No parecen, en absoluto, elementos de una entidad que justifiquen el desplazamiento, hasta allí, de algún "enamorado" del románico, si acaso, tal vez, de algún "loco" seguidor de dicho arte. Sin embargo, estos muros nos deparan una sorpresa. Pero es preciso aguzar la vista, y escudriñar con cuidado por los rincones.
La fachada oeste, está tan desprovista de atractivo que basta una simple ojeada, de refilón, para pasarla de largo. Pero, si hacemos tal cosa, nos perderemos aquello por lo que merece la pena visitar este edificio.

A gran altura, en el testero de la nave central, se abre un óculo que la ilumina, la nave sur tiene otro, pero está cegado. Justo sobre él, se distinguen unas piedras extrañas, que parecen trabajadas. Es preciso utilizar el zoom de una cámara fotográfica, o unos prismáticos, para distinguir con claridad de qué se trata.
Y la sorpresa es mayúscula, porque estamos ante tres grandes capiteles dobles, seguramente procedentes de una claustro o galería porticada, empotrados en ese muro como material de relleno.

En el primero, de izquierda a derecha, campea una pareja de encapuchadas arpías, de cuidado plumaje, afrontadas, que vuelven la cabeza, mientras entrelazan serpentinamente unas colas de carácter vegetal.

El segundo, está habitado por dos esbeltos y elegantes grifos, que se vuelven la grupa, y cuyos cuellos son enlazados por sendos tallos vegetales.

En el tercero, se escenifica una psicostasis, o pesaje de las almas, donde un estoico arcángel san Miguel contiende con un tramposo demonio, empeñado en trampear la balanza del alma para que se incline a su favor. 

Pero eso no es todo, las sorpresas continúan. Justo al lado derecho de los antedichos, ahora en el muro oeste de la torre que da acceso a la espadaña, contemplamos, casi a similar altura, otro trío de dúplices capiteles, compañeros de los anteriores.
Todos de idéntica factura, de idéntica exquisita labra, deudores del segundo taller de canteros que trabajó en Santo Domingo de Silos, y emparentados con el también desaparecido Monasterio de San Pedro, en Gumiel de Hizán.

El primero, parcialmente oculto por un bajante del canalón, presenta en una esquina dos aves de largos cuellos, entrelazados, en los que se enredan tallos vegetales, la otra esquina muestra parte de otro tipo de ave, pero el cemento oculta el resto.
  
En el segundo, una serie de carnosas hojas estriadas, superpuestas, y esbeltas a desdén de su tamaño, se despliegan abarcando todo el espacio disponible en los capiteles.

Por fin, en el tercero, aparecen dos personajes indeterminados, de ricas vestiduras, junto con un animal irreconocible, todos ellos rodeados de exuberante vegetación.

¿De quién fue la idea de empotrar allí arriba tales piedras? ¿Por qué lo hizo, si en ese emplazamiento apenas son visibles?
Pero el misterio de tales restos, no sólo consiste en el lugar al que han ido a parar, sino en el lugar del que proceden. Hasta el presente, no se han encontrado documentos que indiquen a que templo pertenecían. ¿Son fragmentos de un templo parroquial anterior? ¿Fueron traídos de algún monasterio cercano, desaparecido, como el de San Isidoro (1048), o el de San Quirce de Valdefrades (1100), ambos dependientes de San Pedro de Arlanza?
Quizá, algún día, aparezcan los documentos necesarios para su identificación, o mejor todavía, quizá alguien decida que estos capiteles son lo bastante valiosos como para bajarlos de su emparedamiento, antes que los elementos climáticos los pulvericen, y merezcan ser expuesto en un museo.

Salud y fraternidad.

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¿Románico romano... o romano románico? 17 Nov 2011 10:50 AM (13 years ago)

Ermita del Santo Cristo, en Coruña del Conde (Burgos), ss.XI-XII. 

Sobre un elevado cerro en las afueras de Coruña del Conde, dominando por encima del feudal castillo, se alza un curioso templo que no sabemos si denominar "románico" o "romano".
Se trata de un curioso ejemplar, híbrido en muchos sentidos, de la arquitectura medieval. Su ábside recto, es un arcaísmo prerrománico, del s.XI, como en los casos de Santa María, en Condado de Valdivielso, y la ermita de Santa María del Campo, en Carrias, todos en tierras burgalesas.

Ermita, muro norte del ábside, capitel corintio romano.

La nave de esta ermita, no obstante, se levantó en el s.XII, seguramente por ruina de la anterior estructura. Ella y su portada, son ya plenamente románicas. Pero no surge de esta diferencia, puramente estructural, nuestro titubeo inicial, entre "románico" o "romano".
Cuando los arqueólogos del siglo XIX -"anticuarios" les decían entonces-, decidieron denominar "románico" al estilo artístico del medievo inicial, lo hicieron basándose en el hecho de que, tal estilo, se dio en los países cuyos idiomas tenían lenguas "romances", es decir, derivadas del latín hablado por el Imperio Romano.
Ermita, muro este de la nave, Sileno con palmera.

Sin embargo, en el caso de esta ermita burgalesa, debemos admitir que el nombre "románico" no le cuadraría mal, incluso, si se lo adjudicáramos como presunta derivación de la tradición constructiva y escultórica de los romanos que colonizaron, también culturalmente, aquella Hispania celtibérica.
A poco que no fijemos un poco en sus muros, notaremos que allí hay cosas que no encajan. Por doquier, aparecen parte de sillares tallados con extrañas figuras, unas al derecho, otras invertidas, trozos trajabados que se nota bien claro que proceden de otra estructura, de otro edificio que, evidentemente, no es románico, mozárabe, ni visigodo...
Ermita, muro sur del ábside, rostro con guirnalda.

Aquel capitel corintio, esa placa con Sileno que lleva entre sus manos una palmera, la florida guirnalda que enmarca un rostro clásico, la crátera de donde brotan tallos y flores, los trozos de pilastras estriadas, los acanalados tambores de columnas, los pedazos de cornisa vegetal, y esos fragmentos de lápidas funerarias con parte de sus epitafios... ¡escritas en latín clásico!
Todo denota, que en esos muros medievales se han integrado numerosos restos de algún edificio romano, o de varios.
¿Estamos ante un misterio sin respuesta, o una broma del magister cantero que labró este templo?
Ermita, muro sur del ábside, cratera con vegetales y flores.

Ni misterio ignoto, ni broma de oficio. La respuesta es bien sencilla, y está muy cerca.
A caballo entre Burgos y Soria, en la orilla izquierda del río Arandilla, el Cerro del Cuerno guarda las ruinas del primitivo asentamiento celtíbero de Kolonioukou. Cuando el castro creció, su expansión se orientó a ocupar, justo enfrente, la extensa meseta del Alto del Castro, abrazada por la ribera derecha del río Arandilla, afluente del cercano Duero, tomando la ciudad el nombre de Cluniaco.
Allí están, todavía, las ruinas de esa capital de los arévacos, la tribu celtíbera más poderosa del centro peninsular.
Ermita, portada sur, jamba con fragmento de pilastra estriada.

Conquistada por los romanos, Tiberio (41 a.C.-37 d.C.) la hizo municipium, con derecho para acuñar moneda. En ella residía el gobernador de la Hispania Citerior, el general Servio Sulpicio Galba (68-69), quien al mando de la legión VI Victrix, compuesta por romanos y arévacos, se rebeló contra Nerón autoproclamándose emperador. En agradecimiento, por su apoyo, Galba otorgó al municipio el rango de colonia, con el nombre de Clunia Sulpicia.
Ermita, muro sur del ábside, fragmento de lápida funeraria.

Situada en la vía que desde Tarraco, pasando por Cesaraugusta, unía con Astúrica Augusta, fue una de las más grandes e importantes de la Hispania romana, pues, como capital del convento jurídico Conventus Cluniensis, en la provincia Hispania Citerior Tarraconensis, ejercía su jurisdicción sobre várdulos, pelendones, turmódigos, velienses, autrigones, numantinos, arévacos y vacceos.
La ciudad llegó a tener cerca de cincuenta mil habitantes, asentados sobre unas 130 hectáreas, estando ricamente equipada con edificios administrativos y servicios públicos.
Ermita, muro este del ábside, fragmento de lápida funeraria.

Su esplendor se extendió hasta finales del s.III, cuando fue asaltada por los invasores franco-alamanes, lo que inició su lenta decadencia. A pesar de todo, continuó habitada tras la conquista visigoda, con un moderado florecimiento en el s.V, llegando a pervivir hasta que, en 713, fue arrasada por los musulmanes de Tariq ibn Ziyad.
Cuando los castellanos reconquistan y repueblan la zona, a partir del 912, ya no se instalarán en la meseta cubierta de ruinas, sino a sus pies, fundando la población que hoy conocemos como Coruña del Conde. Posteriormente, la villa cedió la meseta y las ruinas de Clunia al vecino pueblo de Peñalba de Castro, a cambio de ciertos derechos de abastecimiento de agua.
Ermita, muro sur, basa de columna con encastre para espigon metálico de unión.

Desde el medievo, las inmensas ruinas de Clunia Sulpicia Galba han servido de cantera para los pueblos de su entorno. Los castillos de Coruña del Conde y Peñaranda de Duero, están enteramente construidos con sillares y restos ornamentales romanos, los palacios nobles, o las casas y granjas de los villanos, se alzaron igualmente con los despojos de Clunia.
Los clérigos hicieron lo propio, y levantaron los templos del nuevo dios con las piedras de los templos de aquellos viejos dioses de Roma.
Ermita, alero sur, fragmento de cornisa romana en función de ménsula.

Pero la ciudad era tan grande que, cuando en 1788 Juan Loperráez publicó un plano de sus ruinas, todavía se apreciaba el trazado de calles, plazas, muros, columnas, las termas, el teatro, y restos de murallas. A pesar de tantos siglos de expolio, en el siglo XVIII todavía era un conjunto monumental impresionante, repleto de tesoros.
No obstante el reconocimiento de su valor histórico, por los intelectuales ilustrados, el saqueo persistió hasta 1931, cuando los arqueólogos dejaron de manifiesto la relevancia del yacimiento y se decidió, por fin, la conservación. ¡A buenas horas!
Ermita, alero sur, "espadaña" con sillares romanos y tambores  estriados de columnas.

Clunia es hoy es un yacimiento arqueológico de pimer orden, perfectamente organizado para su visita, que cuenta con un pequeño museo, y donde se realizan periódicas campañas de excavación que, aunque parezca increíble, continúan haciendo aflorer pequeños tesoros.
No obstante, el amplio foro con efigies de sus mandatarios, las basílicas repletas de esculturas nobiliarias, el teatro para diez mil espectadores, las mansiones de bellos mosaicos, el mercado porticado con sus tabernae, las lujosas termas, los templos de broncíneas divinidades, las preciosistas estelas funerarias, hoy son tan sólo una niebla deshilachada, cuyos jirones se desparraman por cada edificación de la comarca circundante.
Contemplando esta desolación, no podemos menos que recordar aquel refrán latino: "Leonem mortuum etiam catuli morsicant", que en román paladino significa: "Al león muerto incluso los cachorros lo mordisquean..."

Salud y fraternidad.

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Aberin, tabernáculo Templario del milagroso Lignum Crucis. 21 Sep 2011 10:16 AM (13 years ago)

Sobre la altura que corona el lugar de Aberin (Navarra), se alza el maltrecho conjunto fortificado de aquella encomienda de la Orden del Temple, constituida hacia 1184. Entre sus edificios, sobresale la Capilla de los Caballeros, con una galana atalaya a poniente. El bélico torreón, desmochado, privado de su almenada virilidad y travestido en monjil campanario, dora sus viejos sillares con el declinante sol. Y, de cuando en cuando, su acampanada voz de castrato, anuncia con rítmica monotonía el paso de las horas muertas.
Sin embargo, en su decadente abandono, este montón de piedras todavía guarda un vivificante recuerdo del tiempo ido, cuando aquellos singulares caballeros del Temple, rojo sobre blanco, habitaban a su sombra, yendo y viniendo a los cotidianos quehaceres, unas veces prácticos y aburridos, otras, enigmáticos y excitantes.

Aunque en nuestra anterior entrada al blog: "Aberin, un tesoro del Temple en Navarra", decíamos que "el valor de Aberin no radica en lo espiritual o esotérico, sino en lo económico", tal afirmación no es completamente cierta. Aunque aquí primaba el utilitarismo económico, el enclave no estaba exento de categoría espiritual.
Es verdad, que el enclave templario del cercano Puente la Reina constituía el referente religioso para los peregrinos, pues está en pleno Camino Jacobeo, donde los dos ramales principales que llegan de Europa se unen a la entrada de la villa, justo antes de pasar bajo el arco que une la capilla templaria y el hospital de la Orden, ambos bajo la protección de Nuestra Señora de los Huertos y el Cristo de la Pata de Oca... Pero no es menos cierto, que el santuario del Temple en Aberin constituía, también, un centro espiritual de primera importancia.
Aunque ese carácter "místico" haya permanecido, hasta el presente, prácticamente ignorado, porque el objeto físico que lo encarnaba hace mucho tiempo que ha sido escamoteado.

A pesar de estar algo apartado de la ruta jacobea, muchos peregrinos se desviaban hasta Aberin, después de pasar por Estella, o siguiendo la ruta original por Villatuerta y Villamayor de Monjardín, para visitar una prodigiosa reliquia que, según la leyenda piadosa, los templarios habían traído de Jerusalén. Pues, cuando la ciudad cayó en manos del sultán Saladino (1187), las reliquias de la Casa Madre del Temple, sita en el Monte del Templo junto al octogonal santuario de la Cúpula de la Roca, se dispersaron por sus encomiendas de oriente y occidente...
Desde el primer comendador registrado, frey Aimerich de Estuga (1225), hasta el último, frey Tomás de Aberin (1304), pasando por frey Arnal Garín (1234), frey Bernat de Montlor (1257), o frey Arnalt de Castelví (1275, los catorce comendadores conocidos, de Aberin, celebraron los oficios religiosos y desfilaron procesionalmente, portando en sus manos la preciosa reliquia a la que acudían devotos de numerosas y lejanas tierras: el milagroso Lignum Crucis.
   
La notable capilla templaria de Aberin, elevada a fines del s.XII, corresponde al momento de transición entre románico y gótico. Consta de una sola nave de altos muros reforzados por contrafuertes, con bóveda apuntada, ábside curvo, fortificada torre rectangular a poniente, y sencilla portada al costado sur.
El conjunto resulta muy sobrio, con la tímida excepción de los capiteles de la puerta sur, las ventanas absidales y las columnas interiores, todo ello con esculturas a base de elementos vegetales, frutos, animales del bestiario, y una solitaria representación de la mitología evangélica: la pequeña "anunciación" del pórtico meridional. Aunque, esta severidad decorativa, se dulcificaba un tanto en el interior, mediante abundantes frescos góticos, hoy perdidos y sustituidos por pinturas neoclásicas.
En este santuario, de una austeridad casi cisterciense, destacaría como una estrella en la noche el relicario Lignum Crucis.

La preciosa joya, consiste en la típica cruz patriarcal tan querida a los santuarios del Temple: Ponferrada (León), Caravaca de la Cruz (Murcia), Zamarramala (Segovia), etc. En Aberin, se trata de una pieza de orfebrería gótica que guardaba en su base una astilla del "Árbol de la Vida", aquel que, según la mitología judeo-cristiana, fue plantado por Adán y del cual se sacó la madera para hacer la cruz del Galileo.
Cuando la encomienda fue entregada a la Orden de San Juan, hacia 1312, la reliquia pasó también a su poder. Hasta que, en fecha indeterminada, dicha joya fue llevada al templo de San Miguel, en Estella, donde se conserva y es mostrada en ocasiones excepcionales.
Este pio despojo, ha propiciado el olvido de las tradiciones relativas a la reliquia templaria, de modo que únicamente sobreviven vagos recuerdos, recogidos de labios de los más ancianos del lugar. Se cuenta que, cuando plagas o tormentas amenazaban las cosechas, la cruz era llevada hasta la torre, y desde allí el sacerdote templario la mostraba a los cuatro puntos cardinales, mientras salmodiaba la oración que exorcizaba el peligro de insectos o granizo. Tradición que continuaron los Sanjuanistas, al "heredar" la encomienda templaria.
Dicen los viejos del lugar, que el graffiti de peregrino, sito en una columna de la portada, representa al "perdido" Lignum Crucis, habiendo sido tallado allí, como agradecimiento y exvoto, por un peregrino al que había concedido una gracia milagrosa. Este no es, sino uno de los "misterios" que encierra esta capilla pues, curiosamente, tal graffiti es similar al de la portada sur de San Miguel, en Estella, donde actualmente se "custodia" la reliquia templaria.

Una antigua leyenda popular, con diversas variantes, cuenta que Miguel de Oteiza había estudiado artes mágicas en las cátedras del Diablo, en el tiempo que se preparaba para sacerdote. A cambio de sus enseñanzas, el Maligno exigía de sus pupilos el pago "en especie", entregando una parte de su cuerpo. El de Oteiza, astuto al par que burlón, entregó su sombra, la cual sólo volvía a él cuando celebraba la misa y se retiraba al terminar. Le tomó gran ojeriza el Demonio, por aquella burla, y procuraba fastidiarlo de mil maneras.  
Nombrado capellán de la encomienda templaria de Aberin, un día acudieron a él los vecinos "para que espantase la truena". Miguel tomó el Lignum Crucis, subió a la torre y, desde las almenas, vio que, entre dos negros nubarrones preñados de granizo, estaban sentados el Diablo y su vendida sombra. El capellán, alzando en una mano la milagrosa cruz y sosteniendo en la otra el libro de "esconjurar", leyó en voz alta el ritual para exocizar el nublado. Al terminar la última palabra, Demonio y sombra se precipitaron a tierra, junto con todo el granizo, y se perdieron por una humeante grieta abierta en el suelo, sin causar daño alguno a las cosechas.
En acción de gracias, Martín de Oteiza, grabó en la portada del templo, utilizando la propia reliquia, aquella tosca cruz que hoy vemos gastada por el tiempo. Y dicen que el maligno nunca más volvió a molestarlo, aunque jamás le devolvió su sombra...

Otro enigma, se esconde en este tabernáculo templario del Lignum Crucis. En el interior de la nave, justo donde el muro norte se une al ábside, existe una pequeña estancia sin vanos, en la cual hay unos escalones que descienden del techo, sin venir de ninguna parte, y se hunden en el suelo, sin ir a parte alguna. ¿Se trata de una comunicación, cegada en la actualidad, que une un hipotético paso de ronda sobre las bóvedas, con una ignota cripta bajo el ábside? 
Los arqueólogos y arquitectos, que han estudiado el templo, así lo creen, sobre todo pensando en otros ejemplos navarros coetáneos, como Orísoain, San Martín de Unx, o Gallipienzo. Apoyan estas hipótesis, los diversos pasadizos subterráneos encontrados por los vecinos: túneles que descienden desde el templo de la encomienda, hacia la parte baja de la villa, por el lado sur, y que, al estar parcialmente cegados, se usaron como bodegas.
Como era de esperar, las buenas gentes no se han privado de transmitir toda clase de leyendas sobre tales túneles, incluida una sobre el tesoro del Temple...
También existe la posibilidad, de que pasadizos y cripta conformen dos conjuntos independientes, utilizándose aquellos como parte del sistema defensivo en caso de asedio, y ésta para fines litúrgicos o funerarios. Igualmente, pudiera ser que la cripta pertenezca a un templo anterior al actual, como sucede en Gallipienzo.

Muchas sorpresas y misterios encierran todavía la encomienda de Aberin y su Capilla de los Caballeros, parece que aquí se manifieste de forma sutil esa "dualidad" tan cara al Temple, quizá reflejada simbólicamente en dos capiteles de su portada sur. En ellos, sendos y fieros leones afrontados, unen una de sus patas delanteras, en actitud de proteger a dos sonrientes personajes, que se agazapan bajo sus cuerpos. ¿Aluden a esa doble finalidad, material-económica, y espiritual-devocional de la encomienda? ¿Exoterismo y esoterismo? ¿El Lignum Crucis, como símbolo jerárquico del Comendador, al tiempo que talismán mágico-milagroso?
Quizá algún día, quienes pueden y saben se decidan a excavar el subsuelo del templo, para sacar a la luz esa cripta y esos pasadizos subterráneos, donde quizá, solo quizá, duerme un sueño de siglos el tesoro del Temple custodiado por la sombra de Miguel de Oteiza...

Salud y fraternidad.

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Nuestra Señora de las Candelas ¿Virgen Negra de Navarra...? 8 Jul 2011 4:22 AM (13 years ago)

Ermita de San Miguel, templo del viejo Monasterio, una y mil veces reconstruido sobre tierra sagrada. [Villatuerta, Navarra].

El Camino Jacobeo original que venía desde Puente la Reina, tras rebasar Lorca atravesaba Vilatorta -"villa torcida", hoy Villatuerta-, en dirección al cenobio de Irache, y pasaba ante el Monasterio de San Miguel. Si en la parroquial de Villatuerta, los peregrinos, habían venerado la pila bautismal donde recibió las aguas el prodigioso san Veremundo, en este apartado arrabal tenían una reliquia infinitamente más poderosa.
El pequeño altozano conocido como "Cuesta del Moro", a la sombra del imponente Montejurra, es un lugar cuya sacralidad se pierde en las nieblas del pasado más remoto. La comarca fue romanizada, hacia el s.IV, nombrándola Degium. Sobre el santuario celtíbero-vascón, los latinos alzaron un templo a sus divinidades, cristianizado después por los visigodos.
Por estos alrededores, en el s.IX, tejieron sus historias y leyendas, gentes como la estirpe musulmana de los Banu Qasi;  el mismísimo Carlomagno, que tuvo serios enfrentamientos con el caudillo autóctono Furro; o el monarca navarro Sancho Garcés II quien, tras expulsar a los moros, favoreció la restauración del Monasterio de San Miguel  y su pequeño templo de estilo prerrománico.
Cuando la monarquía crea el burgo nuevo de Estella-Lizarra, desviando el Camino Jacobeo tradicional, aquel ramal antiguo, que pasaba por el Monasterio de San Miguel, no dejó de ser transitado. Los peregrinos daban un rodeo, porque allí, desde tiempo inmemorial, se veneraba una milagrosa imagen de Nuestra Señora, bajo la advocación "de las Candelas".

Interior de la ermita de San Miguel, sin nada que recuerde su pasado esplendor.

En la actualidad, aunque el lugar está apartado, y el desolado templo carece de mobiliario e imágenes, aparentando un triste abandono, no debemos llamarnos a engaño. Para los modernos peregrinos continúa siendo sagrado, aunque de una sacralidad muy peculiar, como dijimos en nuestro artículo anterior sobre los "milladoiros". Sin embargo, nadie recuerda ya aquella imagen medieval de la Virgen. Y si no hubiese sido por una "milagrosa" casualidad, nosotros tampoco habríamos sabido de su existencia. 
En agosto de 1982, durante una de nuestras peregrinaciones por el Camino Jacobeo, quiso el destino que fuésemos a solicitar información en cierta casa de Obanos (Navarra), que resultó ser la del párroco. Así, entablamos relación con el erudito sacerdote don Santos Beguiristáin Eguilaz (1908-1994). Y, entre las muchas noticias inéditas que nos proporcionó, sobre este reino, incluyó las de esta "Candelaria", con dos viejas fotos de la Virgen. Las dos únicas fotos que, al parecer, existen de tal imagen, y que proceden del fabuloso archivo del estudioso don José Esteban Uranga (1898-1978).
Una imagen, que debió ser creada a mediados del s.XII, en tiempos del rey García Ramírez (1134-1150), para sustituir otra anterior, deteriorada, o de menor calidad artística.

Imagen de Nuestra Señora de las Candelas, s.XII, tal como se encontraba hacia 1900. [Ermita de San Miguel, Villatuerta, Navarra].

La milagrosa imagen de Nuestra Señora de las Candelas, una "Candelaria", que recibía fervoroso culto en el Monasterio de San Miguel de Vilatorta, es una obra maestra de la imaginería románica peninsular, del s.XII. Se trata de una pieza de madera forrada con planchas de plata, que en los lados correspondientes al trono se adorna con relieves de temática mariana, enmarcados por piedras semipreciosas.
La costumbre de enriquecer las imágenes marianas, forrándolas de plata, fue muy comun en la Navarra medieval. Los ejemplares más antiguos, parecen ser las vírgenes de Irache y la Catedral de Pamplona, atribuidas al artesano documentado, en 1145, en el Libro Becerro de Irache, como "Rainalt aurifax", el orfebre Rainaldo, quizá originario del Languedoc. Éste, o su ayudante, Rogel Fure, pudieron ser los autores de la imagen de Nuestra Señora de las Candelas, igual de preciosa, pero menos elaborada que las dos anteriores.  
Quizá el divino Niño, de Vilatorta, portase una filacteria, a semejanza del de Irache, donde leemos: "Puer natus est nobis, venite adoremos. Ego sum alpha et omega. Primus movissimus Dominus". Pero no podemos saberlo, porque el Niño ha desaparecido. Y la Virgen, también...
  
Imagen de Nuestra Señora de las Candelas, vista lateral, donde se aprecian los relieves del trono.

Hacia 1900, la ermita de San Miguel de Vilatorta se encontraba en estado ruinoso, y la imagen mariana, abandonada entre sus desolados muros, había perdido el Niño y las manos. Poco después fue llevada a la parroquial de Villatuerta, donde se la fotografió en su sacristía, pero no para restaurarla, sino para malvenderla. Todo ello, con el "nihil obstat" de fray José López Mendoza y García, obispo de Pamplona entre 1899 y 1923, famoso por los "píos latrocinios" que cometió en su diócesis con el patrimonio artístico.
En el diario "El Demócrata Navarro", del 8 de diciembre de 1911, apareció un artículo titulado "Por Navarra ¿Sólo en la brecha?", donde, bajo el seudónimo Claro Navarro, este autor denunciaba el nefasto y reiterado proceder de su eminencia en el terreno patrimonial, dejando constancia de la desaparición de nuestra Candelaria: "Queda sentado, y nadie ha desmentido, que se ha vendido una virgen (creo que bizantina) de Villatuerta..."

Nuestra Señora de Irache, s.XII, "hermana" de la Candelaria de Villatuerta. [Monasterio de Irache, Navarra].

De este modo, se eliminó una peculiar devoción de los peregrinos jacobeos, cuyo culto tradicional no era todo lo ortodoxo que la autoridad deseaba, pues sus rituales y leyendas apuntaban a una antigua Virgen Negra, por más que se hubiese blanqueado su piel. Veamos algunos de tales indicios:
-Los peregrinos le ofrecían velas verdes, iguales a la que sostenía en su mano.
-Se afirmaba que las imágenes de Irache y Villatuerta eran "hermanas", porque "estaban hechas del mismo tronco".
-Su santuario se alza sobre uno anterior, celtibero-vascón y romano, quizá dedicado a las aguas.
-Está asociada, al igual que su "hermana" de Irache, con el prodigioso san Veremundo.
-Justo a cinco kilómetros, se encuentra la importante encomienda del Temple en Aberin.
-No mucho más lejos, está el imponente Montejurra, tejido de mitos ancestrales.
-La tradición dice que la mandó hacer Sancho Garcés I, en el s.X, otorgándole así mayor antigüedad de la que realmente posee.
-Era objeto de un culto pétreo relacionado con los "milladoiros". 
Y otros muchos detalles, que alargarían este artículo más de lo aconsejable.

Altar antiguo, con reconstrucción virtual de la Candelaria, tal como debía estar hacia 1900, poco antes de su desaparición.

Hay un indicio más, sobre el desaparecido "color negro" de estas imágenes románicas. Lo frecuente, era que estuviesen completamente chapadas en plata, incluidos rostro y manos. Existen noticias, en tal sentido, sobre la imagen de Irache: "Un abad de Dicastillo -custodio de la imagen- permitió por ignorancia, que unos industriales se llevasen la plata de las caras y las manos -de la Virgen y el Niño-, porque estaban negras, a cambio del colorido que hoy las afea", según escribió el estudioso don Vicente Lampérez.
A lo cual, cabe objetar una sospecha: ¿Es que el resto de la plata no estaba negra, sólo manos y rostros? ¿Si lo estaba y pudo limpiarse, por qué no se pudieron limpiar rostros y manos? ¿O es que el color negro de manos y rostros era intencionado, porque se trataba de una Virgen Negra? ¿Sucedió otro tanto, con Nuestra Señora de las Candelas de Villatuerta?
  
Moderno altar, donde los milladoiros han sustituido a la perdida imagen de Nuestra Señora de las Candelas. ¿Una Virgen Negra?

Esta imagen de la Candelaria, si como todos los indicios señalan, era una Virgen Negra, representaría el sincretismo del viejo culto a la Madre Tierra, en su manifestación de "piedra negra", meteórica, venida del cielo, al igual que todas las imágenes negras medievales. Al haber desaparecido la Virgen, que ahora estará en el salón de algún ricacho caprichoso, embalada en el sótano de cualquier museo extranjero, o en la cámara acorazada de algún banquero codicioso, no podemos concretar más.
Aunque aquí, parece haberse producido una especia de "justicia poética". Al eliminar la imagen de Nuestra Señora, negra o no, el lugar ha sido devuelto a su legítima y primigenia propietaria, la Madre Piedra. Porque, a pesar del "anatema sic veneratoribus lapidum...", donde reinaba la Virgen de la vela verde, ahora reinan los "milladoiros", esos montoncitos de guijarros en que habitan los múltiples espíritus de la Madre Naturaleza.

 Salud y fraternidad.

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Milladoiros, piedras con espíritu... 5 Jul 2011 8:53 AM (13 years ago)

"Pedra dos Cadrís", roca "sagrada" que cura los dolores de espalda. [Muxía, A Coruña].

Desde la Costa de Dalmacia, hasta el Cabo Norte de Noruega, pasando por todas las tierras de Europa, encontramos diversas piedras, ya sean enormes rocas o pequeños montículos de guijarros, que la humanidad venera por su carácter sagrado. Y ello, desde la noche de los tiempos, hasta la actualidad...
Artemidoro de Efeso, que visitó la costa oeste peninsular, a fines del s.I a.C., cuenta que sus celtibéricos habitantes practicaban un curioso culto a las piedras. Realizaban con ellas montículos, a los que dotaban de sacralidad, como por ejemplo los del Cabo San Vicente, de Finisterre, o del Monte Pindo, entre otros. Allí celebraban ritos diurnos, porque estaba prohibido acceder a estos lugares en las horas nocturnas, ya que entonces las divinidades y los espíritus del más allá descendían sobre esas piedras para estar en contacto con el mundo físico.
Esto era lo que les confería su carácter sagrado, pues, al manifestarse en ellas la presencia divina, parte de sus virtudes continuaba impregnándolas. Y esa potencia sagrada, que abarca ámbitos muy variados: fertilizantes, adivinatorios, funerarios, medicinales, podía emanar de ellas, para beneficio de los humanos que las venerasen.
   
"Monxoi", guijarros propiciatorios de la buena suerte. ["Cruz de Ferro", Foncebadón, León].

Cuando el mito judeo-cristiano se expandió por el Imperio Romano, luchando por suplantar a la Antigua Religión, lanzó toda clase de anatemas sobre los cultos pétreos. Los cánones LXXI-LXXIV del Concilio Bracarense (572) prohíben el culto a las piedras, y san Martín de Dumio (510-580) incide sobre lo mismo en su obra De correctione rusticorum (575?). Los concilios de Toledo, XII canon 11 (681), XVI canon 2 (693), y XVIII (710), repiten estas condenas a los "veneratores lapidum", con penosa insistencia, pero evidentemente sin conseguir apenas nada.
El único cambio, consistió en que poco a poco se dejaron de encender velas en tales lugares, para no llamar la atención, aunque se continuaron ofreciendo libaciones. Luego, el culto a las grandes rocas, "megalitos", y a los enormes montículos de piedras, "monxoi", fueron sincretizados al ponerlos bajo la advocación de diversos santos.
El propio san Martín de Dumio, feroz abolicionista de los ritos antiguos, aunque dice en su De correctione rusticorum: "...pues encenderles cirios a las piedras y a los árboles y a las fuentes ¿qué otra cosa es sino veneración del diablo?", acaba sucumbiendo al pragmatismo: "Que se derrumben el menor número posible de lugares paganos, que sobre ellos se pongan reliquias para que se cambie su objetivo".

Milladoiro en la orilla del mar, invocación a los espíritus acuáticos. [Playa das Catedrais, Reinante, Lugo].

Unicamente sobrevivieron en su pureza "pagana", los pequeños montones de piedras, "microlitos", conocidos como "moledros" en Lusitania, "milladoiros" en Galicia, y "miyadorius" en Asturias. Todavía hoy, las gentes creen que si alguien separa del montón una de aquellas piedras, ésta volverá por sí sola a su lugar durante la noche.
Estos pequeños amontonamientos, son la supervivencia del culto a los espíritus de los caminos, de los bosques, y a las almas errantes. Su recurrente florecimiento, da fe de la grandeza histórica y el poder espiritual que evocan.
Los "milladoiros" tienen dos versiones. En una, son pequeños amontonamientos, a modo de minúsculos "monxoi", en las orillas de los caminos o encrucijadas, que los viajeros van construyendo con el transcurso del tiempo al tirar cada cual un guijarro.  En la otra, se trata de pequeñas "columnas" formadas por la colocación de varios guijarros, superpuestos uno sobre otro, tantos como su precario equilibrio lo permita.
Aquí, como en los megalitos, podemos considerar que se trata de "receptáculos espirituales", pues el culto no va dirigido a las piedras, por si mismas, como sustancia material, sino a los espíritus que las habitan y consagran, a las almas difuntas que moran en ellas, al santo o deidad bajo cuya advocación se encuentran.
Al levantar estos "monumentos", humildes, íntimos, personales, los viajeros siempre han pretendido atraerse el favor de los genios de la naturaleza, tanto como apaciguar y alejar de si el peligro de las almas errantes, fijándolas a la piedra, para que no vaguen entre los vivos, o implorar el auxilio de las divinidades mediante unos toscos "atrapa-energías-cósmicas".

Ermita de San Miguel de Vilatorta. [Villatuerta, Navarra].

En la Navarra medieval, el primitivo Camino Jacobeo pasaba por Vilatorta -"villa torcida"-, patria chica de san Veremundo, continuaba junto al Monasterio de San Miguel, y seguía su ruta hacia Irache. Cuando en 1090 el rey creó el nuevo burgo de Estella, un poco al norte de este lugar, el viejo camino quedó como un ramal secundario, donde había un hospital de peregrinos, camino de Lorca, y el pequeño Monasterio de San Miguel, donde se rendía veneración a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de las Candelas.
Hoy, la ermita de San Miguel Arcángel, reclinada en la Cuesta del Moro, en las afueras de Villatuerta, es cuanto queda del templo de aquel monasterio que, el rey Sancho "el de Peñalén", dio a Leyre.
A pesar de su humilde aspecto, estamos en un enclave sagrado ancestral. Aquí hubo un adoratorio celtíbero-vascón, sustituido por un templo romano, que a su vez dio paso a uno visigodo, agrandado entre los s.X-XI en estilo prerrománico, para ser restaurado en el románico pleno.

Reconstrucción virtual, del altar antiguo, con NªSª de las Candelas, como debía encontrarse hacia 1900 cuando la imagen fue expoliada. [Ermita de San Miguel, Villatuerta, Navarra].

En este santuario jacobeo, recibía adoración una milagrosa imagen de Nuestra Señora de las Candelas, una "Candelaria", del s.XII, con el Niño en su regazo y una vela verde en la mano derecha...
Por desgracia, la imagen fue malvendida a comienzos del s.XX, alegando su abandono y deterioro. De este modo, se eliminó una peculiar devoción de los peregrinos jacobeos, con ritos tan poco ortodoxos como la erección de "milladoiros", tanto en el exterior como en el interior, del templo. Pero, aunque la devoción se perdió, el rito no sólo no ha muerto, sino que se ha revitalizado con fuerza inusitada...
El amable párroco de Villatuerta, don David Antona Antona, que nos indicó el camino de la ermita, también nos advirtió del singular culto pétreo que íbamos a encontrar en el santuario. Tan singular, que para celebrar los oficios sagrados en su interior, deben desalojar frecuentemente los dos altares de aquellos "milladoiros" que los peregrinos se obstinan en levantar con machacona insistencia. 

Altares, moderno y antiguo, cubiertos de "milladoiros". [Ermita de San Miguel, Villatuerta, Navarra].

Aunque ahora, la mitología judeo-cristiana ha terminado por sincretizar también este sencillo resto de la Antigua Religión. 
Una parte de la creencia popular, indica que la costumbre de levantar "milladoiros" tiene por objeto que, en el día del Juicio Final, los guijarros hablen y den testimonio del cumplimiento del peregrinaje por parte del viajero, motivo por el que es necesario levantar estos amontonamiento pétreos, a modo de "testigos de cargo".
Otra parte, considera que los guijarros simbolizan ciertas almas del purgatorio, que se encuentran allí penando por no cumplir un ofrecimiento espiritual realizado en vida, y que sólo abandonarán tal penitencia si alguien cumple lo que ellos dejaron sin hacer.
Un tercer grupo, piensa que con tales guijarros-exvoto, traídos desde su lugar de procedencia, se liberan las culpas y atren las bendiciones de la divinidad.

Milladoiros sobre el altar nuevo del santuario. [Ermita de San Miguel, Villatuerta, Navarra].

Queda, también, un reducido grupo que continúa perpetuando el rito, sin una finalidad definida. Levantan guijarros, en los "milladoiros", sin saber bien por qué, como si pensaran "cuando otros lo hacen, por algo será..."
Pero, en el fondo, lo que subyace es el ancestral anhelo trascendete de la humanidad primitiva, los guijarros ofrendados a la divinidad, actuarán como amuletos protectores. Una divinidad que, en San Miguel de Vilatorta, adopta la forma de Virgen Negra, la imagen medieval utilizada para sustituir -sincretizar- el viejo culto a la Diosa Madre representada como una piedra negra meteórica.
Porque, mal que nos pese, el alma humana sigue anclada en aquellos temores que nos atenazaban en la noche de los tiempos. Aunque nuestra civilización y cultura parezcan decir lo contrario, somos clanes cavernarios con tecnología digital...

Salud y fraternidad.

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Aberin, un tesoro del Temple en Navarra... 27 May 2011 8:56 AM (13 years ago)

La distribución administrativa, de las posesiones del Temple, no coincidía necesariamente con las fronteras de los reinos en que se encontraban. En el de Navarra, sus bienes estuvieron siempre bajo el gobierno del Maestre Provincial de Provenza y de la Corona de Aragón, primero, y del Maestre de Cataluña, Aragón y Valencia, más tarde. Es decir, que los templarios navarros permanecieron unidos a sus hermanos de la Corona de Aragón, bajo la autoridad de un mismo Maestre Provincial.
Aunque, para mejor gobernar el territorio, Navarra se puso bajo el mando de un Lugarteniente del Maestre, que residía en la casa de Puente la Reina. Uno de los más conocidos, es frey Pedro Tizón, en 1161, que fue abuelo del Consejero del rey navarro y cronista de Las Navas de Tolosa, el arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247).
 
La primera y más importante donación correspondió al rey García Ramírez (1134-1150), a la que siguieron muchas más, que permitieron a la Orden reunir un importante patrimonio, especialmente en la Ribera del Ebro, entre Tudela y Ribaforada, compuesto por numerosas villas, siervos, templos, dominios rurales y un castillo, el de Novillas, obtenido en 1135, que fue la primera sede de una encomienda en Navarra -esta villa, era entonces de dicho reino-.
La mayor expansión ocurrió durante el maestrazgo provincial de Pedro de la Rovera (1141-1158), y sus posesiones se articularon en torno a tres centros principales: Funes y Novilla, al sur, y Puente la Reina, al norte.
No obstante, las sedes encomendatarias fueron variando con el tiempo, en función de su importancia económica y estratégica. Así, en 1186, un documento cita las encomiendas meridionales de Novillas, Ribaforda y Cintruénigo, en la Ribera Baja, donde se concentraban las mayores posesiones agrícolas, y la septentrional de Puente la Reina. A partir del s.XIII, solo tenemos constancia de tres encomiendas: Novillas y Ribaforada, al sur, y Aberin, al norte.
 
Documentos de la primera mitad del s.XII, citan diversas posesiones del Temple en Aberin, es decir, que ya estaban solidamente asentados en la villa cuando, en octubre de 1177, el rey Sancho VI "el Sabio" les concede "la villa y siervos de Aberin". Al poco, el Temple dio fuero a sus habitantes, y lo mejoró por documento del 7 de mayo de 1234.
Aberin, pudo adquirir rango de Encomienda alrededor de 1184, año en que algunos de sus caballeros están presentes en el Capítulo General de Aragón. Tal categoría, le habría sido cedida por el enclave de Puente la Reina, que, al ser residencia del Lugarteniente, actuaría como centro de la administración general sobre sus posesiones navarras, y sede diplomática para las relaciones de la Orden con el reino.
Además, el enclave puentesino, se configuraba como centro espiritual templario, en el Camino Jacobeo, pues a las puertas de su santuario de Nuestra Señora de los Huertos se unían los dos ramales de la ruta peregrina. Y no olvidemos la capilla octogonal de Eunate, con su "cofradía"... Ni el Cristo de la Pata de Oca... 
 
Así pues, el valor de Aberin no radica en lo espiritual, o "esotérico", sino en lo económico. Cosa, por otra parte, que también tiene su interés en el plano histórico, porque el Temple, como toda organización humana, no vivía sólo de elucubraciones filosóficas o religiosas. Tenía un ejército que mantener, y no uno ocioso sino en campaña, tanto en Palestina como en los reinos ibéricos. Para cuyo buen funcionamiento, dependía de la correcta administración de sus bienes materiales.
Esos bienes, campos de cultivo, rebaños, granjas, casas, regadíos, bosques, pastos, hornos, molinos, etc, se controlaban desde la Encomienda, unidad administrativa que centralizaba las posesiones de una comarca, a la que rendían cuentas y por cuyas normas se regían.
 
Esta de Aberin, es una de esas "encomiendas de retaguardia", que ejercieron su labor, callada y eficazmente, aportando su granito de arena al patromino común de la Orden. Las explotaciones agrícolas, ganaderas, madereras, e incluso inmobiliarias, y la recogida de donativos en los santuarios, proporcionaban unas ganancias económicas nada despreciables, tanto en efectivo como en especie. De modo que, en muchos aspectos, los templarios eran autosuficientes.
Trigo, carne, madera, lana, vino, cera, caballos, hierro, y cuanto pudiera necesitar el Temple, era proporcionado por estas encomiendas rurales que, sabiamente administradas, constituían el verdadero "tesoro" de la Orden.
 
Conocemos los nombres de trece Comendadores de Aberin, el primero citado es frey Aimerich de Estuga, en 1225, y el último frey Tomás, en 1304. Algunos, tuvieron dos mandatos no consecutivos, como frey Guillém de Alcalá en 1258 y 1266. Quien más duró en el cargo, fue frey Arnal Garín, que asistió al Capítulo General de Monzón, en 1234, y todavía estaba al mando en 1249, cuando el papa Inocencio IV cita la "Encomienda de Aberin" en una bula del 11 de septiembre.
Parece que aquí, los templarios, sustituyeron a una de las muchas "cofradías militares" repartidas por el reino. Los "Cofrades de Aberin", que vivían agrupados en un Monasterio, habían recibido diversos privilegios del abad de Irache, Arnaldo, en 1105. Al tomar posesión del lugar, el Temple, como hizo en Eunate, asimiló a dichos cofrades.
Estos se hicieron cargo de las actividades religiosas, como el culto de "Lignum Crucis", y de las labores asistenciales del albergue-hospital, muy seguramente atendido por "sorores", o "freiras", mujeres cofrades. 
 
El conjunto arquitectónico, se alza sobre una loma, por cuya ladera sur se encarama el caserío, a su alrededor los cultivos se distribuyen en terrazas que bajan al valle. Los edificios de la Encomienda, de dos plantas, estaban integrados en un recinto cuadrangular, amurallado, con torreones esquineros, en cuyo ángulo sureste se alza el templo, de fines del s.XII, dotado de una gran torre rectangular fortificada.
Dentro del conjunto, alrededor de un patio con pozo central, se agrupan los diversos edificios estructurados en crujías, como la residencia del Comendador, el dormitorio de los caballeros, las cocinas, el refectorio, la enfermería, y diversas estancias acordes con la función agrícola: granero, bodega, almacen de aperos, cuadras, etc.
Varios pasadizos, subterráneos, parten del conjunto y van a parar a ciertas viviendas sitas al sur de la loma... Bajo las terrazas del lado occidental, permanece oculto un aljibe similar al de Artaiz. También existe una estructura octogonal, camuflada entre las casas, que pudo ser un palomar.
 
Entre 1307 y 1312, la Orden del Temple es disuelta y sus posesiones redistribuidas. El 27 de julio de 1313, el portero real, Miguel de Salinas, toma posesión de la Encomienda de Aberin, en nombre del Prior sanjuanista Pedro de Chalderach, por orden del Lugarteniente del Gobernador, Hugo de Visac, y pasa a depender de su Encomienda de Bargota.
El conjunto fortificado, templo-granja, sufrió diversas reformas para adaptarlo a las necesidades de sus nuevos propietarios, aunque su estructura básica permaneció inalterada. Los peores deterioros, ocurrieron con la desamortización y las guerras civiles del s.XIX, y con la posterior ocupación por particulares.
A pesar de todo, es el mejor ejemplo de Encomienda rural templaria, estructuralmente hablando, conservado en la Península Ibérica, comparable a la encomienda catalana de Barbens (Lleida), y a las francesas de Le Mas Deu (Rosellón), o La Cavaleríe (Larzac).
Lástima que, al cabo de los siglos, en lugar de ser un  museo vivo de aquella época y gentes, sea tan sólo lo que siempre fue, una explotación rural, anónima y silenciosa.
 
Salud y fraternidad.

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Roncesvalles: ¿Tumba del "Magister Goticus"? 4 May 2011 4:24 AM (13 years ago)

"¡Ah, Durandarte, mi buena espada Durandarte, lástima de vos! Voy a morir, y dejaréis de estar a mi cuidado. ¡Pero no caeréis jamás en otras manos!
Roldán tiene ante él una roca parda, da contra ella diez golpes. Gime el acero, mas no se rompe ni mella, al ver que no puede quebrarla se lamenta. Hiere Roldán la parda roca, y quiebra la piedra. Rechina la espada, mas no se astilla ni parte, y rebota hacia los cielos. Cuando advierte que no podrá romperla, le habla con dulzura: ¡Ah Durandarte, no es justicia que caigas en poder de los infieles!
Siente Roldán que la muerte arrebata todo su cuerpo, bajo un pino se tiende sobre la verde hierba. Bajo el cuerpo pone su espada y su olifante. Enarbola hacia Dios el guante derecho. Los ángeles descienden hasta él y toman su mano. Al paraíso se remontan llevando el alma del conde".
(Chançon du Roland, anónimo s.XI). 

Los dos principales pasos de peregrinos, entre la Galia e Iberia, coronaban los Pirineos en Ibañeta y Somport. Cuando en 1134 se produjo la separación de Aragón y Navarra, como reinos independientes, Somport quedó del lado aragonés, e Ibañeta del navarro. El rey García Ramírez, queriendo potenciar la entrada de peregrinos por su joven reino, favoreció el desarrollo del burgo de Roncesvalles, crecido alrededor de su hospital, la Colegiata y la reedificada capilla del Sancti Spíritus, conjunto regido por los Canónigos Regulares de San Agustín.
Esta capilla, es conocida también como "Silo de Carlomagno", por suponerse su origen en el enterramiento de los guerreros carolingios abatidos en el combate del 778, en Roncesvalles, entre ellos Roldán y los doce Pares francos. Además, la tradición decía que allí se custodiaba aquella roca que Roldán partió con su espada, Durandarte, antes de morir. 

Este templo del siglo XII, la construcción más antigua conservada en Roncesvalles, pues los edificios románicos han desaparecido, es considerado el más misterioso del lugar, tanto por su cometido funerario como por las leyendas que allí se materializan.
Su aura de arcano enigma, quedó plasmada en el códice anónimo La Preciosa, conservado en la Colegiata:
"Como dicho templo se halla destinado a recibir difuntos, carnario es llamado. Que legiones de ángeles lo hayan visitado, por dichos de muchos resulta probado, que así a sus peregrinos custodia Santiago".
El edificio actual, es una mezcla de los siglos XII al XVII. De la capilla original queda la estructura interior, cuya cubierta piramidal, quizá rematada antaño por una linterna, sobresale al exterior. La cubierta inferior, apoyada sobre la galería porticada que rodea el edificio, abierta por tres de sus lados, es, al igual que ésta, de 1612.

El "Silo de Carlomagno", alza su estructura cuadrada sobre la cripta, o pozo funerario, cuya bóveda sobresale del pavimento, haciendo que el suelo de la capilla parezca elevarse mediante un podio, que deja al descubierto, por sus laterales la parte superior de la cripta, permitiendo atisbar el interior por un ventanuco abierto en el lado norte. Una escalinata, da acceso a lo que fue el templo primitivo, que ha perdido sus muros laterales y sólo conserva los pilares, en las esquinas, que descargan el peso de la bóveda de crucería.
No fue nunca una capilla funeraria, pues no era templo para enterramiento, sino el recinto sagrado en que tenían lugar los oficios religiosos por los peregrinos fallecidos en el hospital. Estos, eran enterrados en el cementerio hospitalario y, transcurrido un tiempo prudencial, sus despojos eran trasladados al osario, o cripta, del Sancti Spiritus.

Lógicamente, surgen asociaciones de ideas con otras capillas, presuntamente "funerarias", como Eunate y Torres del Río, máxime al contemplar el "claustrillo" que la rodea y le otorga una aparente planta central, o concéntrica. Pero debemos tener en cuenta, que dicho añadido es ya del siglo XVII, sin que sepamos que existiese antes algo similar, y su función era proteger de las inclemencias del tiempo el templo original, "escondido" en su interior.
Entre sus muchas reformas, modificaciones y añadidos, el edificio sumó, al mito, el enigma. Varios sillares del claustrillo, demuestran que allí se reutilizaron viejas piedras, muy anteriores al siglo XII. En una de ellas, podemos contemplar un gran símbolo solar, céltico, cuya talla se destaca, a medias, embutida entre otras piedras.

Un misterio, menos antiguo pero no menos curioso, se halla en el pilar izquierdo de la capilla original. Tras un óculo gótico, se adivina el hueco que disimula, oculto en la penumbra, el busto de un personaje, tocado con la cogulla, que junta las manos en oración.
¿Quién es, este sujeto, y por qué mereció el honor de figurar en lugar tan preeminente? Hay quien afirma, que se trata del enterramiento del célebre Bardo de Itzaltzu, un trovador al que se condenó a morir emparedado, por causa de un horrible crimen del que era inocente...
Sin embargo, si estudiamos con detenimiento la piedra en que se talló el óculo, veremos que, en sus esquinas superiores, tiene grabados dos símbolos reveladores: una escuadra y un mallete, de cantero. ¡Se trata de un Magister constructor! ¿Pero, quién?

La actual Colegiata de Roncesvalles, iniciada hacia 1209 y consagrada en 1220, fue construida por canteros del norte de Francia, posiblemente del taller que trabajó en Notre Dame de París, y es uno de los primeros edificios del gótico "île de France" en los reinos hispanos, que inspiró en la propia Navarra el templo de Santiago en Sangüesa. De su claustro gótico, arruinado en 1600, se afirmaba que era mejor que el de la seo iruñesa, pues fue labrado por un mazonero de maestría superior.
¿Estamos ante la tumba del "Magister Goticus", el compañero constructor que dirigió las magníficas obras de Roncesvalles? El rostro del cantero, borrado por el paso del tiempo, permanece mudo, tan sólo la escuadra y el mallete nos susurran un eco de su historia perdida.

Salud y fraternidad.

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